La caseta del libro solo
Es el anónimo santuario de los autores que nunca son invitados a la Feria del Libro
En la Feria del Libro de Madrid en el Parque de El Retiro, al final del todo, se encuentra la caseta del libro solo. Año con año, aunque cambie de ubicación específica, abre puntualmente su toldo y espera calladamente el reconocimiento que le dan sus visitantes. Es el anónimo santuario de los autores que nunca son invitados a esta feria, el destino de los poetas anónimos que se confunden con los lectores en general, hojeando libros en todas las casetas como quien revisa remedios en una herbolaria. La caseta del libro solo es el mínimo homenaje al medio de transporte más barato y el único vehículo capaz de hacernos volar sin alas, volar en el tiempo y desaparecer a la vista de todos. Es el hogar de todos los tiempos, donde la desolada mujer abandonada en un siglo sin colores habla en párrafos con el amante intemporal que la visita de madrugadas, cuando calle el parque.
El libro solo lo escriben todos los niños y ancianos que visitan la feria en El Retiro con un relato en mente, prefigurando las láminas y las páginas de historias que ya llevan inventadas en sueños durante el año para inexplicablemente encontrar que alguien, uno, alguno o ése ha logrado poner en tinta lo que imaginaban. Es el libro de las recetas perdidas de una abuela que enloqueció y la bitácora de los viajes que se inventaba el tío abuelo que pecaba de mitómano; la crónica de un gol que alguien anotó en el minuto 43 de un partido en el patio de un colegio y la vera historia de la conquista de una juguetería. Es el libro de arena que lee la niña guiada por las yemas de los dedos de un ciego que habita una biblioteca quién sabe dónde y la carta desesperada que apareció en medio de la selva, bajo un árbol de berenjenas y esdrújulas.
En sus páginas interminables hay mapas de lugares trastocados por la memoria y planos de ciudades que se han convertido en silencio; los recuerdos de un hombre que caminó toda la vida alrededor de su cama hasta sentir que había descubierto el Polo Norte y la larga canción sin música de un flautista demencial que jura poder hablar con las cigüeñas. Este año, el libro solo trae intacta la memoria de un bosque que habla en follaje todos los idiomas posibles para descifrar qué tan efímera es la palabra felicidad y en su caseta se refugia la íntima etimología de eso que llamamos esperanza porque en la caseta del libro solo se guarda eso tan parecido al sueño que escribimos todos con sólo imaginarlo.
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