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¿Caerá Artur Mas?

El método asambleario se ha revelado incapaz de tomar una decisión. A la CUP se le ha caído un mito. La cúpula decidirá finalmente por todos

Enric Company

Todo es muy raro en la política catalana actual. Cuatro fuerzas diferentes han ganado en de votos en las cuatro últimas elecciones. ERC ganó las del Parlamento Europeo. CiU ganó las municipales, aunque perdió la alcaldía de Barcelona. Una alianza independentista, formada por Convergència y ERC ganó las elecciones al Parlament. Y una compleja plataforma surgida de la alianza de ICV con Podemos y dirigida por la nueva alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, acaba de ganar las legislativas.

Nadie sabe cómo va a asentarse esta plataforma, impulsada al principio por Iniciativa Verds y asociada ahora a Podemos. Convergència pretende reconvertirse en otro partido, liquidar la marca que creó Jordi Pujol y ya ha concurrido a las elecciones legislativas sin Unió y bajo otro nombre. Por su parte, el PSC, que fue sostenidamente la primera fuerza en las elecciones legislativas y europeas, la segunda en las autonómicas y municipales y dirigió durante más de treinta años el Ayuntamiento de Barcelona, ya no es nada de todo esto. Ahora es tercera o cuarta fuerza. Y la figura del jefe de la oposición en el Parlamento catalán ha recaído en una diputada de Ciudadanos que reside en Cataluña solo desde 2010.

Más raro aún que todo esto es, sin embargo, que el actual aspirante a la presidencia de la Generalitat, Artur Mas, un correoso político liberal, heredero político de Jordi Pujol, lleve tres meses intentando que los diputados de una amalgama de extrema izquierda, que se autodefine como anticapitalista, las denominadas Candidatures d'Unitat Popular (CUP), le vote en el Parlament la investidura como presidente de la Generalitat. También es muy extraño que Mas haya llegado a esta situación después de haber disuelto el Parlament anticipadamente en dos ocasiones sucesivas, de forma que desde 2010 los catalanes han sido convocados a elecciones autonómicas en tres ocasiones. Tres veces en cinco años.

Esta agitación política tiene dos causas, muy distintas. Una de ellas es el conflicto con el Estado español originado a raíz de la decisión del PP de impugnar ante el Tribunal Constitucional el Estatuto de Autonomía aprobado en 2006 por las Cortes y luego en referéndum por el electorado catalán. De aquella decisión surgieron una serie de acciones y reacciones que han convertido al independentismo en protagonista destacado del escenario político catalán. Aunque es a todas luces incapaz de lograr la creación de un estado catalán, el factor independentista ha desestabilizado a casi todos los partidos, ha trastocado el debate político y ha modificado las alianzas hasta extremos tan insospechados y psicodélicos como la pretendida investidura presidencial de Artur Mas por la CUP.

La otra gran causa de que todo sea tan raro es la oleada de casos de corrupción que ha sacudido a los tres partidos que han gobernado en España en las últimas décadas: PP, CiU y PSOE. El aluvión de asuntos de corrupción ha reducido extraordinariamente la credibilidad de estos tres partidos y ha favorecido la aparición de nuevas fuerzas decididas a sustituirlos. Un nuevo partido centralista y liberal, Ciudadanos, aspira a sustituir al PP; un nuevo partido radical-socialista, Podemos, aspira a sustituir al PSOE; en Cataluña, además de estos movimientos en el sistema general de partidos, ERC aspira a sustituir a la Convergència que Artur Mas pretende ahora transmutar en otra marca.

Este complejo escenario ha ofrecido a los ciudadanos situaciones insólitas. Una de las más espectaculares fue la protagonizada el domingo pasado por más de 3.000 participantes en la asamblea convocada por la CUP para decidir si apoyaba o no la investidura de Artur Mas como presidente de la Generalitat. El empate, con 1515 asistentes a favor y 1515 en contra, ha provocado estupefacción general en propios y extraños. El sistema asambleario, pregonado como el más puro de todos los métodos de decisión, se reveló inútil, incapaz. La cúpula va a decidir, a desempatar. A los asamblearios se les ha caído un mito.

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Ahora la pregunta es: ¿caerá Artur Mas? Porque es obvio que la CUP ha sido ya incapaz de apoyarle y, por tanto, lo más lógico sería que el desempate consistiera, simplemente, en tomar nota de esta situación y validarla en forma de voto negativo en el Parlament. Es también evidente que facilitar la investidura de Mas era lo coherente para los independentistas. Pero esto requería un grado de madurez del colectivo que, de momento, no se da. Aunque, quién sabe, de aquí al dos de enero puede ocurrir cualquier cosa. Todo es muy raro.

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