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Caricias y calambres en el Tibidabo

El concierto de Yo la Tengo hizo innecesarias las vistas

Hubo suerte, y lo que pintaba desastre con posible anulación por lluvia del último concierto, el de Yo La tengo, los cabezas de cartel, se quedó "simplemente" en un patinazo ante apenas trescientas personas que, eso sí, se llevó por delante la actuación de Rafael Berrio, anulada por lluvia. La perseverancia contumaz de acudir al festival como propuesta de música en directo seguirá sin embargo abriéndose camino pues lo importante no parece ya la propia música, sino el lugar en el que ésta se presenta, en este caso un parque de atracciones. Esperemos pues festivales de música bajo el agua, dentro una cúpula por encima de la cual nadarán sepias y merluzas mientras el público escucha a los Beach Boys. El Tibidabo Live Festival, más que un festival dos cabezas de cartel con teloneros, ofrecía vistas, preciosas claro está, pero incluso con buen tiempo parece poco objetable que el lugar natural de una banda como Yo La Tengo es un club, máxime considerando la precaria producción desplegada en el parque. En suma, las salas serán un lugar dentro de poco tan exótico como un concierto de Sigur Rós en el castillo de Puertomingalvo.

Pero aunque hoy se compre la fruta por el color de la bolsa, Yo La Tengo sigue imponiéndose al contexto. Esta Santísima Trinidad en la que se cambian papeles y el Padre hace de Espíritu Santo y el Hijo de Padre, mezclaron con suavidad y sabiduría el registro del rock con acoples, From a Motel 6, la letanía sostenida por un bajo repitiendo el mismo dibujo por diez minutos, Pass The Hatchet,  la caricia en forma de medio tiempo, Stockholm Syndrome o las versiones para derretir el hielo con ella, Georgia Hubley, la batería, regalando con su voz delicias como My Heart's Not In It, de la oscura Darlene McCrea. Sin ser extraordinarios instrumentistas, sin ir más lejos Georgia toca la batería sólo con tesón, Yo La Tengo son una máquina de rock abierto a los matices, a diversos estados de crispación y a varias maneras de acunar la belleza. Realmente valió la pena su estupendo concierto, tan estupendo que no fue necesario mirar cómo la ciudad titilaba allá abajo y la luna, entre amarilla y naranja, se sumaba a la postal.

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