‘Nabucco’, ópera política
El estreno, hace más de 170 años, de 'Nabucco' en la Scala de Milán convirtió de la noche a la mañana a Verdi, de un desconocido en un héroe nacional
El estreno, hace más de 170 años, de Nabucco en la Scala de Milán convirtió de la noche a la mañana a Verdi, absolutamente desconocido hasta entonces, en un héroe nacional.
El público italiano quiso ver en la lucha del pueblo hebreo por liberarse del yugo asirio, narrada en la ópera, un trasunto de sus propias aspiraciones de libertad frente a la dominación austriaca. El coro Va pensiero se convirtió en una especie de himno nacional oficioso y Verdi en un campeón de la libertad.
El polvo de los años no ha mermado la fuerza política reivindicativa de Va pensiero. En 2011, en un acto emocionante (documentado y fácilmente recuperable a través de internet) el público de Roma, arengado desde el podio orquestal por Riccardo Mutti, que afirmó, en plena representación de Nabucco, que su patria estaría verdaderamente "bella e perduta" si seguían los recortes en cultura, le cantó, puesto en pie, Va pensiero al gobierno italiano en pleno que estaba en el palco de honor.
Nabucco de Giuseppe Verdi
Nabucco de Giuseppe Verdi. Ambrogio Maestri, barítono. Martina Serafin, soprano. Vitalij Kowaljow, bajo, Roberto De Biasio, tenor. Mariana Pizzolatto, mezzosoprano. Alessandro Guerzoni, bajo. Javier Palacios, tenor. Anna Puche, soprano. Orquesta Sinfónica del Gran Teatro del Liceo. Daniel Oren, dirección musical. Daniele Abbado, dirección escénica. Coproducción del Gran Teatre del LIceu, Fondazione Teatro alla Scala (Milán), Royal Opera House Covent Garden (Londres) Lyric Opera of Chicago. Gran Teatro del Liceo. Barcelona, 7 de octubre.
Nabucco, un farragoso drama bíblico de ambición, poder, lucha contra la opresión, con, por el mismo precio, una historia de amor muy torpemente contada por el libretista, don Temistocle Solera, nació, sin que ese fuera su objetivo, como ópera política y hoy lo sigue siendo.
Para empezar, a la entrada del Liceo, un nutrido grupo de trabajadores del teatro expresaban su protesta por no haber cobrado unas pagas extras y anunciaban una huelga para Benvenuto Cellini, el próximo título a representar a principios de noviembre en el teatro.
En el interior, en los palcos de protocolo, Artur Mas y casi todos los protagonistas de la agitada vida política catalana aguardaban a que empezara la obra. Una voz gritó entonces "Visca el President!" y el teatro prorrumpió en aplausos, bastante generalizados y prolongados. Una vez acallados, otra voz gritó "Pilotes!" y siguió otra salva de aplausos, menor y más corta. El balance entre unos aplausos y otros no fue esencialmente diferente del resultado de las últimas elecciones catalanas.
Por fin pudo empezar esa ópera política que es Nabucco.
Se había anunciado que la acción de la obra, que originalmente transcurre en tiempos bíblicos, había sido trasladada al momento del holocausto judío del siglo XX. Se temía lo peor: Nabucco disfrazado de jerarca nazi, campos de concentración, pijamas de rayas y toda suerte de desaguisados oportunistas. Por suerte no fue así, la única referencia al holocausto era lejana, un vestuario que remitía a los años treinta del siglo pasado y nada más. Todo lo demás, muy limpio, abstracto y sobrio -pobre, sugirieron algunos-.
La dirección de actores era cuidada, pensada y significativa. El mayor acierto estuvo en el tratamiento del personaje de Abigaille. Presentada habitualmente como un abismo de maldad en perpetuo ataque de histeria, aquí, sin embargo, por la inteligencia de Daniele Abbado, el director y la sabiduría y experiencia de Martina Serafin, la cantante, Abigaille era una mujer despechada que se siente triplemente traicionada por su amado, su hermana y su padre y convierte muy humanamente todo ese despecho en ambición y furia destructiva.
Es difícil conseguir que el coro no se convierta en una masa anónima, una especie de ballena atontada que deambula torpemente por el escenario, la dirección escénica lo consiguió y ya desde el primer coro se consiguió que el movimiento escénico insuflara vida y tensión dramática a un texto que era puro cartón piedra.
Musicalmente Nabucco se saldó a buen nivel. Daniel Oren, especialista en este título, atronó un poco con la orquesta , pero sacó muy bien una partitura difícil repleta de peligrosos concertantes con coro que consiguió cuadrar perfectamente en casi todas las ocasiones, la orquesta le sonó muy bien y él fue el intérprete individual más ovacionado de la noche. Hacía años que tal circunstancia no se daba en el Liceo. El coro, primordial en Nabucco, fue el otro gran triunfador. Va pensiero no fue lo que mejor salió, pero como es la pieza más famosa, el entusiasmo del público se desbordó, pidió bis y, sorprendentemente fue concedido. Otra efeméride, un bis del coro, que hacía mucho tiempo que no se daba en el Liceo.
Martina Serafin pudo muy bien con un papel vocalmente imposible como el de Abigaille que exige saltos escalofriantes, potencia, acrobacias y una resistencia atlética y fue premiada por ello.
Ambrogio Maestri casi pudo con Nabucco, a su voz le falta un poco de proyección, pero canta con estilo y elegancia. Quiso administrar las fuerzas pero aún así, al llegar al célebre Dio di Giuda, un aria de terrible dificultad aparecía exhausto y tuvo problemas en el aria y en la cabaletta que sigue.
Bien, sin ningún problema Vitalij Kowaljow en el papel de Zaccaria, el sumo sacerdote, si sus graves hubieran sido más potentes y cavernosos aún habría parecido más "sumo".
Bien también la mezzosoprano Marianna Pizzolato en el papel de Fenena, hermana de Abigaille, un papel ingrato dramática y musicalmente pues no ofrece muchas posibilidades de lucimiento. Escaso, pero correcto, Roberto De Biasio en el personaje de Ismaele, el tenor doblemente amado por Fenena y Abigaille, un papel aún más ingrato en todos los aspectos que el anterior pues nunca se sabe exactamente que está haciendo el pobre hombre en el escenario y no por culpa del artista sino del libretista.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.