Istvan Sandorfi ‘revive’ en sus cuadros hiperrealistas en el MEAM
El Museo Europeo de Arte Moderno dedica una retrospectiva al pintor húngaro con 140 obras
Tonos azules y rosados dominan las pinturas del artista húngaro Istvan Sandorfi que por primera vez se exponen en el Museo Europeo de Arte Moderno (MEAM) de Barcelona, donde se recoge la mayor retrospectiva del pintor: La pintura nunca muere. “Era un artista que pasaba de todo y por eso nunca tuvo contacto con los críticos o las galerías de arte hasta su etapa final, cuando cambió su paleta de colores”, puntualiza el director del museo, José Manuel Infiesta, sobre la muestra que se podrá ver hasta el 29 de noviembre. La muestra exhibe 140 obras de gran tamaño que ocupan todo el Palau Gomis y repasa la carrera artística de Sandorfi desde su niñez hasta su muerte, en 2007.
“Sandorfi vivió el levantamiento anticomunista en Budapest de 1956 y a los ocho años vio las escenas de la guerra, que le marcaron profundamente”. Tras esos sucesos, se exilió a la Alemania de posguerra hasta que arraigó en París, donde vivió al margen de la sociedad. “Ser refugiado hizo que se cerrara más en sí mismo y pintara de forma muy introspectiva”. Esa personalidad queda latente en sus cuadros hiperrealistas y los autorretratos.
El pintor recrea su interior mediante trazos limpios y el uso de la aerografía, desde su figura cargada de simbología y rodeada de objetos cotidianos (zapatos y utensilios de pintura o bragas y sujetadores al revés) hasta evocadores retratos familiares donde inmortaliza a su pareja Denise y sus dos hijas, Ange y Eve. “Es un ambiente de familia muy introvertido, con un sentido generacional”, indica Infiesta. En algunos de los cuadros, las coloridas composiciones se superponen a las de antepasados que quedan en un segundo plano. “Destaca el fondo y el juego de grises en cuadros que tienen mucha fuerza, pero que transmiten un ambiente muy oscuro”, resalta el director; y agrega: “Parecía que era un artista atormentado, pero en realidad no lo era; simplemente, vivía en su mundo personal y así lo expresaba”.
Sandorfi se volcó en sí mismo y la pintura, donde de forma autodidacta consolidó el dominio de la composición y la expresividad, a través de dibujar sugerentes bocas abiertas y retratos dobles. “Nunca pintó paisajes ni exteriores y tenía muy poca relación con la crítica o el mundo del arte”, remarca Infiesta. La intimidad que demuestra con sus dos primeras etapas, la azul y la rosa, se difumina en su época más comercial, cuando amplió su gama de colores y a usar modelos. Eso le dio mayor visibilidad en los años 80 y 90.
La exposición, comisariada por Ange Sandorfi, se completa con una reproducción del taller de su padre, donde se ve su caballete de madera con una obra póstuma inacabada y objetos personales: máquinas de diapositivas, fotos, pinceles y su ropa de pintar, amén de su primer cuadro (hecho a los 7 años) y sus dibujos de infancia. “Los hacía cuando se aburría en clase, para que el profesor no le influyera”, fija Infiesta.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.