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Enfermos de hepatitis C se encierran en Vall d’Hebron

Una decena de personas se movilizan esta noche para exigir el tratamiento universal para combatir la enfermedad

Jessica Mouzo
Manifestación de afectados por la hepatitis C en Madrid, el pasado enero.
Manifestación de afectados por la hepatitis C en Madrid, el pasado enero.Julián Rojas

A Antonio Capilla todavía se le nublan los ojos de lágrimas cuando recuerda lo que han sido los últimos 20 años con un diagnóstico de hepatitis C sobre los hombros. La losa de la enfermedad aún le pesa, y eso que gracias al nuevo tratamiento contra la enfermedad que le suministran desde hace un mes la carga viral en su organismo ya es, a ojos clínicos, "indetectable". Pero precisamente por esa losa, Antonio sigue "en la lucha". Apoyado en una columna del vestíbulo del Hospital Vall d'Hebron de Barcelona, enfrente de una mochila de montaña con esterilla y saco de dormir incluidos, Antonio cuenta que pasará la noche, junto a una decena de compañeros, encerrado en el centro sanitario como protesta para exigir al gobierno central que suministre los novedosos y carísimos tratamientos de la hepatitis C a todos los enfermos. El Ministerio de Sanidad acordó medicar primero a los que tienen el grado de fibrosis hepática más alto (F4) y ya sufren cirrosis (unos 52.000 pacientes), pero los tratamientos llegan a cuentagotas y la enfermedad avanza más rápido que la cura, protestan los afectados.

"No sabemos exactamente ni cuántos enfermos de hepatitis hay ni a cuánta gente se le está suministrando el tratamiento. Faltan transparencia y rapidez. Y mientras, los F4 se mueren", critica Antonio, vestido con la camiseta roja insignia de la Plataforma de Afectados por la Hepatitis C (PLAPHC), de la que también es portavoz en Barcelona. Las acciones de protesta, que desde las 10 de la mañana han llevado a atrincherarse en el Vall d'Hebron a una decena de afectados, se han realizado simultáneamente en otras partes de España. Mesas informativas en La Rioja o Vizcaya se complementan con otros encierros en el hospital de León en el de Txacorripxu de Álava. 

En Cataluña, el Departamento de Salud calculó hace unos meses que unos 9.401 pacientes del total de 15.132 enfermos de hepatitis C registrados en Cataluña accederían a este tratamiento. "Entre enero y marzo de 2015, 1.730 pacientes han recibido tratamiento, mientras que en el mismo período de 2014, lo habían recibido 1.181", apunta una portavoz de Salud. La Agencia de Salud Pública de Cataluña también ha puesto en marcha un grupo de trabajo para elaborar un Plan de Prevención y control de la Hepatitis C. La iniciativa prevé crear un registro epidemiológico para identificar a todos los afectados por esta dolencia.

Antonio tenía 35 años cuando le diagnosticaron la enfermedad. "Yo no sé cómo me contagié", reconoce. En 2010, comenzó el tratamiento con interferón, uno de los agresivos fármacos que se empleaban hasta la aparición de la nueva medicación (que tiene una tasa de curación que ronda el 95% y apenas cuenta con efectos secundarios). "A las 12 semanas me lo retiraron porque no surtía efecto. El interferón te dejaba fatal, como cansado, de mal humor... Te provocaba insomnio y picores", explica. Hace tres años intentaron incluirlo en la llamada triple terapia (con interferón, rivavirina y unos inhibidores de proteasas), más efectiva pero con importantes efectos secundarios. Sin embargo, su caso fue descartado "porque los médicos pensaban que tendría más contras que pros".

La llegada de los nuevos fármacos supuso una luz de esperanza para Antonio pero también un motivo de angustia constante porque el acceso a esta medicación era muy limitado. "Vives en una angustia continua porque tienes una medicina que te puede curar pero no es accesible para ti", señala. Sus ojos vuelven a humedecerse cuando recuerda cómo un antiguo jefe se ofreció a acompañarlo a Egipto a comprar el tratamiento. "Yo me acostaba en la cama por las noches y pedía a quién fuese que me diese vida para poder ver crecer a mi nieta, que fuese lo suficientemente mayor para que se acordase de su abuelo", sonríe nervioso

Pese a que su carga es "indetectable", Antonio no piensa abandonar la lucha por conseguir el tratamiento universal. "No me merecería curarme si ahora abandono", protesta. 

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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