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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Atrapado en su laberinto

Mas respondió a la intransigencia de Madrid con dos aceleraciones precipitadas que dejaron a algunos aliados en la cuneta. Ahora es él quien puede quedarse por el camino

Josep Ramoneda

Quién podía imaginar, cuando, en otoño de 2012, Mas convocó elecciones para hacerse con el liderazgo del proceso soberanista que tres años más tarde estaría luchando para no quedar excluido de un proceso electoral que sólo él puede convocar? Es la deriva de un proceso que el presidente quiso hacer suyo pero no controló nunca, porqué no acertó ni en los tiempos ni en el cálculo de las relaciones de fuerzas.

Artur Mas nunca se ha sustraído a un clima político con tendencias maníaco depresivas, en que se pasa con mucha facilidad de la euforia al pesimismo. Después del momento culminante del 9-N, bajó el tono colectivo. Mucha gente es sensible al proyecto independentista a condición de que no tenga costes y la sensación de que el esfuerzo por llegar a la cumbre no tenía recompensa produjo desmovilización y desencanto.

Artur Mas intentó levantar los ánimos con su propuesta de lista única en torno a su figura, amparada en una doctrina, muy repetida en su entorno, que sostiene que estos procesos siempre necesitan el poder de arrastre de un liderazgo fuerte y que la unidad suprapartidaria da un plus electoral determinante. Pero los liderazgos ni se imponen ni se decretan, se conquistan. A medida que se acercaba el 27-S, cundió la idea de que el proceso iba a la deriva. Y Artur Mas aprovechó la circunstancia para recuperar su vieja idea de la lista única.

En un gesto de aparente generosidad en favor del interés superior, se declaró dispuesto a no encabezarla. Y en una sorprendente dejación de responsabilidades, transfirió a l'ANC y a Omnium la tarea de organizar la lista. Ahora se encuentra atrapado en el laberinto que él mismo ha construido: lista única sí, pero sin políticos. Y se pone en evidencia: “No pongo condiciones para encabezar la lista. Otra cosa es que ni siquiera forme parte de ella. Yo cualquier cosa no haré”.

Artur Mas vio en el proceso la oportunidad de renovar la hegemonía del nacionalismo moderado. La intransigencia de Madrid le achicó los espacios y Mas respondió con dos aceleraciones precipitadas que dejaron a algunos aliados en la cuneta. Ahora es él quien puede quedarse por el camino. Mas ha estado siempre en el punto de mira. Descabalgarlo fue el objetivo del Gobierno español desde que comprendió que no estábamos ante un episodio más de la estrategia pujolista y que lo que había que pagar para que renunciara a su apuesta era demasiado caro. Se impuso la falsa idea de que si se cargaban a Mas el proceso se terminaba.

Artur Mas vio en el proceso la oportunidad de renovar la hegemonía del nacionalismo moderado

Los envites disminuyeron cuando, a principios de este año, se extendió en Madrid la idea de que el soberanismo estaba de capa caída, pero las amenazas judiciales siguen ahí. Artur Mas buscó reforzarse con el liderazgo del proceso, provocando los recelos y resistencias de sus propios socios. Con su apuesta por la lista con el presidente, se ha puesto la soga en el cuello. Y ahora lucha patéticamente para quitársela.

El soberanismo está en fase de desconcierto, con una considerable confusión de papeles entre partidos políticos y organizaciones civiles. ¿Cómo salir del embrollo? Las CUP han rechazado entrar en “la dinámica de las cumbres espectáculo” y Artur Mas se ha visto obligado a suspender la reunión que debía afrontar el conflicto de las listas. La política catalana ha emprendido una deriva que sólo aporta desprestigio y desorientación.

Detrás de las sobreactuaciones de Mas se aprecia un alejamiento creciente de la realidad. ¿Política o juego? En un café parisino, Sartre observa al chico que sirve las mesas: “Tiene un gesto vivo y sostenido, un poco demasiado preciso, un poco demasiado rápido, va hacia los consumidores con un paso un poco acelerado, se inclina con demasiada prisa, su voz, sus ojos expresan una solicitud excesiva por lo que ordena el cliente, en fin, aquí está, tratando de imitar en su acción el rigor inflexible de algún autómata, mientras lleva su bandeja con la temeridad del sonámbulo”. “Toda su conducta parece un juego”, subraya Sartre. “Pero, ¿a qué juega? No hay que observarle mucho para darse cuenta: juega a ser camarero”. Así ejemplifica el filósofo lo que él llamaba “la mauvaise foi”.

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