Una campaña en cinco tableros
Cinco campos de juego para una campaña que ha ido saltando de uno a otro, sin que las alineaciones fueran coincidentes
La política tiende a la polarización: la lucha por el poder es o lo toma o lo deja. La misma lógica democrática que sitúa la frontera del éxito en la mitad más uno de los escaños del Parlamento conduce a la dualidad. La principal novedad de esta campaña electoral es que se ha jugado en muchos tableros a la vez. Estábamos acostumbrados a unas elecciones simples, en torno a la oposición derecha/izquierda y con sólo dos partidos en condiciones de ganar: PP y PSOE. Esta vez se han multiplicado los espacios de confrontación y, con ello, el número de actores con aspiraciones reales a la hora de repartir las cuotas de poder.
Derecha/izquierda, viejos/nuevos, analógicos/digitales, unionistas /soberanistas, e incluso indecentes /decentes. Tablero económico-social, tablero generacional, tablero comunicacional, tablero identitario, tablero de la corrupción. Cinco campos de juego para una campaña que ha ido saltando de uno a otro, sin que las alineaciones de los actores fueran forzosamente coincidentes. A la complejidad del escenario hay que añadir la larga duración de la contienda, en un año cargado de citas electorales. Esta combinación ha dado una campaña distinta y cargada de imprevisibilidad. Se ha pasado del ruido a la pausa con mucha facilidad. De pronto un grupo sentía la necesidad de marcar perfil, subía el tono y se provocaba una aceleración. Después volvía la calma, como si todos tuvieran miedo de meterse en un jardín. Y así hasta que un joven matón, ajeno a la contienda política, arreó un mamporrazo al candidato Rajoy y el ritual de las condenas de todos los partidos puso el punto final.
La dificultad principal ha sido mantenerse de pie en todos los tableros. Ante el contundente ataque de Pedro Sánchez en el debate a dos, Mariano Rajoy montó en cólera porque después de media campaña evitando la corrupción, de pronto caía en la casilla de la indecencia, en el tablero más letal para el PP, despertando en los electores el recuerdo de su conducta impropia en el caso Bárcenas. Y estos rebrotes en la memoria hacen daño.
Moverse en el tablero de lo viejo y lo nuevo requiere sutileza, porque tiene dos planos: el de los partidos emergentes frente a los de siempre, y el de los votantes mayores y jóvenes en una barrera que se sitúa en los 55 años (es decir, entre los que fueron formateados en la dictadura y los que no). Jugar a partido nuevo da dividendos, pero también riesgos. El encanto de la joven muchachada de Ciudadanos, de estilo moderno y bien aliñada, ha decaído porque, después de expandirse rápidamente como un gas que ocupaba espacios abandonados por otros, no ha acabado de solidificar. En el plano de la edad, el PP y el PSOE obsesionados en salvar los muebles con los más fieles han mirado demasiado hacia lo alto de la pirámide y se han desentendido de los de abajo.
Se formará una mayoría de Gobierno y una minoría de oposición
En Cataluña, la confusión de los planos ha sido todavía más evidente. Quien mejor ha sabido optimizarla es En Comú Podem, que se ha hecho con la enseña de la izquierda en el plano social y, al mismo tiempo, ha conseguido penetrar en el espacio soberanista, con la apuesta de Podemos por el referéndum español, todo ello aliñado con el carisma de Ada Colau como telón de fondo. Es el contrario de lo que le ha ocurrido al PSC, que ha perdido su activo principal: la condición de adversario decisivo del PP, al alinearse con Fernández Díaz en el tablero identitario. También Democracia i Llibertat y Esquerra ha sufrido las dificultades para diferenciarse, comprometidos en el plano soberanista a no hacerse daño en beneficio de la opción independentista. Esquerra Republicana se ha desdibujado como opción de izquierdas frente al conservadurismo convergente.
La campaña a muchas bandas se acaba. Cristalizará en un nuevo Parlamento español muy compuesto. Algunos sectores conservadores lo ven como una amenaza de ingobernabilidad. De hecho, es una oportunidad para que el poder legislativo —la representación directa de la ciudadanía— adquiera fuerza y reequilibre un régimen parlamentario demasiado escorado hacia el poder Ejecutivo. La política tiende a la bipolarización. Se formará una mayoría de Gobierno y una minoría de oposición, pero ambas deberán ser plurales. Una sociedad compleja no puede ser representada sólo por dos partidos, siempre los dos mismos.
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