El relato nacional
El MNAC mismo es un buen relato del país: desde el edificio fuera de época ya en 1929 hasta la restauración eterna de la arquitecta de prestigio que no entiende el encargo
Escucho en Arts Santa Mònica la explicación de un nuevo proyecto. Santa Mònica es un lugar secreto: pasan cosas interesantes pero no para los turistas y al final resulta que entra poca gente. Las paradojas de la Rambla: no queremos cederla tan fácilmente pero como nos molesta esa presencia continuada de chancleta y selfie, le damos la espalda. Decía Ramon Perramón, comisario de Translocacions,que el Raval es un foco de creación porque es un foco de inestabilidad, de situaciones en tránsito. Al final el arte, tenga el lenguaje que tenga, intenta explicar la fragilidad humana. Subí a ver la exposición y me quedé fascinada ante una obra: un centenar de fotos en blanco y negro, pequeñas, con escenas de "manis" en las que todas las pancartas —todas las palabras—están barradas con un trazo negro que impide leer nada. La imagen del silencio.
Me decía una chica: es que estamos en un momento interesante. Todos los momentos lo fueron para aquellos que los vivieron, pienso. Lo que ha cambiado es la manera de expresar el desconcierto. O la afirmación. Y para eso tenemos los museos, que es de lo que quiero hablar. Quedo con Pepe Serra, director del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), y lo primero que me dice es que no tiene sentido que los museos de arte compitan entre sí por las mismas firmas —a ver quién la tiene más grande—-, que los museos son constructores de relato. "Un museo es un diálogo", insiste. Un museo nacional es una propuesta de relato nacional. Las preguntas que hace Santa Mònica sobre los conflictos en el Raval son, bien cribadas, el museo de mañana. Pero resulta que no tenemos una relación natural con el MNAC: lo que se oye por ahí es que, aparte del románico, excepcional, la colección es "flojita". ¿En relación a qué?
Pepe Serra se ha ido a rebuscar en la reserva del MNAC y ha construido un relato extraordinario sobre "las ambiciones, los deseos y las frustraciones" de una clase dirigente y los artistas que se confrontaban o que coqueteaban con ella. Es muy interesante la relación entre artista y mercado, artista y cliente, artista y poder. El MNAC muestra la evolución de estos parámetros, mezclando lenguajes, niveles, géneros y piezas concretas: las obras están seleccionadas por lo que cuentan, no por lo que valen. Pero precisamente porque son coherentes con la sociedad que las genera, son una gran expresión de talento. Con un final abrupto: después de Dau al Set, surrealismo de postguerra, pasmo frente al Mal (político), continuidad a pesar de la derrota, se abre una puerta y estamos en la calle. La continuación está ahora mismo ocupando las salas de exposiciones temporales. Es un contrasentido. Aquí falta espacio.
El MNAC mismo es un buen relato del país: desde el edificio fuera de época ya en 1929 —estábamos en dictadura— hasta la restauración eterna de la arquitecta de prestigio que no entiende el encargo. La caligrafía estridente de Gae Aulenti está por todas partes, como ruido de fondo. Y sobre las mesas pertinentes, el proyecto de expandir el MNAC hacia los dos pabellones que la Fira ha cedido. Pero las instituciones no se sientan juntas, de momento. Hemos pasado de la desmesura de un proyecto excesivo —la gran Explanada de los Museos— a la sonora indiferencia actual del Ayuntamiento por la cultura. O todo o nada. Eso también parece ser un relato nacional.
Las ciudades compiten en cultura, en relatos: el sitio en el mundo. La cultura de base, que ahora ocupa todo el discurso municipal, es un hervidero sugerente pero el museo es indispensable, porque es lo contrario de lo efímero: pura memoria popular. Los museos son caros, son aparatosos, pero cuentan las visitas por centenares de miles (800.000 al año el MNAC). Los museos catalanes viven de presupuestos exiguos, el Estado ha recortado sin piedad, hoy hay más imaginación que recursos tangibles. Y sin embargo son nuestra historia. El conflicto actual en el Raval es el mismo que pintó Nonell, mientras los señorazos se sentaban en ese mobiliario fascinante de Jujol: un mundo potente, impertinente, que caminaba ineluctable hacia la guerra. En Santa Mónica, Pau Dardanyà introduce la imagen de una prostituta negra e impecable en un cuadro de Botticelli. Arte y conflicto. Eso es el museo, y por eso el MNAC está vivo. Es la respuesta a las preguntas que hoy siguen vigentes. Si se entiende eso, se entiende que es el momento de empezar a hacerle caso.
Patricia Gabancho es escritora.
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