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Viejos oficios, nuevos tiempos

Profesiones con solera cuentan los retos a los que se enfrentan para no caer en el olvido y desaparecer

El esquilador Magín Malillos.
El esquilador Magín Malillos.SAMUEL SÁNCHEZ
Sergio C. Fanjul

Todavía no proliferan las fundas de tablet o smartphone hechas de esparto, aunque su tacto agresivo bien podría servir para hacernos más palpable nuestra adicción a la tecnología. Sin embargo, este material tradicional se sigue utilizando y hay personas cuyo trabajo es manipularlo y venderlo: los esparteros. “El esparto tiene múltiples aplicaciones, aunque ahora se usa mucho para fines decorativos. Persianas, alfombras, caracoleras.... Yo forro garrafas o reparo sillas. Todo lo que se haga con esparto se hace a mano, no se puede suplir con maquinaria. Todo es una pieza única”, dice Juan Antonio Sánchez Pascual, espartero madrileño de 46 años, cuyo negocio está en la calle Mediodía Grande 3, en la zona del Rastro. Su abuelo ya era espartero y él se inició en este arte con solo 11 años. Después de algunos años como técnico informático, al jubilarse su padre, dejó las pantallas y los teclados para volver a trabajar artesanalmente con las manos.

Este es uno de esos oficios de otra época que hoy se encuentran en peligro de extinción, pero que resisten y que, en algunos casos, consiguen adaptarse a la nueva coyuntura socioeconómica y sobrevivir como en un tiempo detenido. El fotógrafo de EL PAÍS Samuel Sánchez localizó en la Comunidad de Madrid a diez de estos profesionales con solera, la mayoría procedentes de una larga tradición familiar, y les hizo una serie de retratos artísticos que ilustran este reportaje. 

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Las grandes superficies, la fabricación industrial o la obsolescencia de sus productos son los principales enemigos de estos viejos oficios. Algunos de sus secretos para sobrevivir en un mundo hiperacelerado son la falta de competencia en sus respectivos sectores —“cada vez vamos quedando menos”—, el creciente gusto por la calidad, lo artesano y tradicional, o la utilización de diversas estrategias en Internet, desde páginas web a canales de YouTube, para promocionarse y vender sus productos. Además, en muchos casos las jóvenes generaciones están decididas a continuar en el negocio heredado en vez de hacerse community managers o analistas de Big Data.

Una complicada lista de profesiones

Cuando el fotógrafo de EL PAÍS Samuel Sánchez buscaba asuntos que fotografiar, pasó por su mente una idea: oficios olvidados; profesiones de un tiempo pasado. Tras mucho buscar, localizó a una decena de profesionales que accedieron a hacerse una serie de retratos artísticos. “Tenía una lista con varias profesiones. Encontré algunas, pero otras fue imposible. El herrero me costó mucho”, explica el fotógrafo.

Dio con el herrero, también con el espartero, la zurcidora, el cerero, el carbonero, la alfombrista, el alfarero, el sombrerero, el ebanista y el esquilador. Profesiones que se difuminan por la proliferación de grandes superficies, la fabricación industrial o la caída en desuso de sus productos.

El esquilador Magín Malillos de 47 años, por ejemplo, aprendió a los 11 con los pastores de su pueblo. Ahora domina varios estilos de esquilado, incluso con herramientas eléctricas, que favorecen una actuación más rápida y que provoca menos estrés en las ovejas. Lo ve casi como un deporte para el que es indispensable una buena preparación física. O Jesus Guerra Bernabé, alfarero de 61 años en Campo Real, donde solo sobrevive su alfarería cuando antes había más de 20. Le viene de larga tradición (desde su bisabuelo), aprendió el oficio con sus padres a los 11 años y a los 14 ya hacía más de 500 piezas al día. Cecilia Fernández  es zurcidora desde hace 34 años y tiene su taller en Chamberí (calle de Escosura, 17). En tiempos en los que predomina el usar y tirar y la ropa de mala calidad, para ella todas las prendas, por ajadas que estén, tienen solución. Eso sí, con disciplina y paciencia.

En otros tiempos los edificios de las ciudades se calentaban mediante la combustión del carbón y, por tanto, proliferaban las carbonerías. Hoy el carbonero es un rara avis. Pero haberlos haylos: es el caso de Juan Manuel Benayas Blanco, cuyo abuelo fundó en 1934 una carbonería en la calle Embajadores 156. Las cosas han cambiado: “Son muy pocos lo clientes que compran carbón como puro método de calefacción”, explica Benayas, “ahora sobre todo se vende para la hostelería. El invierno tiene su magia con los clientes que compran leña para hacer fuegoterapia, es decir calentar y dar ambiente a su hogar con leña”.

