_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los 25 años de la UPF

Nos iría mejor si el poder real en las universidades estuviera más repartido entre el Gobierno de turno, los funcionarios universitarios y la sociedad civil

Pablo Salvador Coderch

Desmemoriado, solo me acordé del 25 aniversario de las primeras clases de la entonces nueva Universitat Pompeu Fabra cuando recibí una invitación de mi rector a cenar para celebrarlo este mes de octubre. La conmemoración es acaso prematura. 250 años de historia, no 25, permiten cavilar si una universidad ha aportado algo realmente valioso a la cultura perdurable. Cierto, las evaluaciones científicas necesitan menos tiempo, pero 25 años son todavía insuficientes: la edad media de un premio Nobel de física es de 55 años, 58 en los casos de química o fisiología y medicina. Nuestros primeros alumnos andarán ahora por los 43. Y, aún más básico, los abogados sabemos que nadie es buen juez de su propia causa: ¿cómo podría yo evaluar una universidad en la que me he dejado mi madurez? Solo puedo cantarla y pedir ayuda para otros.

Enric Argullol, el primer rector de la UPF, hizo bien casi todo lo fundamental: él escogió a los fundadores y allí estaban cenando, por ejemplo, el primer jurista de Cataluña —quien es además el más cortés de España— y su economista senior más sustancial, un antiguo catedrático en Berkeley y en Harvard, todavía conseller en funciones. Argullol solo se equivocó con quien escribe esto, dicho sea sin fingida modestia.

La UPF se fundó con vocación de influir en las ciencias sociales. Enseguida se propuso hacerlo sobre las ciencias de la vida. Finalmente, atacó las tecnologías, aunque nunca osó afrontar los retos de las ciencias duras de la naturaleza. Nuestros vecinos nos abrumaban, son muy buenos en física por ejemplo. Las promociones de estudiantes que un año tras otro eligen la UPF la retratan mejor que sus profesores: hay seis estudios con nota de corte de selectividad de 11,50 o más. Es un indicador útil aunque sesgado, pues la nota de corte, es decir, la calificación del último de la lista de los nuevos alumnos admitidos de primero en cada estudio, depende del número de plazas ofrecidas por la universidad y, luego, hay estudios muy buenos, pero poco solicitados. En todo caso, si una universidad programa una carrera que también ofrecen otras, pero por la cual no opta casi nadie con buenas notas, debería hacérselo mirar. Falta dinero, pero bastante del que tenemos lo tiramos.

Luego, a la UPF le ocurre un poco como a la ciudad de Barcelona, pues puede fácilmente descentrarse derivando hacia una “universidad objeto”. Más del 60% de los estudiantes extranjeros que acoge la UPF vienen a unos cursillos de tres meses fugaces y fascinantes, que esta ciudad es fabulosa y más si tienes dieciocho o veinte años. Será manía de profesor viejo, pero queriéndolos mucho a todos, prefiero a quien viene a Barcelona a estudiar para aprender saberes sustanciosos o prácticos que a quien lo hace para hacer turismo cultural y vital.

Finalmente, mi universidad, como probablemente todas las demás universidades públicas —en España hay unas cincuenta, además de treinta y algunas privadas— es cautiva de sus funcionarios. Esto se ha notado mucho en los años de hierro de la crisis, pues a los funcionarios universitarios solo nos han reducido el sueldo. En todo lo demás somos intangibles. El peso de los recortes ha recaído en mayor medida en los más pobres de entre quienes trabajan en la universidad, en los empleados de empresas subcontratadas de limpieza o similares que cumplen con sus tareas cada día junto a nosotros los brahmanes, pero que son invisibles. Las universidades han reducido mucho las partidas presupuestarias de los invisibles, pues podían hacerlo. El resultado ha sido pavoroso, sobre todo porque esta gente no puede ni quejarse, carece de toda representación en un claustro universitario. También han pagado más que nosotros los antiguos profesores asociados cuyos contratos no han sido renovados o los jóvenes o post-jóvenes profesores no funcionarios, cuyas carreras han sido congeladas nada más empezar. Si la cultura necesita un cuarto de milenio para evaluarse y la ciencia medio siglo, las políticas sociales se sufren cada día.

Por eso acabo con un canto a la política. Nos iría mejor si el poder real en las universidades estuviera más repartido entre el Gobierno de turno, los funcionarios universitarios y la sociedad civil. Uno de los dos o tres mejores sistemas universitarios públicos del mundo es el de la University of California y allí el gobernador del Estado nombra al presidente de su board of regents para un mandato de 12 años, como también ocurre con 18 de sus 26 miembros. En Cataluña, es una reforma viable.

Pablo Salvador Coderch es catedrático de Derecho Civil de la UPF

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_