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TEATRO

La memoria de un país

Vuelven las palabras y silencios de ‘La piedra oscura’ con el respaldo ahora de cinco premios Max

Rocío García
Desde la izquierda, Nacho Sánchez, Pablo Messiez y Daniel Grado, de 'La piedra oscura', en la Residencia de Estudiantes.
Desde la izquierda, Nacho Sánchez, Pablo Messiez y Daniel Grado, de 'La piedra oscura', en la Residencia de Estudiantes.ÁLVARO GARCÍA

En casa dejarán las lágrimas y los aplausos, para traer únicamente la emoción, la confianza y las palabras y silencios, esos que han marcado a golpe de martillo el encuentro entre dos enemigos. La piedra oscura regresa a los escenarios madrileños, tras casi dos años de gira, en los que no han mermado las ganas de sus dos actores, Daniel Grao y Nacho Sánchez, ni de su director, Pablo Messiez. Desde mañana se podrá ver en el teatro Galileo, con representaciones continuas semanales. Se vivirá de nuevo el sobrecogedor encuentro en una fría habitación de un hospital militar en Santander de dos hombres que no se conocen, un teniente republicano y un inocente soldado del bando franquista. Ambos se ven obligados a compartir las horas más amargas de una amenazadora cuenta atrás. Todo bajo los ecos poéticos y dramáticos de Federico García Lorca. La obra, escrita por Alberto Conejero, es todo un canto de amor no solo a la memoria de Lorca, sino a la memoria colectiva de un país que todavía arrastra una oscura herida. “Es un homenaje a nuestros padres y abuelos, aquellos que fueron devorados por el tiempo y el olvido”, asegura Conejero, para quien la obra es muy sensible a los cambios de escenario. “Los actores y Pablo [Messiez] consiguen que cada función sea realmente nueva”, dice su autor, para quien el texto escénico que elaboran los actores y el director es “toda una partitura musical que tiene que ver con las palabras, las pausas y los silencios”.

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La piedra oscura, ganadora de los últimos premios Max, supone para Daniel Grao y Nacho Sánchez también un encuentro diario, ese que se establece entre dos enemigos y entre dos actores que se dejan sorprender por su compañero. “En esta función estamos en permanente alerta, no hay lugar para la monotonía. Cada noche es una función nueva y diferente, también para nosotros”, explica Grao, que se confiesa “enamoradísimo de este proyecto”. “Está dentro de mí de manera muy orgánica”, añade el actor, mientras Nacho Sánchez habla de la “responsabilidad histórica, aunque sea mínima” por trasladar al público esta obra poética en torno a dos personajes de la historia reciente española y a Rafael Rodríguez Rapún, el último amor de Lorca.

La Residencia de Estudiantes, ese lugar tan lorquiano, fue el elegido ayer para la presentación del montaje. Consciente y agradecido del éxito que ha ido cosechando la obra, Pablo Messiez apunta a que ese éxito no puede decidir su puesta en escena. “Esta función es una espera, que habla del tiempo. Aquí no vale el virtuosismo del intérprete. Aquí lo que cuenta es la confianza. La obra habla del amor, de la posibilidad de amarse y entregarse y si no hay confianza es muy difícil llevarlo a cabo. La confianza es clave en el teatro de la verdad. Daniel y Nacho hacen real cada noche ese encuentro de amor y entrega”.

Las funciones del Galileo, con muchas entradas ya vendidas hace meses, recuperarán las camisas blancas manchadas de sangre, como la que lleva el prisionero Rafael, para cubrir las butacas de los espectadores. Todo un símbolo contra el olvido de los muertos todavía en las cunetas. Messiez siempre tuvo claro que para ver esa función hay que sentarse sobre una ausencia.

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