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Bacon el jugador

Montecarlo ofrece la primera parte de la exposición del pintor que tendrá continuidad en otoño en Bilbao. En ellas se pone al día su relación con la cultura francesa y la pintura española

Mercè Ibarz
Francis Bacon con Joan Miró y André Masson en la inauguración de su retrospectiva en París en 1971.
Francis Bacon con Joan Miró y André Masson en la inauguración de su retrospectiva en París en 1971. [AUTFOTO]ANDRÉ MORAIN (FRANCIS BACON MB ART FOUNDATION)

En una carta de 1952 Francis Bacon escribe a sir Colin Anderson, su mecenas entonces, muy preocupado por las repetidas pérdidas del artista en el casino de Montecarlo: “Un día me gustaría explicarle el vicio del juego. Para mí, está íntimamente ligado a la pintura”. Le cuenta que al igual que a veces oye cómo el croupier apela al número que finalmente ganará un gran pote, sus telas más logradas son un asunto de “suerte” y “casualidad”. No porque sus imágenes se le hubieran impuesto de manera automática sino por ser el resultado de un desafío a la pintura en el que la suerte es “el movimiento accidental del pincel”. Bello, ¿no?

Son algunas de las cosas sobre el pintor de altísima fama hoy que se pueden aprender y apreciar en la excelente exposición que el Forum Grimaldi y la Fundación Francis Bacon presentan en Montecarlo hasta el 4 de septiembre, una muy hermosa muestra a cargo del historiador Martin Harrison, autor asimismo del catálogo razonado del artista editado este mismo año. Para quienes creemos en momentos culturales de probada importancia, este año Bacon es uno. Por el catálogo razonado y por esta exposición de doble recorrido. En la capital monegasca, Harrison presenta las relaciones de Bacon con la cultura francesa. En el Guggenheim bilbaíno presentará en octubre la relación baconiana con la pintura española, a la que habrá que volver porque ciertamente es de envergadura: Picasso, Velázquez, Goya, Miró, Zuloaga...

Si la desgracia abatida sobre Niza y la Riviera francesa no es impedimento para comentar esta exposición y animar a verla, tampoco cabe pensar que el principado de Mónaco se dedique en materia cultural a programar cualquier cosa por ser lo que es en otros aspectos. Más bien su política cultural y la oceanográfica son su contrapeso. Mónaco no es Marbella, por decirlo suave. Desde luego, muchos residen aquí para blanquear su dinero. Otros, como Bacon en 1946, para jugar en el casino.

El pintor de nacimiento irlandés en 1909 y muerte madrileña en 1992 pasó largas temporadas aquí. Se sabe muy poco de su vida artística hasta entonces. Cuenta Harrison que aunque empezó a pintar en 1927 se conservan únicamente veintisiete dibujos y telas de los diecinueve años transcurridos hasta que en julio de 1946 se instaló en Montecarlo. Bacon hizo cruz y raya. Llegó a la ciudad mediterránea gracias a su primera tela vendida aquel mismo año y con una imagen en mente: el retrato de Velázquez del Papa Inocencio II. Una de las obras que por primera vez se ven en exposición es Paisaje con Papa/Dictador, realizada ya en Mónaco. Aquí pintaría las demás telas que parten del cuadro velazqueño en diálogo con el grito de una mujer en el film El acorazado Potemkin de Einsentein. Iconos perdurables, eternos.

Paisaje con Papa/Dictador produce escalofrío baconiano en estado puro. Oscuro, muy oscuro, en el centro está un desdibujado Papa de color morado que grita mientras por su derecha revolotean batallones alados y, a su espalda, el panteón de la civilización clásica no puede protegerle. Es clave su fecha, tras la II Guerra Mundial, y su título, que por primera vez, pero también la única vez en Bacon, apela de manera fuerte a que tras Auschwitz e Hiroshima no hay representante de Dios en la Tierra que valga. Mirar pinturas como si estuvieran fuera del tiempo no es de recibo.

La muestra es en gran medida una revelación de conjunto. Tantísimas obras son inéditas, que por algo Harrison las conoce todas. Lo son incluso para la vecina Francia, que cree sin razón saberlo todo sobre Bacon. París le consagró en 1971 en el Grand Palais, un museo que previamente sólo se había abierto a Picasso (los museos entonces no acogían a artistas vivos). Pero mucho de Bacon había sucedido en Mónaco.

Así la casualidad, el azar, el accidente, resultado del juego. Bacon se pasaba las noches en el casino y a menudo salía sin un céntimo. Al regresar a casa pintaba. Pero un día, sin dinero y sin telas preparadas para pintar, dio la vuelta a un cuadro y se puso a trabajar en la tela sin preparar. De la rugosidad y las muchas capas de pintura necesarias para aplacarla, que dieron una textura casi de cuero, nació en Montecarlo el Bacon definitivo. Ahí es nada.

Si van por allí, no se pierdan una visita (concertada) a la Fundación Bacon, en una pequeña villa urbana que alberga indicios muy interesantes del pintor. Así la puerta del retrete de uno de sus estudios parisinos, pintarrajeada con dibujos pornográficos de sus invitados pintores, Soulages uno de ellos.

Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF.

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