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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El silencio de los mamíferos

Hay que dar una oportunidad al Zoo. El tema es cómo nos relacionamos con los animales, qué jerarquía establecemos, con qué prepotencia los tratamos

Hay que reconocer que el gobierno municipal tiene, a cambio de una cierta improvisación, los arrestos necesarios para poner sobre la mesa temas que se arrastran desde hace años y que ninguna urgencia obliga a encarar. Por ejemplo, esa patata tibia que es el Zoo. Joan Clos quiso resolverlo a lo grande, que es como hacía las cosas, y propuso aquella plataforma artificial —hecha con tierra excavada de las obras del Fòrum—para ubicar un Zoo marino que pudiera recuperar la orca Ulisses; de paso, iba a trasladar los leones y los elefantes a una finca del Montseny. Correspondía a un modelo monumental de la ciudad que ahora es inaceptable, aunque entonces nadie se opuso al proyecto. Como es lógico, Xavier Trias cerró la carpeta, pero Trias no solía dar solución a las carpetas que cerraba. Simplemente las guardaba en el cajón. No hay duda de que eran estilos diferentes, y así lo refleja la evolución de la ciudad.

Un viernes por la mañana, con este calor africano que nos ha castigado hasta ahora, voy al Zoo, para saber de qué hablo. Me chocan dos cosas: el olor acre a pesebre —a fiera estabulada— que recordaba vagamente; y que ya en la puerta me inviten a una “sesión educativa” en el recinto de los delfines. Dime de qué presumes. Todo el Zoo está lleno de carteles que promueven la sostenibilidad y la conservación de las especies, en un tono didáctico e insistente, como si quisieran lavar la propia conciencia. No me gustan los zoológicos. Me deprime ver a los animales prisioneros, con ese tedio infinito en la mirada, rumiando sus alimentos con lentitud o durmiendo siestas eternas, sin nada que hacer, hartos de los ojos que los miran, de esa gente que los usa y a la que no pueden morder. Tengo pocos referentes, porque jamás visito un Zoo, excepto el de Buenos Aires en mi infancia, cuando los animales—-los felinos—todavía se exhibían en jaulas. Después supe que Borges estaba fascinado, como tantos, con los ojos del tigre. Y es cierto que con los años se les hizo un recinto espectacular, selvático, pero ahora el Zoo de Buenos Aires, después de un debate, cerró sus puertas. Ahora mismo están reubicando el millar de animales que en teoría protegían.

El Zoo de Barcelona ha ido adaptando sus comodidades , pero sigue siendo un zoo. Ahora trabajan para mejorar la sabana: me detengo en el predio de los elefantes, tan triste, tan pelado, tan escueto, y recuerdo un etólogo que me contaba cómo esos animales condenados a perpetuidad desarrollan taras, hábitos obsesivos, y algún cartel nos cuenta precisamente eso, que es la osa o la pantera la que se provoca las heridas en la pata a fuerza de lamerse. Por lo menos son sinceros. Sin embargo, con el paso de las horas y estudiando la ilusión infantil, la complicidad de los progenitores, el entusiasmo de los abuelos, la selfie de la adolescente con el gorila al fondo, mirando todo eso, el Zoo te acaba ganando. Hay que darle una oportunidad. El tema de fondo es cómo nos relacionamos con los animales, qué jerarquía establecemos, con qué prepotencia los tratamos. Hemos ido del afán victoriano y colonizador de lucir la colección hasta la coartada de reproducirlos, sin entrar en el fondo. Ese es el debate. Qué queremos enseñar a esas criaturas curiosas que descubren el encanto de una cebra o la lentitud mineral de la tortuga. Y qué queremos aprender: Barcelona es una potencia científica en primatología.

Está claro que el Zoo tiene que cambiar. Pero no vale decir que el gasto no es prioritario, como dijo ese “vecino” intemperante en una de las reuniones. La fauna local, que es lo que quiere el Ayuntamiento, por si sola no es atractiva. La necesidad de abrir el Parc de la Ciutadella al mar, como quieren algunos, no es perentoria. El tema es más complejo; es filosófico y urbano y moral. Por eso el debate es interesante: porque no hay respuesta, ni demagogia, ni modelo, que sirva. Por cierto, los árboles, ya centenarios, son espléndidos. Y qué angustiante es el silencio de los mamíferos. Cuánta soledad ahí dentro.

Dicho lo cual, dos palabras más. Ada Colau inauguró su mandato yendo a frenar un desahucio en Nou Barris. Era su programa revertir la supuesta inacción del anterior alcalde. Un año y medio después, los desahucios continúan, pero ahora, para esquivar una foto incómoda, la alcaldesa envía en un tuit la responsabilidad a la Generalitat. Bravo.

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