La cultura de la libertad
Lo que desde la política se debe hacer es no estrangular al mundo de la cultura
“La cultura es la suma de todas las formas de arte, de amor y de pensamiento, que, en el curso de siglos, han permitido al hombre ser menos esclavizado”. André Malraux.
Esta frase de Malraux define perfectamente la esencia y la importancia de apostar por el desarrollo cultural. Aún creyendo que la cultura no necesita tener un fin utilitarista, cuando este fin se transforma en principio activo de la libertad cobra sentido defender cierto pragmatismo. Creer de verdad en la cultura implica creer en el ser humano, hasta el punto de que una cosa no es posible sin la otra. Creer en la cultura supone también apostar por una determinada concepción humanista de la vida. Supone creer, siguiendo a Malraux, en un ser humano menos esclavizado. Y supondría, como consecuencia, defender el principio de “libertad como no dominación”, tal y como fue definido por Philip Pettit hace casi dos décadas.
Todo lo anterior nos lleva a pensar que existe un principio activo común a la cultura y la política, porque ambas tendrían un papel clave para extender los márgenes de la libertad y dotar de una mayor autonomía, intelectual y vital, al ser humano. Pero a pesar de esta hipotética coincidencia, que quizás sea más deseada que real, no debemos pensar en una relación de dependencia y control entre ambos mundos. La política no debe interferir en la cultura para controlarla, porque si lo hace estaremos sustituyendo la idea de libertad como no dominación por un espejismo que ocultaría una estrategia de influencia y control.
Renunciemos, por lo tanto, a una relación de dependencia para entender que se trata más bien de otra cosa. Mientras la cultura puede nutrir a la política de referencias y dotarla de un sentido de mayor trascendencia a las urgencias del día a día, lo que la política puede hacer por la cultura se resume en facilitar, no interferir y apoyarla propiciando su desarrollo. La política ha de asumir la cultura como un modo independiente y autónomo de ensanchar el espacio de la libertad a través de una visión crítica de la realidad, pero también ha de tomarla en consideración como una industria, un sector económico relevante y un elemento para desplegar los mejores valores de la sociedad en la que actúa. Mientras que lo primero debe llevar a un apoyo en base a un interés universal, lo segundo fundamenta la atención exigible para todo colectivo relevante en un sistema democrático.
Esta delimitación del espacio de actuación nos obliga a bajar a tierra. Porque mientras que desde la política sólo se trasladen buenas palabras, voluntarismo e incluso cierto espíritu paternalista o controlador hacia el mundo de la cultura, estaremos caminando en una dirección contraria a la adecuada. Lo que se precisa son reformas que deshagan los nudos que impiden el desarrollo cultural. Y si hablamos de deshacer nudos, debemos hablar de reformas concretas que aporten verdadera libertad a quien libertad genera.
Lo que desde la política se debe hacer es no estrangular al mundo de la cultura. Esto, que puede parecer un objetivo conformista, sería hoy en día un triunfo de enormes dimensiones para el conjunto de la sociedad. Porque todo el mundo sabe que antes de ayudar hay que evitar hacer daño. La realidad es que ningún argumento puede rebatir con solvencia que la cultura debería estar sujeta a un IVA reducido que en ningún caso superase el 10%. Del mismo modo, los espectáculos con menos de veinte representaciones deberían poder aplicar un IVA súper reducido del 4%. Además, la cultura necesita beneficiarse de una modificación fiscal, de nuevas formas societarias que tengan en cuenta la irregularidad de ingresos de los artistas y de una ley de mecenazgo seria.
Finalmente, es preciso modificar el régimen de seguridad social de los artistas para mejorar sus prestaciones de jubilación, incapacidad, baja médica y desempleo. Creer en grandes principios implica apostar por reformas concretas y, al igual que en otros asuntos, en lo relativo a la cultura tenemos la ocasión de establecer una conexión directa entre el futuro deseable y el modo de alcanzarlo a través de reformas legislativas. Hay que decir algo de manera clara: las reformas que el mundo de la cultura necesita son posibles y sencillas de realizar. Cuando alguien con responsabilidades públicas no conecta los grandes deseos hacia el mundo de la cultura con acciones políticas concretas, quizás sea que en realidad no entiende nada de la cita de Malraux con la que se abre este artículo. O quizás sea que, precisamente, la entiende demasiado bien.
Ramón Marcos es el Candidato a la Presidencia de la Comunidad de Madrid por UPyD
Ignasi Vidal es actor y dramaturgo
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