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Elegancia, sensualidad y cigüeñas

Hermosa velada de inauguración del festival de Peralada con el Ballet de Béjart

Jacinto Antón
El Béjart Ballet, en Peralada
El Béjart Ballet, en Peralada Robin Townsend (EFE)

Pasaba de la medianoche, las estrellas brillaban en lo alto y arrancaba el Bolero de Ravel en la famosa coreografía de Maurice Béjart. El público en masa se tensó en sus asientos para conectarse a la electrizante ceremonia de esa danza de un crescendo tan excitante que casi roza lo obsceno a la par que lo sublime. Una mujer mayor en la fila de delante incluso se vio en la necesidad de conjurar el efecto que le producía el sensual espectáculo de cuarenta bailarines con el torso al aire que movían la pelvis al compás del maestro Ravel alrededor de una bailarina (Elisabet Ros): “¡Jesús!”, musitó arremangándose imperceptiblemente el vestido de seda mientras confluían en ella el síndrome de Stendhal y el de Bo Derek. La velada entraba en su momento culminante. Era imposible no dejarse arrastrar por ese bombeo pulsátil que emanaba desde el escenario en busca de un clímax colectivo. Las últimas notas del Bolero, seguidas de un atronador aplauso y un entusiástico y liberador pateo que taparon algún jadeo, pusieron un broche insuperable a la inauguración de Festival Castell de Peralada, coronando la actuación del Béjart Ballet Lausanne, formación heredera del desaparecido coreógrafo, uno de los genios de la danza moderna.

La velada congregó entre el público a una buena representación de lo más granado de la sociedad catalana, que se puso de tiros largos –incluso muy largos- para la ocasión. El ambiente era magnífico y la atmósfera viscontiniana, con algún toque casero como la larga cola ante el puesto donde te llenaban el platillo de jamón ibérico. En el lago con surtidor bajo la torre del castillo nadaban una pareja de cisnes y sus tres crías y las cigüeñas, que luego crotorearon durante la representación, sobrevolaban las mesas del cóctel de bienvenida en la zona del bufet. Artistas, empresarios y políticos conversaban animadamente. El exalcalde Xavier Trias pese a lo bucólico del escenario no bajaba la guardia y se declaraba “muy enfadado” por cómo está haciendo las cosas el nuevo Gobierno municipal. Seguramente el Bolero le habrá evocado a algún personaje del entorno de Colau aunque hay un abismo entre el erotismo de Béjart y el posporno.

El programa del ballet se abrió con una vistosísima coreografía con música barroca que incluía algunos pas de trois de una belleza que quitaba el aliento y aquí he de confesar mi arrebatado entusiasmo por la maravillosa bailarina Kathleen Thielman, con un aire a la Thurman, de una delicadeza y una hermosura etéreas dignas de un prerrafaelita en estado de gracia (¡Waterhouse, saca el pincel!). El espectáculo en su conjunto fue precioso, aunque hubo quien, con criterio, no dejó de señalar que en general el elenco masculino estaba técnicamente por debajo del femenino, con algún bailarín justito para el ilustre nombre de la compañía. En todo caso es innegable que danza y marco se conjugaron mágicamente para despertar en el más escéptico una irreprimible sensación de júbilo y de goce estético de primer orden.

La coreografía Shakti III nos transportó a la India con otra sensualísima exhibición de baile sobre fondo de sitar y tabla que conjuraba las imágenes de Kurajao y los misterios del tantrismo –más de uno se abanicó compulsivamente con el programa ante los movimientos de cadera de Marsha Rodríguez en el papel de la consorte de Shiva- . El impromptu pour Perelada nos llevó por terrenos decididamente más melancólicos con la famosa Gymnopedia de Erik Satie. Y Historie d’eux nos trasladó en brazos de Purcell a los amores de la reina Dido y Eneas, juguetes del destino y de los dioses, con una encandiladora actuación de Elisabet Ros.

A lo largo del espectáculo pudieron verse esos tableaux, esas agrupaciones de bailarines congelados juntos en poses muy expresivas que son uno de los rasgos más béjartianos. Yo no podía dejar de pensar en las fotografías de gran formato en blanco y negro del Ballet del Siglo XX que cubrían las paredes de las aulas del Institut del Teatre de Barcelona en la calle de Elizabets y en los que todos los aspirantes a actores, mimos y bailarines nos reflejábamos con admiración y anhelo en los setentas, cuando te modelabas para ser de Béjart o del Living Theatre . Aquellos bailarines de las fotos deben haber desaparecido ya de escena, como lo han hecho Béjart y su estrella Jorge Donn –al que nunca dejaré de recordar no en el papel central del Bolero, que también, sino como Malraux atado al estilo de un moderno titán a las palas de una hélice de aeroplano en la pieza que le dedicó al autor de L’Espoir-. Pero anoche el espíritu de Béjart, voraz amante de la vida, el de Donn y el de todos aquellos bailarines de las fotografías se paseó por los jardines del castillo de Peralada reencarnado la belleza en belleza.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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