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Los ricos también votan

Sant Cugat es una de las ciudades más caras de España y más convergentes de Cataluña

Lo dicen todos los culebrones: los ricos también votan. La diferencia, por lo menos en Sant Cugat del Vallès, es que aquí se despiertan, pero no se levantan. 9.00 h. Estación de los Ferrocarriles Catalanes. Plaza de Lluís Millet (músico y bisabuelo). A estas horas, lo único que se ve en la calle es gente haciendo footing. Pero este es un correr ajardinado, que recuerda que lo verde empieza en Collserola. Estamos en una de las ciudades más caras de España y más convergentes de Cataluña. Una de las ciudades catalanas grandes (87.000 habitantes) donde la consulta de diciembre de 2009 manifestó un éxito arrollador. Participó un 25% y salió más de un 90% de síes. Pero entonces todavía estaba empezando todo. Ahora, en las municipales de 2015, además de mantenerse como ciudad dirigida por los convergentes, ha elevado a la CUP a segunda fuerza política. 29 colegios electorales repartidos en 48 km2, esto es lo que hoy hay en la calle. Pero el personal está haciendo footing por sus caminos rebosantes de ecología para clases acomodadas.

En Sant Cugat se vota, por ejemplo, aquí, en el Archivo Nacional de Catalunya. Pasan 20 minutos de las nueve y no se ve más elector que a un hombre con un perro y la tarjeta electoral asomándole por un bolsillo del culo de los pantalones. Los apoderados, todos son del Junts pel Sí, dicen que al abrir había venido mucha gente, pero que ya se ha ido... También se vota, en este barrio de Mira-Sol, en la Escuela de Arquitectura. Cinco apoderados de Junts pel Sí y dos de la Cup, y un hombre con bigote y pantalones cortos que pega con la lengua el sobre donde ha metido la papeleta. Es el único votante en ese instante. Cerca están jugando al fútbol. No hay prisa por ganar el partido, o la partida.

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De una manera parecida a las películas de Shyamalan, se intuye que si no está pasando nada es porque va a pasar algo muy gordo. Lo dice el bosque. Y el cielo gris lleno de esa lluvia que no va a caer nunca, si acaso un chispeo.

En Mira-Sol también se vota en su centro cultural. Aquí llega, a la diez en punto, Raül Romeva, el cabeza de lista de Junts pel Sí. Una brigada municipal ha blanqueado antes unas pintadas españolistas que aparecieron por la mañana. A eso se le llama actuar rápidamente. Romeva no tiene que hacer cola porque todavía no ha salido a votar el mogollón que se va a ver por todo Sant Cugat a partir de la una de la tarde. Romeva llega a pie, seguido de un microbús donde viajan las delegaciones extranjeras. Van envueltos en banderas de Bretaña, de Flandes, del Quebec. Romeva vota, se gira y sonríe para las cámaras y se deja hacer fotos con unas admiradoras. Antes de irse, les dice en francés a los de Quebec: “espero que la próxima vez sea en vuestra casa”.

Todavía parece una jornada electoral normal y corriente. De esas en que la gente tiene cosas mejores que hacer que ir a votar. Han dado las 11 horas. En el corazón urbano de Sant Cugat, entre su monasterio medieval y el museo dedicado a Marilyn Monroe de la esquina de frente, la gente baila sardanas bajo esteladas. Se respira en la plaza una Cataluña tranquila, en la que al personal no le va mal en la vida. La tenora hace sonar su melancolía de gramófono, y le da a la burguesía una voz payesa que simboliza una tierra que no han trabajado desde hace dos siglos. Desde que se inventó la sardana.

Poco a poco, empieza a salir el gentío. Ya hay revuelo en las urnas del pabellón polideportivo. Acaba de llegar el cartero con una remesa abultada de votos por correo. Dice que nunca había traído tantos. Una mujer visiblemente mayor, pero sobre todo visiblemente burguesa, quiere meter en la urna una tarjeta censal. Protesta en castellano y discute con su marido en catalán. No es que no haya votado nunca y no sepa. Al contrario, sabe, y ambos han votado siempre a Cataluña y jamás le han fallado a Artur Mas. La mujer da al fin con la papeleta de Junts Pel Sí y vuelve a la urna. Ella es de Aragón, pero lleva 40 años en Barcelona. Están los dos retirados. El marido tuvo una casa de cambio de moneda extranjera, y también probó fortuna con una fábrica de género de punto en el propio Sant Cugat. Ella explica que cuando empezaron no tenían nada y unos señores muy importantes de Banca Catalana les invitaban todas las semanas a cenar. Él dice que ya está harto de ser una colonia. La gente está acudiendo a votar en firme: se ve en esa multitud formada por clases acomodadas. Todos a la calle, a la hora prudente de salir a la calle. Después de quemar unas calorías. Ni siquiera dentro de El Mesón (ventiladores dorados, vigas de madera, lámparas como antorchas, casticismo mesetario) hay clientes. Está todo el mundo en la terraza tomando café con leche.

La sardana es el café con leche de la cultura catalana. Pega muy bien con la magdalena o con los melindros. La gente la baila ante el monasterio. Un matrimonio la baila exclusivamente para sí mismo, como en la intimidad de un dancing de cine negro. En medio de la plaza vende globos una gitana portuguesa. Gorda de pueblo, vestida de luto, recogido el pelo en moño. Ha venido desde el barrio de Can Palet, en Terrassa, y dice que prefiere vender globos a vender banderas porque lo de las banderas es una vez al año y así no hay negocio.

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