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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Democracia descafeinada

Rebajar los proyectos políticos para facilitar el acuerdo es devaluarlo todo: el diálogo, el pacto, la negociación y la propia política. ¿Tienen los partidos algo en positivo que decir sobre los problemas que determinaran el futuro próximo?

Josep Ramoneda

De una reciente conversación con unos amigos empresarios, me quedé con dos frases. Uno de ellos dijo: “En este país tenemos la suerte de que los antisistema se han incorporado al sistema”. Y otro advirtió: “La gran amenaza de la globalización es que Europa derive hacia el autoritarismo”. La avalancha de novedades que el proceso de globalización nos echa encima provoca una disparidad de reacciones difícil de articular: unos optan por el inmovilismo o por dejar que el espontáneo discurrir de las cosas resuelva los problemas, otros responden reactivamente resucitando modelos que vienen de lejos, y algunos anuncian novedades procedentes de los márgenes que no se acaban de concretar. Y mientras la política va adquiriendo una posición subalterna, camino de ser sustituida por el consumo, es decir, en palabras de Byung-Chul Han “por la aclamación del dominio del capital".

Llevamos cuatro meses dando vueltas a la formación de gobierno y ahora volvemos a empezar. La doctrina dominante desde la que se presiona a los partidos para que lleguen a un acuerdo, es que no hay que hablar de orientaciones de fondo, que podrían generar diferencias insalvables, sino de pequeños retoques y reformas que permitan mejorar el funcionamiento de las instituciones. Es decir, en nombre de la regeneración democrática se apuesta contra la democracia. No hablemos de lo conflictivo, porque no nos pondremos de acuerdo. ¿Hay que recordar que, como decía Claude Lefort, la democracia se define “por el enfrentamiento pacífico de las diferencias”?

Descafeinar los proyectos políticos para facilitar el acuerdo es devaluarlo todo: el diálogo, la negociación, el pacto y la propia política. Si los partidos que vienen de los márgenes se han incorporado al sistema, aprovechémoslo para abrir el juego y no para atraparlos en un campo estrechado por el uso de las instituciones por parte de quienes se creían poseerlas en exclusiva. Todo sistema político tiene unos límites, todo interior genera un exterior, pero una sociedad dinámica es aquella que cíclicamente incorpora lo que viene de fuera para ampliar el espacio de lo posible.

¿Para qué? Precisamente para evitar que las fracturas de diversa índole: generacionales, culturales, laborales, territoriales, económicas y morales, se enquisten y conduzcan inevitablemente al autoritarismo posdemocrático, en que la política quede reducida a la función de policía al servicio de intereses de unos pocos convertidos en intereses generales a través de nuevas formas de violencia que penetran en el individuo cada vez más explotador de sí mismo.

¿Algunos de los partidos que se presentan ahora a las elecciones tienen algo en positivo que decir sobre los problemas que determinaran el futuro próximo? Pongamos algún ejemplo. La fractura generacional: la fuerza de los partidos clásicos está en la gente mayor. ¿Es posible confrontar los intereses y construir proyectos que no tengan como objetivo salvar a una generación a costa de condenar a las siguientes? Basta con leer las tripas de cualquier encuesta para saber que el PP vive de los miedos de los mayores de 60 años.

La fractura laboral: repetir que la primera preocupación es el paro y recuperar el empleo es pura demagogia salvo que se afronten las razones por las que este país tiene una brecha laboral descomunal. En Suiza, el 5 de junio se vota en referéndum la renta básica universal. ¿Por qué este debate no está en la agenda política? La cuestión de la emigración se esquiva sistemáticamente y el gobierno se desentiende de la crisis de los refugiados, hasta el punto de impedir a los Comunidades y Ayuntamientos que los acojan. ¿Es la valla de Melilla el horizonte moral de nuestro tiempo como pretende el ministro del Interior?

Si la política democrática debería ser el poder de los que no tienen poder, ¿qué proponen nuestros candidatos para poner límites al enseñoramiento del poder financiero sobre nuestras sociedades? Y si el universo digital es el futuro: ¿cómo se afronta la educación para evitar un nuevo analfabetismo y qué se hace para impedir que en nombre de la transparencia se rompan los muros del espacio privado? En fin, la estructura territorial de España: ¿Hay que seguir dando el no cómo única respuesta a los que piden otro reparto del poder? Se necesitan proyectos políticos para combatir la indolencia y el fatalismo y sacar del atasco a la democracia española.

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