Tristes tópicos
Hay dos ideas que han entrado en crisis: que el anticatalanismo da votos y que Madrid es una fábrica de independentistas
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, un tópico es una expresión vulgar y trivial, un lugar común, un cliché. Algo, por tanto, que aceptamos sin detenernos a considerar lo que significa, que nos ahorra el engorroso esfuerzo de pensar. Lo soltamos dando por descontado que todo el mundo comparte lo que decimos, y descargándonos así de la responsabilidad de tener que argumentar nuestras afirmaciones.
El mundo del balompié es, sin duda, el reino de los tópicos: “fútbol es fútbol”, “no hay enemigo pequeño”, “queda mucha liga”, y cosas por el estilo. El otro paraíso del tópico es la política. Y de los políticos, el tópico más grande es, quizás, el de la “derrota dulce”. Ya saben: hasta en la derrota más estrepitosa, el candidato machacado encuentra la forma de presentar como un éxito lo que no es sino una patada que lo envía directamente al basurero de la historia. El repertorio de tópicos políticos es tan amplio que no se acaba con un artículo, ni siquiera con todo un libro. Voy a centrarme en dos muy nuestros y de cierta actualidad.
El primero reza que en España el discurso catalanófobo genera muchos votos y que por eso se aplican a él con esmero tanto el PP como el PSOE. Ese tópico parte de una realidad: la existencia en España de una difusa catalanofobia, que es, sin embargo, mucho menor de lo que se da por cierto y que, en mi opinión, queda ampliamente compensada por la presencia de una visión positiva —incluso admirativa— de Cataluña; de ahí se extrae una conclusión que se da por indiscutible: el recurso a la catalanofobia es una fuente inagotable de votos para la derecha y los sectores del socialismo más españolista.
Pues ahí tenemos al gran Antonio Sanz, delegado del Gobierno en Andalucía, para desmontar el tópico. Hay que decir antes que nada que el hecho de que un tipo así ostente ese cargo es la mejor prueba de que este sistema necesita una ITV radical. El inefable Sanz consiguió lo imposible: hacer bueno a Carlos Floriano y su surrealista pronunciación del nombre del partido que quita el sueño a Pedro Arriola y a la plana mayor de Génova: “Siudatans”, o algo así.
La triste realidad, recientemente desvelada por el nada sospechoso de botiflerismo Centre d'Estudis d'Opinió , es que la cosa anda, más que estancada, en retroceso
Con un tono entre chulesco y señoritingo, Sanz dijo que no quería que Andalucía fuese mandada desde Cataluña y menos por alguien llamado Albert. La cosa rezumaba xenofobia por los cuatro costados, pero no fue el resultado de un calentón mitinero, sino de la aplicación del “argumentario” popular: caña a los catalanes, y a pescar un montón de votos. Pues ya se ha visto que no. ¿Alguien duda de que el exceso del señor Sanz no solo no ha dado votos, sino que ha ayudado a apuntalar el proyecto de Ciudadanos, visto como una derecha moderna sin la caspa de los genoveses?
El otro tópico nostrat es el que afirma que cada vez que “la caverna” madrileña desbarra sobre Cataluña, aquí crecen los independentistas como flores en primavera. Lo dicen hasta quienes no son independentistas. Si fuese cierto, y teniendo en cuenta el empeño con que se emplean en Madrid, a estas alturas el independentismo debería sumar como mínimo el 150% del censo electoral. La triste realidad, recientemente desvelada por el nada sospechoso de botiflerismo Centre d'Estudis d'Opinió (CEO), es que la cosa anda, más que estancada, en retroceso. El CEO ha venido a certificar lo que el resultado de lo que fuera que fuese el 9-N ya dejó muy claro: desde las elecciones autonómicas de 2012, lo que se ha producido es un trasvase de votos entre CiU, ERC y la CUP, pero sin ampliar significativamente el espacio independentista.
Lejos de mi intención relativizar la trascendencia histórica de lo que ha ocurrido en Cataluña en los tres últimos años. El catalanismo se ha hecho mayoritariamente independentista, eso ya no va a cambiar y sacude vigorosamente el tablero de juego. Lo que ocurre es que, al hacerlo, el catalanismo ha estrechado su base y ha generado un movimiento de reacción contra la secesión que poco a poco va cobrando fuerza y va equilibrando la balanza, cuando no inclinándola a su favor.
Esto último no es incompatible con que no haya, de momento, alternativa a un gobierno de los partidos independentistas. La gran heterogeneidad de los contrarios a la independencia y los efectos de la distribución provincial de escaños de la normativa electoral vigente lo imposibilitan. Pero solo un iluminado puede creer que con las fuerzas realmente acumuladas se puede ir de verdad a un choque frontal de ruptura con el Estado. De locos está el mundo lleno, es cierto, pero cabe esperar que no estén en el puesto de mando.
Por más que se esfuercen los separadores cavernícolas, aquí es difícil que aumente mucho el número de secesionistas. Quienes se tenían que decidir, en buena medida ya lo han hecho. No parece que nadie vaya a ganar por goleada, lo que aboca, tras las elecciones generales a más tardar, a la deseable negociación política. Y siempre nos quedará la conllevancia, que decía Ortega; pero no entre españoles y catalanes, sino entre los catalanes mismos.
Francisco Morente es profesor de Historia Contemporánea en la UAB
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