El silencio de ‘Charlie Hebdo’
El semanario satírico, que no saldrá de nuevo hasta el 25 de febrero, lleva un mes de debate interno
El semanario Charlie Hebdo, que hace cinco semanas ocupaba titulares, consignas y pantallas, se puso de inmediato al tajo, gracias a la entereza de un colectivo profesional masacrado y a la ayuda técnica de Le Monde y Libération, y salió en una semana, el 14 de enero. Desde entonces, en boca cerrada no entran moscas. No volverá a la calle hasta el 25 de este febrero. La redacción consideró incluso no fijar fecha para el nuevo número. Pero, nada, está decidido: saldrán antes de terminar febrero. Debate interno constante, silencio y recogimiento exteriores mientras tanto.
Algun superviviente quizá haya recordado a Voltaire: “El destino se ríe a menudo de nosotros”. Su caso es ejemplar. Antes del atentado, la revista, que ha pasado etapas contradictorias como todas las empresas del negocio y más del ramo de la sátira, tenía unos 10.000 abonados, ahora tiene más de 200.000, que son unos 14 millones de euros. Las ventas no pasaban de los 60.000 ejemplares, lejos de las cifras gloriosas de antaño, pero del número post-atentado se tiraron 7,3 millones de ejemplares (impresos, no cuentan las descargas en pdf desde la web de la revista), una burrada que, si se han vendido todos, les habrá aportado 10 millones de euros.
Han recibido además ayudas públicas y donaciones privadas, que juntamente con las ventas y los abonados suben los beneficios a más de 30 millones. En esta cifra los donativos privados, que se destinan a las víctimas, han sido de 2,3 millones.
Y sí que se ríe, el destino, sí. No me extraña que la redacción haya quedado paralizada. Sin director, sin sus viejos referentes al pie del cañón en las reuniones semanales del equipo, sin el gerente y sin colegas que veías cada día. Y el ruido de fondo: todos querían ser, y decían ser, Charlie. Encima. Vuelvo a mirar la portada del número post-atentado y me parece más profética todavía. Un musulmán, pongamos que Alá, manifiesta en un papel que lleva en las manos Je suis Charlie y llora. Tras él, pero no dicha por él (no sale de su boca) sino pintada en el verde base del dibujo, como una declaración editorial —de una revista satírica—, la revista proclama: “Todo ha sido perdonado”. Seas quien seas, viene a decir, seas francés o no importa de dónde, hagas lo que hagas, hayas hecho lo que hayas hecho, si ahora dices que “eres Charlie”, no te preocupes, que todo te será, te es, perdonado.
O sea que, venga, a continuar. Aquí paz y allá gloria. Pero no, no sin debate. La redacción del Charlie Hebdo ha entrado desde el 14 de enero en un proceso interno sobre la línea editorial a seguir. Ha salido lo que tenía que salir, hasta qué punto los combates personales, en este caso del malogrado director, Charb, un hombre de 46 años, dominaron su etapa en la dirección, marcada ahora para siempre por el 7 de enero de 2015. Alguien nos explicará, en crónicas periodísticas o en libros y reportajes audiovisuales, qué lección ha extraído el periodismo de esta tragedia y de las estrategias informativas y vitales de la prensa de expresión propia.
Seas quien seas, hayas hecho lo que hayas hecho, si ahora dices que “eres Charlie”, no te preocupes, que todo te será, te es, perdonado.
¿Qué aspiran a hacer, con los quilos de euros que les han llovido del cielo de la sociedad biempensante y del infierno de las americanas de los patrones de la prensa francesa y de Google? ¿Qué harán con la pasta y cómo lo notarán sus seguidores, qué creen que les están diciendo los nuevos abonados a mansalva que les han dado doce meses para renovarles o no la confianza y se lo han pagado por adelantado?
Sea como fuere, y esta es la modesta proposición que la gente del Charlie me parece que indirectamente nos hace y que ya se verá, el momento reclama las jóvenes palabras finales de Joyce: “Silencio, exilio y astucia”. Merece respeto una redacción que se pone a pensar, debatir, discutir, acordar un alto, examinar cómo tirar adelante. Quizá lo encuentro relevante por provenir del periodismo, pero si fuera seguidora de la publicación me sentiría, ya me lo siento como lectora esporádica, respetada, muy respetada por el silencio editorial y el debate interno.
PS: Un amigo me envía un blog. Leo, copio y traduzco: “En agosto de 2013 la Assemblea de Dones Feministes de Gràcia, en el marco de la Fiesta Mayor, iniciamos una campaña para la defensa del derecho al propio cuerpo y para hacer frente a las agresiones sexistas en espacios de fiesta. La campaña contaba con el apoyo de muchas de las calles adornadas de la Vila, que colgaron nuestros carteles y compartieron las cintas lila para adherirse a la reivindicación. Meses después, a la Assemblea se nos notifició las consecuencias políticas de la campaña: diversas multas que suman la desorbitada cifra de 10.500” (las negritas son suyas). Sucedió antes de ser derogada la ley Gallardón. El Ayuntamiento, siguiendo una obsesión meganormativa que hace décadas que aplica con manía digna de estudio e intensifica ahora al ritmo de la Ley Mordaza, alega que las señoras de Gràcia no podían utilizar la vía pública, y que a quién le importa que los vecinos estuvieran de acuerdo. Olé tú.
Y luego dirán del Charlie.
Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF
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