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Las Galerías Maldà apuestan por la gastronomía para renacer

El grupo Tragaluz prepara su aterrizaje en el enclave comercial

Alfonso L. Congostrina
Uno de los pasillos de las Galerías Maldà.
Uno de los pasillos de las Galerías Maldà. M. Minocri

La calle de la Portaferrissa es una de las más bulliciosas y comerciales del centro de Barcelona. En el número 22 se encuentra el principal de los cuatro accesos a un laberinto comercial donde reina el silencio. Son las Galerias Maldà.

Magda Pla regenta el negocio más antiguo del recinto. La Policlínica de Bebés es una tienda de venta y reparación de juguetes que lleva 70 años abierta. Pla sintetiza la decadencia del lugar en una única frase: “Fuimos la milla de oro del comercio en Barcelona y ahora es un desierto”.

El laberinto de locales es actualmente un enjambre de comercios cerrados y abandonados. Apenas sobreviven una veintena de los 63 disponibles. La presencia de vendedores de souvenirs, camisetas del Barça y tangas amarillos con las letras de Barcelona estampadas en la parte delantera de la prenda ha comenzado a proliferar en un lugar gafado en la que también ha logrado sobrevivir una administración de lotería.

Los propietarios de las Galerías Maldà llevan años buscando una solución en forma de operador que, a modo de ángel salvador, ocupe los vacíos locales. Uno de sus dueños ya ha encontrado a su custodio particular. El grupo Tragaluz pretende instalar en el interior del complejo uno de sus restaurantes. Propietarios y alquilados creen que así quizás recuperen la actividad aquellos pasillos olvidados por los compradores.

La operación se ha llevado en secreto, pero ya ha corrido la voz por los comercios. La Avgvstina es otra tienda de moda para bebés. Está huérfana de vecinos e incluso le han permitido utilizar el escaparate de otros locales para promocionar sus productos. Si no fuera por sus faldas y otros complementos, sólo se podría ver el polvo y la ruina en el interior de antiguos comercios. Su dependienta asegura que entre los pocos comerciantes ya se ha oído que la nueva aventura de las galerías pasa por la restauración: “A ver si colocan algo que atraiga a muchos clientes y así se nos ve un poco más”, dice.

La historia de las Galerías Maldà explica cómo se ha llegado a esta situación. El Marqués de Castellbell construyó las galerías en 1939 inspirado en el éxito comercial de espacios similares de otras ciudades europeas. La novedad eran calles tapadas por cúpulas de vidrio en el interior de un recinto comercial. Pero el noble precursor de la instalación comercial dividió entre sus herederos la propiedad de las galerías.

Con la división patrimonial de las Galerías Maldà, el 35,53% del complejo es de la sociedad Maldanell. Su propietario es el artista y compositor Alfonso Vilallonga Serra, barón de Maldà. El 28,11% es propiedad de la familia Carranza y otro 12,71%, un conjunto de locales sin acceso desde el exterior, del conde de San Miguel, Juan de Villalonga. El 23,64% restante es donde se concentra la mayor actividad comercial, con entrada por la calle de la Portaferrissa. En su día fue de la familia Salvador, pero se fue vendiendo los locales y ahora son de 13 propietarios distintos.

Mientras las galerías fueron la milla de oro, los comerciantes gestionaron el mantenimiento, la seguridad y la limpieza del complejo, pero con el cambio de milenio la decadencia se adueñó de los pasillos. En 2007 el declive era evidente. Una portavoz de Maldanell explica que han sido varios los intentos “de remodelación, cambio de imagen…”, pero los propietarios nunca se han puesto de acuerdo. Además, había locales con alquiler de renta antigua que no querían irse. En la Navidad de 2012 consiguieron realizar un evento con tiendas efímeras que llenaron los locales. Fue un espejismo. Después de Reyes, las galerías Maldà siguieron su declive.

Tras años de desacuerdos, la parte del conde de San Miguel se aferra al grupo Tragaluz para salir del hoyo, que mantiene en secreto la operación. El resto de propietarios mantiene contactos con otros operadores. Mientras, en el pasillo de Portaferrisa, proliferan los souvenirs.

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