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Columna
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Puerta del Sol

Camine directamente hacia los ojos del hombre que viene de frente. Lleva boina calada ligeramente de lado y la mirada parece ver algo a nuestras espaldas. Es como si nos traspasara con la mirilla acuosa de sus ojitos azulados. Con las manos a la espalda, viene hablando solo y a párrafos lentos. De pronto, parece fijarse en uno y todo se vuelve de blanco y negro. Ha entrado usted instantáneamente en una escena de vieja película de Paco Martínez Soria y el coche imposible que cruza por esa calle ahora peatonal parece un Seat del siglo pasado. Intente alejarse y buscar refugio en algún portal cercano como para cubrirse de esa llovizna que parece pelusa de gato y a la puerta llega un hombre que aplaude dando voces en voz alta, llamando al sereno anacrónico, de vuelta de una juerga imposible de verificar.

Bienvenido a la dimensión desconocida de este Madrid cinematográfico que se proyecta todos los días en diferentes horarios, con los diálogos doblados al español. Mire al espía que pasa del brazo de una rubia que esconde su cabellera bajo una perfecta pañoleta de seda sin colores; oiga el murmullo de una copla que cantaba la abuela cuando planchaba en la cocina recién estrenada. Lleva usted prisa sin saber si es por ganar la última teja expuesta en la vitrina de la Mallorquina o subir por la Montera para un décimo de Doña Manolita, pero esa prisa falsa se eriza en la piel sin miedo. Digiera las risitas de un corro de colegialas que parecen clonadas, moviéndose al unísono, tomadas de los brazos con sus falditas al vuelo y en el aire parece palpable un olor más acentuado de diésel y tabaco, agua de colonia y jazmín.

El cielo parece entonces cobrar colores al óleo, pintados por Velázquez, en un ayer que antecede la presencia increíble de una pareja de guardias civiles con capa, en silenciosa procesión tras un trío de monjas de anchas tocas como alas y un fraile de mirada en blanco. Van sin ver el hermoso escándalo de una minifalda que recorta las piernas en mármol de una muñeca que parece exagerar el tranco de sus botas blancas acharoladas abriendo los brazos para que la bese, como quien no quiere la cosa, el psicodélico galán de gafas azules, fleco a go-gó y cuello Mao.

Mañana por la mañana verá usted cruzar por esta misma plaza al fantasma de un hombre gordo que repite de memoria pasajes recién traducidos de Las mil y una noches, del brazo de un joven de pajarita, chaleco con leontina discreta y mirada estrábica o quizá le toque cruzar este mismo espacio mirando exactamente lo de hoy… porque todos los tiempos caben y se cruzan aquí por donde entra y sale el reloj más puntual del planeta.

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