_
_
_
_

Miseria con bandera española

Crece en Madrid una mendicidad que usa la nacionalidad como reclamo frente al extranjero

Un hombre ofrece kleenex a los conductores entre banderitas españolas en el paseo de la Castellana.
Un hombre ofrece kleenex a los conductores entre banderitas españolas en el paseo de la Castellana.samuel sánchez

Para colocar su cartón y el cesto de las limosnas, J. — “andaluz de la provincia de Cádiz, 51 años y ni un detalle más”— se buscó el tramo peatonal de una de las calles más transitadas de Madrid. En él, apoyado al lado del escaparate de una tienda de moda en Fuencarral, se lee: “Soy español, tengo una hija de siete años, necesito trabajo, no tengo agua ni luz. Humanidad, por favor, te puede pasar a ti. Juro que es verdad”. Del letrero cuelga con una pinza el libro de familia con una banderita española ribeteada.

J. vigilaba una urbanización de lujo en Villanueva del Pardillo hasta hace año y medio, que cayó en un ERE. Desde entonces ha cobrado 750 euros por 250 horas de guardia en una obra. Y nada más. J. cree que su competencia tanto para encontrar trabajo como para recibir limosna son los extranjeros. Los rumanos, para más señas. “Lo sabes cuando vas a pedir trabajo y te dicen que por tu sueldo contratan a dos inmigrantes”. Por eso lo de español en el cartel. Lleva dos horas y media viendo pasar a gente. Ha recaudado 1,60 euros. María, 46 años, en paro desde que hace dos años y medio su sindicato le aplicó la reforma laboral, interrumpe la conversación. “Toma esto para tu niña”. Entrega una bolsa con un cuaderno, un bolígrafo y un llavero. Cuando se aleja, explica que tras su donación no hay nacionalismo alguno. Que ve a J. cada día y sabe que lo necesita.

El de Fuencarral no es el único cartel de ese estilo. En el cruce de la carretera de Castilla con Ruperto Chapí, donde confluyen algunas de las principales arterias de entrada a Madrid, en hora punta se sitúa M. ante una pancartilla que recuerda que él, a diferencia de sus vecinos que limpian parabrisas cuando los semáforos de la gigantesca rotonda se ponen en rojo, es nacional.

El mismo tipo de mensajes prolifera en otras plazas y calles de la capital, donde vagan unos 3.000 sin techo, según el censo aproximado de las ONG que los atienden. Las 1.500 plazas en los albergues mantienen una ocupación del 90%. Los diferentes servicios de Cáritas atienden a 1.808 personas, según la memoria de 2014.

“Esa caridad es fruto de la cultura católica”

Los sociólogos consultados sostienen que la costumbre de dar limosnas a los testigos hunde sus raíces “en la caridad de la tradición católica”, más presente en España que en otros países europeos. Para probarlo exponen cifras sobre las distintas formas de solidaridad y el bajo porcentaje de la población española que colabora con ONG.

Tan sólo el 19% de los españoles colabora con alguna de estas entidades sociales. La cifra es tres veces inferior a las de Francia o Reino Unido. De estos donantes, sólo el 9% lo hacen de forma regular y el resto corresponden a donaciones o campañas excepcionales.

El investigador Pedro Cabrera pide no obstante no equiparar pobreza y mendicidad, porque en estos años hay muchas personas en dificultades que lo viven entre las cuatro paredes de sus casas.

Ese racismo de baja intensidad no ha ido a más por mucho que hace unos meses un grupo de jóvenes de ultraderecha montase en Tetuán un hogar para atender solo las necesidades de españoles, que finalmente fue desalojado.

Jesús Sandín es técnico de atención a personas sin hogar de la ONG Solidarios para el Desarrollo que acompaña a colectivos excluidos. Lleva ocho años trabajando en la calle y en este tiempo ha visto cambiar el discurso y las actitudes en lo más duro de la crisis. “Es una consecuencia lógica de esa idea que una parte de la sociedad está extendiendo y que se resume en la frase ‘primero los españoles’. Hace dos años vi por primera vez a jóvenes de ultraderecha llevando comida solo a indigentes españoles. También hay gente con la mejor voluntad de ayudar que hace esa diferenciación injusta”.

“Es como si se quisiese reivindicar la marca España de la pobreza”, sostiene Francisco Javier Rubio Arribas, sociólogo y autor de varios estudios sobre xenofobia laboral y desempleo. Habla de lo que ha visto con sus propios ojos: “Personas con carteles reivindican ser españolas, se aprenden unas cuantas palabras e imitan el acento, pero ni siquiera lo son”.

El fenómeno se multiplica en las calles de Madrid pero se está dando en toda Europa, alertan los investigadores que han estudiado el avance de la xenofobia en periodos de recesión económica y observan el crecimiento de los partidos nazis en Francia, Grecia y Alemania. Los sociólogos citan un estudio de la Universidad de Bergen, en Noruega, que analizó la década pasada las razones de los ciudadanos que colaboraban con ONG internacionales y las de aquellos que preferían implicarse con las de su país. La investigación concluyó que los perfiles y motivaciones son distintos: en el caso de las aportaciones a ONG locales se daban argumentos xenófobos y de miedo, que no figuraban entre quienes colaboraban con entidades internacionales.

En la mediana que divide los diez carriles de tráfico, justo en el cruce de la Castellana con la plaza de San Juan de la Cruz, un anciano también sin nombre extiende una bandera española sobre el césped mientras clava otras cinco y despliega 116 paquetes de pañuelos de papel del Dia. Está ahí cada día laborable con su jersey raído, su cojera en la pierna derecha y sus tarteras, para vender kleenex a los conductores de los atascos. Pide “la voluntad” mientras explica que lo de las banderas sirve para aclarar que no tiene nada que ver con “los de allí abajo”. Los de allí abajo son otros mendigos rumanos que se instalan en semáforos. El hombre cuenta que tiene casa, una pensión de 637 euros y que con los pañuelos se saca un extra —que evita detallar— para llegar a final de mes. “Desde que tengo las banderas, la gente ya no sube la ventanilla al verme. Saben que soy español, no tiene miedo”, dice.

Por delante de él cruza Sergio, 83 años, vecino del barrio que viste corbata, sombrero y abrigo pese al sol de mediodía: “No sé si ese hombre se siente español o si trata de comercializar con la bandera porque es cierto que hay que ser solidarios con todos pero también es lógico que la gente quiera empezar por lo de aquí”. Saca el tema de Cataluña, pero concluye: “Afortunadamente, aún hay mucha gente que se siente española”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_