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El enigma de la casa Gralla

La sede de una empresa de seguridad de L’Hospitalet conserva un patio gótico, único vestigio de la espectacular vivienda barcelonesa derribada en 1856

José Ángel Montañés
Patio gótico de la casa Gralla conservado en la sede de Prosegur de L'Hospitalet de Llobregat desde 1996.
Patio gótico de la casa Gralla conservado en la sede de Prosegur de L'Hospitalet de Llobregat desde 1996.Muhba

Si la documentación y las imágenes no hubieran conservado la inverosímil historia de la casa Gralla, un enorme edificio situado en la calle Fortaferrissa de Barcelona hasta que fue derribada en 1856 fruto de la especulación inmobiliaria, habría personas tentadas de asegurar que la historia no es verdadera y que uno de los pocos restos que se conservan, el patio gótico instalado desde 1996 en una nave industrial, sede de la empresa de seguridad Prosegur, situada en el polígono Pedrosa de L’Hospitalet de Llobregat, es falso.

Por suerte, estas imágenes y documentos han perdurado hasta nuestros días y, con ellos, parte de la historia de esta casa que causó admiración a los barceloneses del siglo XVI por ser, sino la primera, una de las que mejor incorporó el rico repertorio de la “moda romana” —el estilo renacentista— en la decoración de puertas y ventanas de su fachada, pese a conservar su organización interior y elementos interiores góticos, como su impresionante patio de esbeltos arcos apuntados. También, para los viajeros que desde entonces visitaron la ciudad y que recogieron en sus crónicas la riqueza de decoración de la vivienda. La exposición La casa Gralla. El periplo de un monumento reconstruye en el Museo de Historia de Barcelona (Muhba) la particular historia de esta casa, itinerante y viajera, los diferentes intentos de montaje y desmontaje que vivió a lo largo de los siglos y plantea muchos enigmas, cómo quién fue el autor de esta fachada única o la posibilidad de que sus piedras se conserven en algún lugar desconocido, puesto que estuvieron a la venta mucho tiempo.

La desaparecida casa Gralla, en un aguafuerte de 1842 de Antoni Roca.
La desaparecida casa Gralla, en un aguafuerte de 1842 de Antoni Roca.Arxiu Històric de Barcelona

“Cuando las piedras fueron desmontadas de forma ordenada y numeradas una a una comenzó un largo periplo que no sabemos cómo acabó”, explica la comisaria de la muestra Judith Urbano, del Grupo de Investigación de Historia, Arquitectura y Diseño de la Universitat Internacional de Catalunya, que muestra por primera vez el cuaderno de notas que realizó el arquitecto Elies Rogent (autor entre otros del edificio histórico de la Universitat de Barcelona) sobre la casa en 1856 mientras se realizaban los trabajos de desmonte y la colección de ocho dibujos de la rica ornamentación de la fachada que hizo el ilustrador y escenógrafo Francesc Soler en 1857, dados por perdidos durante la Guerra Civil, que se pueden ven por primera vez.

¿Cómo pudo desaparecer de un plumazo esta impresionante construcción? “A mitad del siglo XIX la extensión de la casa y su semiabandono hicieron que estuviera en el punto de mira de los especuladores inmobiliarios del momento. Josep Martí la compró a los duques de Medinaceli, sus propietarios de entonces, con la idea de abrir una calle que diera vida a la zona a Portaferrissa y Canuda”, explica Urbano, que señala que, pese a la campaña que se vivió en la prensa para que la casa no se derribara, las obras comenzaron en julio de 1856 y en diciembre concluía el desmontaje de la fachada. “En un momento intermedio se pensó dejar la fachada y crear un pasaje bazar al estilo de los de París, pero el nuevo dueño no lo aceptó". Las piedras de la casa las adquirió un rico indiano de la ciudad, Josep Xifré que quería volver a levantarlas en unos terrenos que tenía en Sant Martí de Provençals (donde ahora está el hospital de Sant Pau). “Una labor que le fue encargada a Rogent que repartió las piedras compradas en tres lugares de la ciudad: en un local, en el claustro de Santa Anna y en el baluarte de Tallers hasta que fueran trasladadas al solar donde iban a ser levantadas de nuevo”, explica Urbano delante del cuaderno de Rogent lleno de números y dibujos de alzados y perspectivas realizados a lápiz.