Para sobrevivir, estos oficios añejos tienen que adaptarse a los nuevos tiempos, Internet mediante. “Yo ya no trabajo como hacía mi padre y mucho menos a la vieja usanza que practicaba mi abuelo”, dice Sánchez Pascual, el último espartero de Madrid, “por suerte tengo un negocio atípico y las ventas que he perdido en la calle las he compensado a través de la página web. No veo mal el futuro, pero te tienes que actualizar continuamente como en cualquier otro sector”. Su hijo tiene 14 años y todavía no está claro si continuará la tradición familiar: “Podría ganarse bien la vida si sigue pues cada vez somos menos artesanos y la Red nos iguala a las grandes empresas en llegar al publico”.

El alfarero Jesús Guerra Bernabé, en su taller en Campo Real.
El alfarero Jesús Guerra Bernabé, en su taller en Campo Real.S. SÁNCHEZ

“Creo que todas las profesiones que estén especializadas tienen futuro”, opina el carbonero Benayas, “en mi caso, la leña, el carbón y la cocina con fuego están en auge; esperemos que duren”. Una de las apuestas de futuro del negocio es el curioso personaje de Barbacoaman, que protagoniza tutoriales en Internet para aprender a cocinar con barbacoa. “Es una manera de reinventarse y ser capaz, desde una humilde carbonería, de tener un canal en YouTube con miles de seguidores y una programa de cocina sobre barbacoa en Canal Cocina”, dice el carbonero. El abuelo fundador, allá por el año 1934, no se lo podría creer.

Ya han pasado los tiempos en los que cualquier caballero de bien tenía que llevar sombrero. “Los rojos no usan sombrero”, rezaba un eslogan de la posguerra para vender más unidades. Hoy, el sombrero más que elemento uniformizador es todo lo contrario, un complemento que imprime carácter y personalidad a quien lo porta. Y ahí están los sombrereros para proteger nuestras cabezas. La sombrerería Medrano (Imperial, 12) es la más antigua de España. Beltrán Medrano, de 55 años, empezó con su padre en 1975; ahora su hijo Héctor, de 23 años, se acaba de incorporar al negocio y planea continuar con él. “El sombrero de uso cotidiano está más mecanizado, aquí fabricamos artesanalmente para cine o teatro, los encargos raros y diferentes son los más divertido de este oficio”, explica.

Como tantas otras cosas del pasado, el sombrero vuelve a verse como algo moderno (es habitual en la figura del hipster de manual). “Antes vendíamos sobre todo a gente mayor, pero ahora es muy solicitado por gente más joven, como un elemento de moda y diferenciador. Yo seguiré aquí con el negocio. Mientras haya cabezas seguirá habiendo sombreros”.

Cirios, herraduras, tapices y muebles que se desvanecen

S.F.

Manuel Ortega hizo un extraño salto entre dos mundos tan diferentes como el de la electrónica y el de la cera (la fabricación de velas). Aunque la cerería Ortega (calle de Toledo, 43) lleva 121 proveyendo de todo tipo de velas al vecindario, Ortega ve el futuro incierto. Por un lado, ha caído la demanda de cirios en las iglesias, uno de sus principales clientes. A la vez, la crisis ha hecho que las velas vuelvan a entrar en muchas casas.

También el futuro es incierto para herreros como Ricardo García, de Alameda del Valle. Aprendió de su abuelo, que inauguró la herrería en 1913. Antes vivía de la herraduras y de herramientas como podones, hachas y herraduras. Ahora lo hace por afición y ejerce sobre todo la forja. Le gustaría que no desapareciera su oficio por eso disfruta enseñando su oficio.

“Ya solo en algunos palacios y en las Cortes quedan alfombras de trama de algodón y nudo turco”, según explica Justa Alegre, alfombrista del hotel Ritz desde hace 28 años. Aprendió el oficio de la anterior restauradora de alfombras. Es un trabajo duro: se hace en el suelo.

“El mueble tradicional es otra de las cosas que está en proceso de desaparecer ante la presión de fábricas modernas y las grandes cadenas de muebles”, explica el ebanista José Galisto, que lleva seis décadas dedicándose al mueble por encargo; hecho a mano. Considera que los cambios del mundo se ven reflejados en las cosas que van desapareciendo.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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