La intimidad en el escenario
Aitor Saraiba ha triunfado con tres novelas gráficas que ahora se han convertido en una obra autobiográfica
De chaval, Aitor Saraiba quería ser el primer heavy gay de la historia, pero Rob Halford, el cantante de Judas Priest, se le adelantó saliendo del armario en 1998. Saraiba tiene otras cosas, por ejemplo un padre que fue legionario. Nació en 1983 en un barrio de Talavera de la Reina llamado Patrocinio y ha vivido en Cuenca, en Los Ángeles y en México. Le gustan los Smiths y el metal más infernal. Ha sufrido y ha amado. Y ha triunfado publicando tres novelas gráficas: El hijo del legionario, Pajarillo y Nada más importa. Ahora, esas tres obras intimistas y autobiográficas han sido llevadas a escena. El resultado es la obra La máquina del tiempo, de la compañía Furia Teatro, que puede verse en la sala Nuev9 Norte todos los viernes hasta fin de año.
¿Cómo es verse a uno mismo en escena, interpretado por un actor? “Pues muy raro, yo me hago diminuto en la butaca y sudo mucho. No es lo mismo escribir y que te lean que revivir las diferentes emociones acompañado del público”, dice Saraiba. Ahí delante, en escena, transcurre la que ha sido su vida. Una vida que, por lo demás, no tiene nada de extraordinario, podría haber sido la de cualquiera, pero que por la magia de la narración y, sobre todo, por la falta de pudor de Saraiba a la hora de abrir su corazón en canal y mostrárselo al prójimo, interesa y emociona. Al que la lee o al que la mira.
“Interpretar a Aitor ha sido complicado, hemos tenido que empezar a pensar en él como en un personaje más que como en una persona real”, cuenta su amigo Víctor Tamarit, director de la obra y alter ego en escena. “En el lado bueno está que tenemos muchas cosas en común y me identifico mucho con él”.
Es una obra de una sencillez desarmante que busca hacer lo máximo con lo mínimo. “Aitor y yo compartimos el lenguaje de la imagen”, explica Tamarit, “así que hemos utilizado una escenografía muy sencilla en la que solo usamos lo que realmente necesitamos, haciendo que todo sea metáfora de otra cosa”. Una nutrida colección de lápices de colores es omnipresente en la función, así como algunas máscaras y telas creadas por el propio artista, haciendo que, de alguna manera, la obra sea una traducción escénica de lo que son las novelas gráficas. Con ese contraste, marca de la casa, entre la ingenuidad de los dibujos y lo tremendo de lo que cuentan. La actriz Gabriela Albanese acompaña interpretando a todos los demás personajes que han acompañado a Saraiba en su periplo vital y la historia es acompañada por las melodías arrastradas y solemnes de la guitarra eléctrica de Marco Torremocha. “Jugamos con la imaginación del espectador, para que se venga a jugar con nosotros”, dice el director.
“Me fascinan las artes escénicas, en las que soy un intruso, por esa capacidad que tienen de expresar algo sin crear un objeto, solo con la voz y el cuerpo. Que sea un arte efímero”, opina el dibujante. El único problema es que, para hacerlo todavía más verosímil, ha cedido varias de su prendas de ropa para que se utilicen en la función. Por ejemplo, una camiseta de The Cure o un chaleco vaquero lleno de tachuelas y parches de bandas de black metal. “Ahora ya no sé qué ponerme”, bromea.
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