Viejos y nuevos principios
CDC vive un acelerado cambio de principios y formas. Crea un día para homenajear a las víctimas del franquismo y su candidatura copia el exitoso formato electoral de Colau
Los movimientos tectónicos en la sociedad catalana están provocando que algunos partidos arrinconen viejos principios ideológicos de los que habían hecho bandera y, como buenos conversos, exhiban con firmeza su recién adquirida fe. Y entre tanto cristiano nuevo, asoma la cabeza el Gobierno catalán, que en su última reunión decidió fijar el próximo 15 de octubre —la fecha del fusilamiento del presidente Lluís Companys— como día de homenaje a los represaliados del franquismo.
No es ningún secreto que el presidente de la Generalitat ejecutado por Franco nunca encontró su lugar en las hornacinas de la devoción convergente. Encarcelado tras la Semana Trágica, republicano radical, a ratos muy español, amigo y abogado de anarquistas, el presidente que proclamó el Estat Català en 1934 —contra el Gobierno “monarquizante y fascista” de la CEDA— siempre ha sido un hombre con escaso pedigrí a los ojos del nacionalismo de orden. Por eso, por lo que encarnaba, Convergència ha mantenido históricamente sus distancias hacía Companys.
El convulso, acelerado y exitoso cambio de principios que vive el viejo nacionalismo parece que no llega más allá del barniz de la nave. Y en el interior, en la sala de máquinas, todo sigue igual. No es fácil pasar de Prat de la Riba a Camus sin estaciones intermedias.
Su fusilamiento por Franco en 1940 —tras ser entregado por los nazis y siendo presidente de la Generalitat en el exilio— lo redimió en parte de sus “errores”. Pero Convergència siempre lo ha reivindicado con la boca pequeña y lo ha conmemorado en actos de perfil bajo. Este año, sin embargo, ha decidido adoptar a Companys como represaliado de cabecera. El auge del independentismo es el artífice de esta nueva CDC rebelde, que ha logrado sin refundación enterrar su historial de corrupción y olvidar el viejo nacionalismo pujolista.
El propio Mas en un artículo en Libération recordaba el pasado mes de agosto a Companys, el “único presidente democráticamente elegido fusilado durante la Segunda Guerra Mundial”. Y, hace unos días era su Gobierno el que proclamaba el antes citado 15 de octubre de 2015 día nacional en memoria de las víctimas de la guerra civil y de la represión de la dictadura franquista.
En la estela de Albert Camus, Convergència se ha apuntado a la reivindicación de Companys. Atrás ha quedado la etapa en la que el Gobierno de Mas recortó un 43% el presupuesto del Memorial Democrático, creado por el Tripartito y hoy prácticamente desmantelado. No había interés por la memoria reciente, especialmente del periodo republicano en la CDC de 2011. Eso al menos se deduce del olvido del 80 aniversario de esa II República por la que luchó Companys o el haber pasado de puntillas —valga el eufemismo— por el 75 aniversario de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona. Enfrascados como estaban preparando los fastos para los muertos de guerras borbónicas de hace 300 años, se olvidaron de los más recientes, aquellos que Albert Camus recordaba en sus artículos en Combat y a favor de los cuales había dedicado su vida Companys.
En esa precipitada ceremonia de búsqueda de unos principios por otros más crujientes y recién salidos del horno, Convergència ha dado muestras de gran maestría: no solo por la jugada política de Junts pel Sí, sino por la inmersión en los formatos exitosos utilizados por Barcelona en Comú en la pasada campaña electoral de las municipales y que le dieron la alcaldía de Barcelona a Ada Colau. Eso sí, sin engorrosas primarias ni interminables asambleas. Solo interesa que la fórmula magistral dé el poder.
La carrera hacia los principios cambiantes afecta, como no, a los temas sociales. Junts pel Sí ha recuperado para su programa el decreto de pobreza energética recurrido con proverbial inteligencia política por el Partido Popular ante el Tribunal Constitucional, aduciendo invasión competencial. De esa iniciativa que el PP sirvió en bandeja se hizo bandera para decir: “No nos dejan ni ayudar a nuestros pobres”. Pero lo cierto es que ni a nuestros pobres les gusta un decreto como el aprobado por el Gobierno catalán. Las entidades sociales ha criticado repetidamente un texto cuya virtud radica, bajo unas condiciones draconianas, en congelar la deuda del invierno hasta la primavera siguiente. Para hacerse una idea, al decreto se acogieron 895 familias en toda Cataluña y sólo en 2013 el Ayuntamiento de Barcelona ayudó por este concepto a 2.842 familias.
El convulso, acelerado y exitoso cambio de principios que vive el viejo nacionalismo parece que no llega más allá del barniz de la nave. Y en el interior, en la sala de máquinas, todo sigue igual. No es fácil pasar de Prat de la Riba a Camus sin estaciones intermedias.
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