Regreso a la casa del ritmo
El festival arranca con un tiempo espléndido y felices expectativas
Hay un momento muy emocionante al principio de cada edición de Sónar. Es cuando accedes al Village siguiendo el rumor de la música que llega de lejos, como si fueras tras la melodía de un flautista de Hamelin tecno, y te das contra esa masa de sonido poderoso, pulsátil, con los graves masajeándote el alma o cualquier órgano sensible ahí dentro entre el cuello y la ingle. Te quedas detenido un segundo por la intensidad del reencuentro y la bofetada sonora y te dices como una imposible Karen Blixen fan de The Chemical Brothers: “Estoy donde tengo que estar, jo”.
Se ha repetido la ceremonia de arranque este mediodía en el recinto del Sónar de Día en la Fira de Montjuïc. Más rotunda la emoción si cabe porque desde 2013 que cambió de ubicación el festival llegas al Village y sus esplendores de hierba (artificial) a través de una rampa-corredor que sugiere intensamente el pasaje del Coliseo por el que entraban los gladiadores. De hecho algunos de los que han accedido temprano lucían miradas decididas dignas de los compañeros de Máximo Décimo Meridio, eso sí, con chancletas.
Ha sido posible encontrase con los directores del Sónar que se han mezclado con la tropa para testar el primer ambiente. Sergio Caballero, alejado de las vanas elegancias de otros directores de eventos similares –de hecho el otro día no le dejaban entrar en su propio festival-, tenía todo el aspecto de un guiri perdido en busca de la playa de la Barceloneta. Incluso portaba una toalla al hombro. He aprovechado para sugerirle la instalación de una piscina en el Village, que sería cosa de verse. Y me ha contestado palideciendo: “¡Solo faltaría”.
El recinto de Sónar es enorme que no te lo acabas. En el Sónar + D es posible ver cosas que no creeríais, literalmente. El oval sound controlado por ordenador, y sobre todo lo que ofrecen los equipos de realidad virtual. Un joven con la camiseta del Bayern de Munich parecía cazar moscas con un visor que le tapaba media cara. A saber lo que estaba viendo. Al parecer –la cola ya era larga- unos indígenas navajos que flotan ante ti mientras estás en ese trance cibernético. En otro ámbito que permitía experimentar también con la realidad virtual, varios usuarios permanecían sentados en lo que parecían los bancos de un área de descanso de autopista –sensación acrecentada por una gran imagen de un hayedo en la pared- concentrados en sus máscaras con un aspecto así como del Cíclope de Patrulla X.
En el Sónar + D es posible ver cosas que no creeríais, literalmente.
De un cubículo han brotado grandes aplausos para un individuo en una tarima. No era el Club de la Comedia, sino Yancey Strichton dando la charla Defining creative freedom, parte de la programación del congreso de Sónar + D paralelo a la parte lúdico-musical del festival.
Ya en el Village ha sido posible realizar una somera estadística de vestuario: bermudas 42, pantalones largos 8, bikini 1, ¡pero qué bikini! Apuntar que una chica llevaba un traje de plástico, lo que la obligaba a mantenerse en la sombra. Pinchaba en vivo Skygaze desde una especie de guiñol lateral del escenario y ya había gente bailando. Los espectadores han ido entrando a oleadas, como un desperdigado pueblo nómada que regresa del exilio a sus lugares de culto para las ceremonias del solsticio (tan cercano ya). Han llegado con sus tatuajes, gafas polarizadas, talismanes, gorros de mil tipos y al menos uno con un canuto de hierba colosal (ha sido generoso con los vecinos). Se ha constatado el curioso fenómeno ornitológico de que las aves rehúsan sobrevolar el Village y ponen alas para que os quiero ante las embestidas sonoras. Son poco modernas, las aves: otra prueba de que descienden directamente de los dinosaurios.
Este año, como en otros festivales europeos, en Sónar no se puede usar dinero metálico: la pulserita de acceso sirve de monedero electrónico que hay que cargar en puntos Cashless del recinto –de momento parecen suficientes-. Este enviado especial se ha cargado 15 euros que se ha gastado en 1 hamburguesa ecológica + una coca-cola zero + una cerveza para una italiana que se ha quejado mansamente y tonteando de haber dejado todo su pecunio en Turín y estar deshidratada. Volviendo a la hamburguesa, estaba de cine (también), digna de The Spotted Pig, el bar favorito de Lou Reed en otro Village –el de Nueva York-. La oferta gastronómica, distribuida simpáticamente en camionetas vintage, se ha revelado variada. De la ensaladita al ceviche y el burrito de pollo, sin olvidar el puesto de butifarra catalana. Habrá que ver qué pasa con ritmo de servicio y el sistema de pago cuando esto esté a petar. De momento, pasa aire en el Village, y chicas muy guapas y chicos musculados, todos con aspecto radiante (todavía), y suena la música…
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