Pistolas, mejillones y sugus
Berna González Harbour y Carmen Moreno presentan sus novelas en Negra y Criminal
La panoplia de la novela policiaca incluye pistolas, sogas, veneno, mejillones... ¿Mejillones? Pues sí, son habituales también los mejillones, sobre todo si hablamos de Negra y Criminal, la indispensable librería del género situada en el barrio de la Barceloneta y cuyos suculentos bivalvos regados con vino resultan consustanciales a las actividades literario-delictivas de sus sábados.
Más raro es que se asocien a la novela negra los sugus, los inefables caramelos masticables. Es cierto que, inventados en 1931, los sugus deben su nombre al término escandinavo suge, chupar, y es sabida la preminencia de lo escandinavo en el género...
Pero si ayer había sugus en la Negra y Criminal de Paco Camarasa no era porque los hubieran llevado Jo Nesbo, Mankell o Peter Hoeg, sino Berna González Harbour, que no es noruega, sueca ni danesa sino de Santander. La escritora y periodista se trajo una montaña de sugus (que aparecen en su nueva novela) para endulzar la presentación de Los ciervos llegan sin avisar (RBA) —una historia de atmósfera sombría, con elementos terrororíficos, basada en una tremenda experiencia personal de la autora—, que se realizó en Negra y Criminal al alimón con la de la primera de Carmen Moreno, Una última cuestión (que publica ahora Lapsus Calami).
Camarasa precedió a las dos chicas del crimen con un oportuno speech sobre lo “memorable” del día con los cambios en los Ayuntamientos de Barcelona, Madrid y Valencia. Carmen Moreno y Berna González Harbour se alabaron mutuamente sus novelas y ofrecieron claves sobre las propias en un diálogo muy jugoso punteado por Camarasa y por algunas intervenciones (“¿eso es un spoiler o un tráiler?”, “¡queremos comprar los libros ya!”) del exquisito público reunido para la ocasión, entre el que se contaban —hay que ver lo que tiran las pistolas, los mejillones y los sugus— Andreu Martín, Cristina Fernández Cubas, Santiago Roncagliolo, Gaby Martínez o Carlos Zanón—.
González Harbour explicó que la novela de su colega trata de un crimen en una pequeña comunidad que una vecina en chándal trata de esclarecer. Moreno destacó el tratamiento de introspección y la mezcla de lenguajes de Los ciervos llegan sin avisar (que no está protagonizada por la habitual comisario Ruiz). Poco a poco, las dos escritoras, sin perder la sonrisa amable, nos introdujeron en un mundo de escalofrío, abismándonos en lo oscuro de la condición humana, incluso, lo que hay que ver, la de ellas mismas.
Coincidieron ambas en que no conoces nunca del todo a la gente, sobre todo su lado peor.
Moreno lo ejemplificó con el hijo de un amigo de sus padres, que mató y descuartizó a un amigo en la bañera. Y González Harbour con el mortífero piloto de Germanwings, del que las primeras informaciones, recordó, destacaban que era un vecino ejemplar. Cuando la novelista se preguntó si no seremos todos asesinos en potencia, Carmen Moreno explicó la ocasión en que ella, de adolescente, estuvo a punto de estamparle la cabeza contra un muro a un chaval delincuente que amenazaba a su hermano pequeño con una navaja. González Harbour relató el suceso que vivió, y que está en el centro de su novela: cuando se detuvo en la carreteta para socorrer a un camionero tendido en el asfalto y aparentemente agonizando. Estuvo acompañándolo hasta que llegó una ambulancia pero nunca llegó a saber quién era. Siempre quiso averiguarlo pero no hizo nada, no se atrevió. Lo hace en Los ciervos llegan sin avisar la protagonista. Y pasa lo que pasa. “Los seres humanos somos cobardes, y lo resolví con la literatura”, dijo ayer la novelista. Un hermosa frase que quedó flotando en el aire de la librería como la fantasmagórica humareda que se forma tras un tiroteo.
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