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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La delicuescencia socialista

Su alineación con el bipartidismo y su contribución a bunquerizarlo sitúan al PSOE como representante genuino del régimen agotado, al mismo nivel que el PP. Es difícil ganar desde la oposición sin un proyecto vigoroso

Josep Ramoneda

Las políticas de austeridad expansiva han dejado fracturas profundas en la sociedad; Rajoy llegó con una catarata populista de promesas de las que no ha cumplido ninguna; se ha confirmado que la corrupción era estructural en el PP, con el caso Bárcenas afectando directamente el presidente; el independentismo ha alcanzado en Cataluña cotas jamás soñadas; la quiebra de la cultura de la indiferencia a partir de las movilizaciones de 2011 y su traducción política ha abierto una brecha en las murallas de la partitocracia bipartidista; el PP, con un candidato que lleva décadas en los salones del poder, es el más genuino representante de la llamada vieja política, y ha visto pasar el relevo en la Corona y en la dirección del PSOE y la irrupción de los nuevos liderazgos sin inmutarse, y, por si fuera poco, Rajoy ha perdido la más preciada herencia que le dejó Aznar: el monopolio del voto de la derecha. Con este panorama, el PSOE debería tener las elecciones ganadas. Y, sin embargo, los sondeos le sitúan en camino hacia los peores resultados de su historia.

¿Por qué? El mal del PSOE no es pasajero. La socialdemocracia va a la deriva en toda Europa, incapaz de encontrar una posición propia a la vez creíble y diferenciada de la derecha. Es la consecuencia de los cambios habidos en la estructura de clases de la sociedad, en el peso de la industria en el capitalismo y en las hegemonías ideológicas. La socialdemocracia era fuerte cuando la clase obrera estaba unificada y tenía capacidad de generar una identidad. La industria era la base principal del capitalismo y la empresa su lugar de expresión: los partidos socialdemócratas con la alianza de los sindicatos negociaron con la derecha y el mundo empresarial, condicionados por el fantasma de los regímenes de tipo soviético, un capitalismo domesticado. Gracias a los derechos adquiridos en aquellos años, parte de la clase obrera mutó en clase media y el sistema de intereses se complicó, generando conflictos entre grupos que antes operaban unitariamente, y abriendo brechas entre empleados, parados y precarios.

Se entró en una fase de debilitación y desprestigio del Estado y de lo público y se construyó una hegemonía ideológica sobre la competitividad como modo de estar en el mundo, la cuenta de resultados (personal o empresarial) como medida de todas las cosas, la ineficiencia de lo público, y la meritocracia y el individualismo radical como horizontes morales de nuestro tiempo. La socialdemocracia perdió pie y se puso a rebufo de la derecha. Ahora lo paga. El PSOE es un ejemplo: carece de un discurso para responder a las grandes cuestiones del momento: el crecimiento exponencial de la desigualdad, la crisis del trabajo, las amenazas sobre el Estado del bienestar y la cuestión de la inmigración. Cuando el trabajo es escaso y tenerlo no garantiza unas condiciones de vida digna, el propio sistema pierde legitimidad. Ni siquiera sobre eso tiene la socialdemocracia algo que decir. O es capaz de construir a nivel europeo una alternativa real o su tiempo se acaba.

El PSOE es un ejemplo: carece de un discurso para responder a las grandes cuestiones del momento

Pero el PSOE sufre también problemas específicos del caso español. Su alineación con el bipartidismo y su contribución a bunquerizarlo sitúan al PSOE como representante genuino del régimen agotado, al mismo nivel que el PP, y no contabiliza como factor de cambio. En vez de hacer del pluripartidismo naciente virtud, el PSOE se empeña en destacar su posición de partido de orden, para diferenciarse de los nuevos. Y así no sale de la sombra del PP, que es lo que más daño le hace.

La inseguridad paraliza al PSOE. La última fase de la campaña viene marcada por dos cuestiones clave: el soberanismo catalán y la cuestión yihadista. En ambos casos, el PSOE ha preferido no tener posición propia, parapetarse al lado del Gobierno, con la vana ilusión de evitar el debate. Puede que no se hable de la guerra de Hollande, porque a Rajoy no le interesa, pero el presidente usará la cuestión catalana a tope para dar músculo a su imagen flemática. Y, en este tema, a remolque de Rajoy y Rivera, Sánchez queda planchado, convertido en actor menor, sin voz propia. Es difícil ganar desde la oposición sin un proyecto político vigoroso y el del PSOE es delicuescente.

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