Magia a la orilla del mar
El guitarrista Pat Metheny y el contrabajista Ron Carter fueron ofrecieron un concierto íntimo y cercano en la inauguración de Porta Ferrada
Concierto de gala para inaugurar el decano de nuestros festivales veraniegos. El guitarrista Pat Metheny y el contrabajista Ron Carter fueron ofrecieron un concierto íntimo y cercano, algo así como una entrañable charla entre dos amigos, hablando de sus cosas, que igual podía haber acontecido en la sala de estar de cualquiera de los dos. Una velada de auténtico lujo bajo la luz de la luna, arropada por una suave brisa marina y el salubre y penetrante olor del cercano Mediterráneo.
Tras un recuerdo para las víctimas de Niza fue una melodía tan arrebatadora como Manhâ de Carnaval la que ya dejó claro que no se trataba de un concierto de jazz al uso. Metheny, chaqueta clara y camisa oscura (atrás quedó la camiseta de rayas, hasta las costumbres más arraigadas acaban por perderse), Carter, con su elegancia habitual, corbata y pañuelo lila incluidos, de pie uno frente al otro, mirándose a los ojos y no prescindiendo del público pero comportándose como si estuvieran en otro mundo, uno muy personal en el que nadie más cabía. Hasta daba una cierta grima aplaudir por aquello de no interrumpir, de no colarte en conversación ajena.
No hubo palabras, solo música. Con la guitarra eléctrica y un sonido transparente Metheny dominó la primera mitad. Sus melodías enrevesadas y juguetonas volaban sobre el seguro toque de un Carter contenido. Metheny impuso su ley sobre un puñado de estándares con Miles en el punto de mira (soberbio Freddie Freeloader) y alguna composición propia que fue reconocida de inmediato por un público fiel.
Marcando un inexistente intermedio Metheny sacó su picassiana guitarra acústica de 42 cuerdas para un largo y colorista solo, el mismo (o casi) que ha repetido en todas sus visitas pero que siempre suena fresco. Carter le observaba con una sonrisa paternal y al llegar su turno en solitario, y cuando todo el mundo esperaba un estándar de esos de toda la vida, se marcó una alegre melodía country que dejó al personal con la boca abierta. Ovación de gala y el equilibrio comenzó a decantarse de la parte del veterano contrabajista (79 años recién cumplidos).
A partir de ahí cambió el tono con un implacable Carter en plan gran señor hasta desembocar en un efervescente St Thomas de Sonny Rollins que valió por si solo por todo el concierto. Con aires de calipso acabó la velada pero aún tenían en el bolsillo un recuerdo para Herbie Hancock (Maiden voyage) como idóneo colofón.
La reunión de Carter y Metheny, distintas generaciones, estilos dispares, había suscitado entre la comunidad jazzistica mucha curiosidad y bastantes más recelos. Al concluir su presentación en Sant Feliu de Guíxols cualquiera podría creerse que llevaban toda la vida tocando juntos, comunión total, sin edades, estilos o procedencias. Una velada mágica iluminada por la luna a la orilla del mar.
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