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LA CRÓNICA DE BALEARES
Crónica
Texto informativo con interpretación

Galletas contra ‘quelitas’

Para los nativos y externos esos panes menudos son un recurso inevitable, munición de bolsillo, gesto de austeridad, comida sencilla y discreta

A veces raras, objeto del deseo y la curiosidad, sensuales, táctiles, son una costumbre.
A veces raras, objeto del deseo y la curiosidad, sensuales, táctiles, son una costumbre.TOLO RAMON

Existen unas galletas negras, galletes d'oli', secas como el carbón. Se hacen así adrede no son fruto de un descuido. Tiñen la masa con tinta de sepia o calamar, colorantes naturales. Extrañas, más que decorativas. Hay galletas rojas, un pelín picantes, sabrosas. Merecen la pena repetir. Su interés es más que documental, supera la atracción por la novedad, la tentación por una extravagancia.

Para nativos y externos son un recurso inevitable. Redondas, menudas, pequeños panes ( en Ibiza son gigantes, como un plato, duras) resultan un objeto comestible cotidiano, dieta existencial.

Acaso son un vicio que habla de la lógica del deseo. Algo sensuales, agradables al tacto, son materia de la infancia. Juegos de niños para abrir el apetito y ayudar a sacar los primeros dientes. Para el anciano son su menú delicado, micro panes, munición de bolsillo, gesto de austeridad, comida sencilla y discreta.

Las galletes, tan raras para los no avezados, son un recurso de hábito y subsistencia, a pesar de ellas mismas. Convencen a pesar de su apariencia, de ser como son y parecen: enjutas, adustas, sin florituras. Son saladas. No son rellenas ni tienen cobertura de máscara. Van desnudas, sin aderezos e invitan a imaginar el mordisco más adecuado. Se venden en bolsas de plástico, sin papel de plata, caja con cédulas y pisos. Tampoco van envueltas en papel de seda ni se presentan en cajas metálicas de galletas de lujo.

En bastantes panaderías populares cada semana las hornean y las venden casi tibias y en la boca suena el crec-crec, crujiente. Es la cata de la novedad, fresca por nueva, caliente y novel, tierna aunque de piel dura.

Los hornos tradicionales elaboran las ‘galletes d'oli’, de barco, marineras o de Inca

La más alta, casi esponjosa es la Marga de cas Concos, las más finas y de interés las planas de Muro y Porreres.

Las galletes negras son de Bo. Las rojas mediterráneas de can Amer de Sant Llorenç muy relevantes, de harinas antiguas. Las hay en mercados y tiendas gastronómicas. Las fábricas menores con crédito y seguridad están en Rosselló de Porreres y Gori de Muro, tan tradicional como experimental; el otro' Rosselló de Inca es riguroso.

Hay piezas que se asemejan, en lejanía, al gusto y el sonido de la piel ruidosa y untuosa de la lechona al horno, otro mito local.

La diversa y amplísima colección acota las costumbres alimentarias de los isleños, con sus singularidades y contradicciones. Son galletes de aceite, de barco o marineras, galletes de Inca.

Domina el nombre popularizado de quelitas, un genérico fruto de la masiva comercialización hace medio siglo de Quely de Inca, por Grace Kelly, de la familia Domènech, del horno de can Guixe. Educaron, uniformaron el paladar. Ahora el hotelero, promotor de aventuras Pedro Pascual tiene el 10% del negocio. La mayoría es de Gabriel Domènech Coll.

Quely domina el mercado y vence, aguanta el combate de las pequeñas marcas rústicas de producción menor. La industria lanzó marcas y líneas paralelas para competir con el creciente sector artesano, con el sabor y estilo “de antes”. Los familiares de hornos menores distribuyen personalmente sus galletes a las tiendas.

Aparecen galletas negras, de tinta marina, y rojas de pimentón, estas excelentes

La desigual guerra grande-pequeños existe, las panaderías clásicas buscan mantener su mercado singular y el gigante pugna para no ver menguada su tajada.

Las dichas quelitas, galletitas o cualquier galleta son munición de estudiante, avituallamiento para ciclista, vicio de pescador, provisión de viaje y recuerdo de aquello que no se ve.

Rafael Nadal, el tenista, perdió una batalla publicitaria con sus spots de lanzamiento de una marca Ros d'Or creada en Mallorca por la gran factoría Siro y la panificadora Bernys. Nadal era el hombre anuncio de la firma que se quería comer el mercado de Quely. Ros d' Or se hundió y cerró. Los pelotazos de galletas en la pista del crack, no bastaron. Quely compró la marca y la maquinaria de su fallida competencia y con el tiempo Nadal jugó con la marca mallorquina, fue su imagen en el mercado exterior.

Hay un sinfín de galletas: clásicas, picantes, ecológicas, naturales, de tomàtiga seca, de tap de cortí, de romero. Resultan un apoyo que distrae el hambre. Sirven de balsa para un aliño con aceite, vinagre, pimentón rojo. Comida central, untada de sobrasada, un corte de butifarrón, paté, confitura o un tomate seco. Un menú sin fondo, solas o en compañía. Aún sin nombre ni rango.

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