Nacer, crecer, cambiar
Albert Rivera ya no habla de inmersión lingüística. ¿Un efecto de la metamorfosis que implica el salto a la política española?
Eran unas frases tópicas en boca de las amas de casa de la generación de mi madre, cuando querían subrayar lo muy crecidos que estaban el hijo o la hija de alguna familia del vecindario: “¡Parece mentira! ¡Pero si está hecho todo un hombre (o toda una mujer)! ¡Y pensar que, no hace tanto, lo (o la) vimos nacer!”. Algo así podríamos exclamar el puñado de periodistas y observadores políticos que, el domingo 9 de julio de 2006, nos hallábamos en el Hotel Campus de Bellaterra con ocasión del congreso fundacional de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía.
Durante toda la mañana, el acceso a la sala del plenario nos había sido rigurosamente vedado, pero a primera hora de la tarde conseguimos colarnos en ella durante la confusa recta final del congreso. Lo hicimos justo a tiempo de enterarnos con asombro de que el recién elegido líder de la nueva formación era un abogado de 26 años llamado Albert Rivera Díaz. El nombre nos era desconocido, y si alguno de los presentes hubiese pronosticado que, menos de nueve años después, el tal Rivera aspiraría a ser presidente del Gobierno de España, ciertamente lo habríamos corrido a gorrazos.
Así pues, vimos nacer a Ciutadans. Nacer como un partido monotemático, consagrado exclusivamente a combatir el nacionalismo catalán y, muy en particular, sus políticas lingüísticas. Pero a hacerlo no desde el rancio derechismo del Partido Popular (engolfado todavía, por entonces, en las teorías conspirativas sobre el 11-M), sino desde el frescor, el descaro y la desinhibición que tan bien sintetizó el cartel de Rivera desnudo durante la campaña de las elecciones catalanas de noviembre de 2006.
El monotema lingüístico le valió a C's importantes padrinazgos tanto mediáticos como económicos, pero sobre todo la adhesión fervorosa de personajes (Antonio Robles, José Domingo...) que habían convertido la lucha contra la inmersión en su causa vital. Sin embargo, el cóctel entre el fundamentalismo amateur de unos, el pragmatismo descarnado de otros (la coalición con Libertas en las europeas de 2009) y los gajes de la política institucional terminó por resultar explosivo: entre 2007 y 2009, Ciutadans parecía caminar en línea recta hacia el precipicio.
El monotema lingüístico le valió a C's importantes padrinazgos tanto mediáticos como económicos
Albert Rivera y sus fieles tuvieron la suerte de conservar el control de la marca surfeando sobre la crisis interna, y la capacidad para revalidar los tres diputados en el Parlamento catalán elegido a finales de 2010. De todos modos, a aquellas alturas muchos de los padres fundadores, de los inspiradores intelectuales y periodísticos de Ciutadans, ya habían tomado distancias respecto de su criatura. Uno de ellos hizo saber que ni siquiera les había votado en las municipales de mayo de 2007. Otros se pasaron a Unión, Progreso y Democracia, que parecía una oferta mucho más sólida para el mismo segmento de mercado: por ejemplo, Antonio Robles, aspirante a la Generalitat por UPyD en 2010, o Maria Teresa Giménez Barbat, eurocandidata en 2009 y en 2014. Esta última publicó además en 2012 un libro, Citileaks. Los españolistas de la Plaza Real (Málaga, Sepha), no precisamente amable para con los antiguos compañeros que permanecían en C's.
En resumen: incluso después del espectacular repunte (de tres a nueve escaños) conseguido por Rivera en las catalanas de noviembre de 2012, Ciutadans aparecía como una fuerza circunscrita a Cataluña, destinada a ser la competencia del modesto PPC o el Pepito Grillo del españolismo local y capaz, todo lo más, de llegar a un acuerdo de confluencia honorable con UPyD. ¿Qué ha pasado para que hoy esté devorando al partido magenta y suscite en los de Rajoy tanto miedo (al rival) como esperanza (en el probable socio)?
Muchas cosas, imposibles de desgranar ahora: desde la soberbia suicida de Rosa Díez hasta la movilización de fuerzas y poderes que, mediante Ciudadanos, pretenden taponar la vía de agua abierta por Podemos en la nave del sistema; sin olvidar la pandemia de la corrupción. En todo caso, a quienes asistimos en 2006 al parto de Bellaterra nos interesan especialmente determinados efectos de la metamorfosis en curso. Por ejemplo, no parece que, ni en la reciente campaña andaluza ni durante la precampaña municipal y autonómica, Albert Rivera haya hablado para nada de inmersión lingüística ni de pleitos identitarios. Y bien, ¿cómo se armoniza el centrismo posideológico de C's en España con las amenazas ultraespañolistas de Carina Mejías contra los actos del próximo Once de Spetiembre?
Un detalle: desde 2007, haciendo quizá honor a su autoubicación en el “centroizquierda no nacionalista”, o al pasado marxista de la mayor parte de sus promotores, unas decenas de militantes de C's se reunían cada Primero de Mayo en la plaza de Urquinaona, y cerraban con su correspondiente pancarta el cortejo sindical Via Laietana abajo. Este año no sólo brillaron por su ausencia, sino que la fecha dio lugar a una agria disputa verbal entre el partido y las centrales sindicales.
No, nunca ha sido fácil triunfar con el mismo discurso político en Barcelona, en Madrid y en Sanlúcar de Barrameda.
Joan B. Culla i Clarà es historiador
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