Don Francisco y don Joan
¡Qué arcaica puede parecer esa forma de relacionarse por la palabra! Pero eso es lo que hacían Giner de los Ríos y Maragall
Uno puede acostumbrarse a que le consideren anacrónico si evoca los instantes de más plenitud en el diálogo de Cataluña en España pero es que no estamos hablando de volver a la moda de los pantalones acampanados o, por el contrario, de hacer de Garcilaso de la Vega oriundo del bajo Empordà. Ahí tenemos algo que sobrepasa la materia de la política del día a día y mantiene una entidad superior. Llamémosle convivencia hispánica. A los cien años de la muerte de Francisco Giner de los Ríos (1839-1915) rememorar su larga conversación con Joan Maragall todavía puede inducirnos a alguna forma de claridad, algo de cada vez más impracticable y relativo. Ahí estaban, en los inicios de la descomposición lenta del sistema canovista, en una España en la que el conflicto social, la inestabilidad y la paulatina pérdida de un imperio provocaron entre las élites una crisis de conciencia. El catalanismo había irrumpido, aún con cierta indefinición, en la vida pública. Eso había sido la Renaixença, elemento para la melancolía por contraste con la inanidad de los núcleos estratégicos del independentismo que hoy están haciendo trizas el valor de integración plural que fue la cultura catalana, y que pudiera volver a serlo.
Giner consolida la Institución Libre de Enseñanza y Maragall habla de la “Espanya gran”, en una versión más animosa de lo que fue el ácido de la generación del 98. Sin duda, eran tiempos para la frustración y el desencuentro, un clima de fatalismo ante el que las personalidades como Maragall o Giner no iban a ceder. Era y es cuestión de hacerse entender si antes has querido entenderte. Ante la crisis de la Restauración, ¿reaccionó Barcelona antes que Madrid? Lo cierto es que Giner de los Ríos y Unamuno pasaban por Barcelona para conocer a Joan Maragall. ¡Qué arcaica puede parecer esa forma de relacionarse por la palabra! Pero eso es lo que hacían Giner de los Ríos, Maragall y Unamuno.
El integrismo católico ha sido una de los rasgos menos saludables de la vida religiosa e intelectual en España, con rasgos muy acusados en Cataluña. Iglesia y Estado pugnaban por sus poderes o aun sus privilegios. Inicialmente, Giner era una persona de convicción católica. En algún momento tal vez hubiese sido posible frenar los choques de intolerancia con un catolicismo imperante incapaz de escuchar antes de condenar. Es cierto que el krausismo, de escasa entidad conceptual, estaba ahí, pero también es posible que no hubiese cundido tanto intelectualmente de no haberse dado la cerrazón jerárquica del mundo católico de entonces. Joan Maragall también sabía de estas contradicciones. Eran parte de su diálogo permanente con Unamuno o Giner. Todavía quedan en la derecha española personalidades dispuestas a atribuir a la Institución Libre de Enseñanza todos los males de la patria, del mismo modo que a la izquierda quedan restos de un ultralaicismo dispuesto a considerar que la religiosidad católica es una cuestión de sacristía con olor a cera.
El incandescente Josep Pijoan escribe que el empeño de Giner de los Ríos era hacer hombres
Tras el atentado del Liceo y la falta de fe de los gobernantes en su propia política, Maragall escribe a su gran amigo Roura que “la gente va a su faena, los municipales a sus puestos, los empleados a la oficina y los soldados a la formación porque sí, porque ayer también fueron y tiene ya adquirida una costumbre; no porque haya una fuerza social que obligue a nadie a hacer nada, ni dé cohesión al todo”. Y añade: “Estamos en completo estado de nebulosa”. Y el incandescente Josep Pijoan escribe que el empeño de Giner de los Ríos era hacer hombres. Leyes, decretos, ¿para qué? “si no tenemos gente para aplicarlos”. De modo distinto, Giner y Maragall estaban diciendo lo mismo. Y un siglo después del fallecimiento de Giner parece como si de nuevo estuviéramos en lo mismo.
La anécdota cuenta que fue Josep Pijoan —otro gran defenestrado por la Cataluña más obtusa— quien aconsejó a Maragall que se relacionase con Giner y la Institución Libre de Enseñanza. Ambos eran buena parte de lo que estaba más vivo en un país fatigado y a punto que pasar por la crisis de 1898. En realidad, ambos estaban nadando a contracorriente. Quisieron abrir las puertas a un catolicismo de talante liberal y ahondaron en el espíritu regeneracionista. Giner se sentía muy a gusto en Barcelona. Don Francisco Giner de los Ríos y don Joan Maragall.
Es un equívoco nocivo dar por hecho de que de todo aquello no queda nada. Actualmente, incluso las apariencias generadas por la irracionalidad del debate, la abundancia de argumentos poco fundamentados o la política irrisoria no logran impedir que, aun sin saber nada de lo que decían Giner y Maragall, aquel diálogo pueda ser revisitado con provecho común. Es una simple cuestión de voluntad, especialmente en la era de Internet y del AVE. Para el caso, Maragall tenía el retrato de Francisco Giner de los Ríos colgado en su despacho.
Valentí Puig es escritor
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