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19º Festival de Jerez

La capacidad de iluminar

La bailora Mercedes Ruiz inaugura el ciclo con el estreno de una obra muy introspectiva

Mercedes Ruiz, durante un momento de su estreno 'Ella', en Jerez.
Mercedes Ruiz, durante un momento de su estreno 'Ella', en Jerez.paco sánchez

Ella. Compañía Mercedes Ruiz. Baile: Mercedes Ruiz. Colaboración especial: Antonio Canales. Artistas invitados: David Lagos, Londro y Rocío Márquez (Cante), Santiago Lara (Guitarra), Miguel Ángel López (Piano), Perico Navarro (Percusión). Coordinación técnica: Marcos Serna. Sonido: José Amosa. Dirección musical: Santiago Lara Coreografía: Mercedes Ruiz y Antonio Canales. Libreto, espacio escénico, iluminación y dirección de escena: Francisco López.

Teatro Villamarta, 20 de febrero de 2015.

Parecen correr tiempos de oscuridad en los escenarios. Y no porque escaseen estrellas con brillo. Es solo que se ilumina poco y de forma selectiva, para que la mirada se centre en la figura principal. Es una opción, y puede que la adecuada si se trata de una obra de carácter introspectivo, en el que todo se pone al servicio de una reflexión personal. Hay que admitir, sin embargo, que, en algunas ocasiones, el conjunto puede resultar opresivo para un espectador que tiene que buscar el aire en el baile, que resulta redentor y que tiene la capacidad de iluminar la escena y hasta los corazones.

Mercedes Ruiz cierra con este trabajo una trilogía bajo la dirección de Francisco López, que ha sabido extraer de ella vertientes y facetas que se escondían tras su baile de fuerza y temperamento. Y si el primero de ellos, Perspectivas, tuvo un carácter expansivo y extrovertido, este ofrece la cara opuesta, la de la búsqueda y expresión de los sentimientos, emociones y dolores a través de un baile que encontrará en la música (¡y qué música!) su mejor complemento e inspiración. Esa introspección se trasladará a un baile que estuvo dominado por formas recogidas, presas de una notable contención. Es el carácter de la obra y los modos son coherentes con él.

El espectáculo comienza y concluye sobre la música de una vidalita que aporta Rocío Márquez con suavidad de terciopelo. Punto de partida y de continuidad, que no de llegada, de un viaje sin Ítaca, y que es un objetivo en sí mismo. Por el camino se van sucediendo estancias de diferente carácter emocional, pero dentro de un discurso mayormente lineal en el que los cambios de tono están suavizados y contenidos. Hasta el invitado Antonio Canales resultó sorprendentemente comedido, recortado, casi austero, aunque con incontestable maestría, en el baile de las siempre alegres cantiñas.

Mercedes, que había entrado en la escena con la gravedad de los aires de levante, encontró en el maestro aire para soltarse en un paso a dos con la música de Los Panaderos y afrontar las sucesivas secuencias. Destacado el tiempo de la nana, lleno de expresividad con el juego del mantón, y sin demasiado relieve las sevillanas lentas recreadas por Londro. Todo antes de llegar a la cumbre de la guajira, una coreografía de gran belleza y plasticidad, esos momentos en los que la escena, verdaderamente, se ilumina.

Ya ha quedado dicho, pero se hace necesario subrayarlo. Las aportaciones musicales se entienden como sustanciales y forman parte de ese todo coherente que es la obra. A la brillante guitarra de Lara, el sutil piano de López y la colorista percusión de Navarro, un trío de lujo que recreó a Chic Corea, se unen las voces de Rocío, David y Londro al mismo nivel, con sus matices tan diferenciados que aportan el tono y el color preciso que requieren cada uno de los momentos.

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