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Rebelión en la perrera

El fracaso de los nuevos cursos de formación para voluntarios enquista las tensiones con la dirección

Un trabajador del Centro de Recogida de Animales traslada a un perro.
Un trabajador del Centro de Recogida de Animales traslada a un perro. JUAN BARBOSA

Tres asociaciones de voluntarios vinculadas al Centro de Acogida de Animales de Compañía de Barcelona (CAACB) están en pie de guerra. Consideran que la dirección les da un trato “injusto, obstructivo y poco respetuoso”. A diferencia de Rebelión en la Granja, la famosa novela de George Orwell, aquí no hay ningún riesgo de que los animales acaben consiguiendo el poder y expulsando a los humanos, pero sí que existe el peligro de que los voluntarios acaben marchando por su propio pie. Y sin ellos, la vida de los animales sería un auténtico tormento.

La Asociación de Voluntarios para la Defensa de los Animales de Barcelona, Futur Animal y la Asociación para la Defensa de los Perros Potencialmente Peligrosos han presentado una queja a la Síndica de Greuges en funciones de la ciudad, Marià Assumpció Vilà, y han mandado una carta a la alcaldesa, Ada Colau, para denunciar la “pésima gestión” que se está haciendo del centro y para advertir que “el voluntariado es una pieza clave para el buen funcionamiento del CAACB”. Las tensiones entre los coordinadores del centro y los voluntarios hace años que duran y las reivindicaciones de los ciudadanos que suben a diario hasta la carretera de la Arrabassada para sacar a pasear a los perros continúan sin resolverse. Algunas son tan básicas como garantizar que todos los animales salgan al menos una vez al día a pasear o que el transporte público llegue hasta el centro con regularidad. Actualmente hay voluntarios que suben caminando.

Pero durante los últimos meses las tensiones han subido de tono. El curso de formación obligatorio para ser voluntario ha sido la gota que ha hecho colmar el vaso. Sólo se puede asistir los miércoles por la mañana, “un horario incompatible con la vida laboral”, según los denunciantes, y una verdadera “restricción” para la incorporación de nuevos ciudadanos. Y lo cierto es que hacen falta. Actualmente hay 160 voluntarios inscritos pero los activos, es decir, los que suben cada día a echar una mano a los trabajadores de la perrera, aunque solo sea un rato, son entre 20 y 25, según la dirección, y una quincena según estas asociaciones. Las dos cifras son insuficientes para los 150 perros que viven, de promedio, en el centro. Casi cada día hay perros que se quedan sin salir de su jaula por falta de manos. Además, los cursos tampoco están funcionando: de las 70 personas que lo han hecho, sólo siete han terminado siendo voluntarias.

Este diario se ha puesto en contacto con diferentes voluntarios y también con un extrabajador del centro, pero ninguno de ellos ha querido que se haga público su nombre por miedo a represalias. Desde el Ayuntamiento, la institución responsable del centro, sostienen en cambio que “hay una relación muy buena con la mayoría de los voluntarios” y atribuyen los problemas a “una minoría”. Las mismas fuentes explicaron que “si no salen todos los perros cada día es porque hay voluntarios que han decidido estar 45 minutos con un solo perro y no sacar a los otros”. El paseo mínimo es de 30 minutos, pero hay que tener en cuenta que sólo para entrar a la jaula, atar al perro y salir de la perrera, se consumen 10 minutos.

Dos vías de presión

Desde el Ayuntamiento de Barcelona recomiendan hablar con la Asociación de Voluntarios y Amigos del CAACB, que es la única entidad que no ha firmado el documento crítico. Su presidente, Ramon Peiró, reconoció que existe “un grupo opositor” que tiene una manera de actuar más directa: “Nosotros vamos más de buen rollo y ellos van a la Síndica”, explicó. A pesar de esta diferencia, las reivindicaciones son las mismas. Peiró también lamentó que no se den “más facilidades a los voluntarios para llegar hasta aquí” y que haya días en que algunos perros no salen a pasear por falta de manos.

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Los voluntarios críticos también denuncian que no se les trata a todos por igual, haciendo honor al último mandamiento de la novela de Orwell: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”.

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