Tres momentos de representación de las élites

“La casa Gralla es una construcción que desde el primer momento despertó un gran interés para este museo que se ocupa de las realidades materiales y de la representación cultural”, explica Joan Roca, director del Muhba y del proyecto de exposición. “En la actualidad está en cuestión la representación de la ciudad y su paisaje urbano, cómo las instituciones construyen sus edificios y cómo los diferentes agentes urbanos buscan reafirmar su presencia”, explica Roca que destaca tres momentos vinculados con este asunto y la casa Gralla: El primero es a comienzos del siglo XVI cuando Miquel Joan Gralla reformó, entre 1518 y 1531, su casa gótica tras ser reconocido funcionario real. “Celebró el nombramiento buscando un nuevo lenguaje como es el renacimiento para que todo el mundo reconociera su nueva posición”.

El segundo se vive cuando, en el siglo XIX la ciudad busca nuevas formas de representación más práctica. Primero se intenta salvarla cuando se plantea crear un pasaje aprovechando la fachada; luego la familia de indianos de los Xifré compra las piedras para volverla a levantar, buscando un reconocimiento de las élites de la ciudad. Tras unos años, el Brusi, tras recibir un título nobiliario, compró de nuevo, las piedras y hace un segundo intento de reconstruir la casa. “Se repite la historia años después porque el referente de la importancia de la casa Gralla no se ha perdido en la ciudad”.

El tercero, prosigue Roca, tiene que ver con las élites emergentes del último cuarto de siglo XX, cuando una empresa global de origen argentino en el momento que se hace respetable incorpora el patio gótico a su sede.

“La operación de traslado, no sabemos por qué, no fue nada cuidadosa y solo se hizo en parte. Solo se llevaron una parte de las piedras a Sant Martí y el resto quedaron olvidadas a disposición de todo aquel que las quisiera comprar”, explica la experta. El coleccionista Francesc Santacana compró el dintel de la entrada principal que puede verse en el Museu de L’Enrajolada de Martorell y Miquel Coll en 1867 adquirió algunas estructuras de puertas interiores que incorporó a una propiedad suya: la enorme torre Pallaresa de Santa Coloma de Gramenet, recicladas como partes de chimeneas, tal y como ha podido comprobar personalmente Urbano.

El caso es que, tal y como explica la exposición que puede verse en la Capilla de Santa Ágata hasta el 22 de mayo, tras morir Xifré la idea de reconstruir la casa en Sant Martí quedó en nada, sobre todo cuando su hijo puso a la venta la finca, que poco a poco empezaba a ser engullida por el Eixample. En ese momento, otro magnate barcelonés se interesó por estas piedras cargadas de mala suerte: El marques de Brusi las compró en 1881 (25 años después de su desmontaje) y se las llevó a Sant Gervasi para incorporarla a su vivienda, según un proyecto encargado a August Font (arquitecto objeto de estudio de Urbano en su tesis doctoral). “La sorpresa vino cuando a la hora de montar la fachada se comprobó que todo eran arcos, capiteles y columnas y que solo se había comprado el patio gótico”, señala Urbano. “Del resto de piedras nada se sabe. Hay quien ha explicado que sirvieron de relleno de la escollera del puerto, pero es posible que alguien las tenga en su casa de forma inconsciente o incluso consciente y que no haya trascendido hasta ahora”, señala la historiadora.

Y como estas piedras estaban condenadas a no permanecer mucho tiempo en el mismo sitio, en 1959 “los Brusi vendieron los terrenos de la calle Balmes y el patio viajó para conservarlo a un almacén de Cornellà”. Y de ahí a Málaga. “En 1990 una empresa constructora de Mijas lo compró para colocarlo en un palacete de la Costa del Sol; algo que parecer que no acabó prosperando”. Cinco años después lo compró el empresario argentino Octavio Mestre que lo volvió a trasladar a Cataluña para reconstruirlo en la sede de su empresa Prosegur situada en el polígono Pedrosa de L’Hospitalet de Llobregat. Y allí permanece desde 1996 en merecido reposo. Por ahora.

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Sobre la firma

José Ángel Montañés
Redactor de Cultura de EL PAÍS en Cataluña, donde hace el seguimiento de los temas de Arte y Patrimonio. Es licenciado en Prehistoria e Historia Antigua y diplomado en Restauración de Bienes Culturales y autor de libros como 'El niño secreto de los Dalí', publicado en 2020.

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