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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Miedo, inmovilismo, resignación

La reacción de los partidos tradicionales a fenómenos como Podemos es siniestra: demostrar que en el fondo, son como ellos

Josep Ramoneda

Las democracias nacionales ya no son capaces de asegurar el control racional de la economía, que se ha evadido hacía el mercado mundial”. La frase es del sociólogo alemán Wolfgang Streeck y sintetiza las razones de fondo de la crisis institucional que viven muchos países europeos, entre ellos España. En esta democracia invertida, en que los gobiernos están más pendientes de los mercados que les financian que de los ciudadanos, se impuso lo que Ulrich Beck llama la respuesta alemana a la crisis: “Socialismo de Estado para los ricos y los bancos, neoliberalismo para las clases medias y los pobres”. Los ciudadanos asistieron perplejos a la transferencia permanente de rentas del trabajo a los bancos para salvarlos y al movimiento continuo de personas y de favores entre la política y el dinero. Y constataron cómo los gobernantes les dejaban a la intemperie, en nombre de las leyes implacables de la economía.

Los partidos políticos, más interesados en encuadrar y controlar a la ciudadanía que en representarla y defenderla de los abusos del dinero, presentaron la crisis como un destino, como una fatalidad que hay que soportar con sacrificio y expiación de los pecados (de otros, por supuesto) Esta mentalidad de renuncia a la idea de que el futuro será el que queramos nosotros, transmite desmoralización y ausencia de expectativas a la ciudadanía, que poco a poco ha ido reaccionando, primero con los movimientos sociales, después con algunos intentos de transformación política.

La austeridad ha fracturado las sociedades europeas y ha dividido a la Unión. Las trampas de la presunta solidaridad europea han dado como resultado la ruptura del modelo de gobernanza bipartidista y la reaparición del nacionalismo, en distintas modalidades y circunstancias. En España, los partidos tradicionales sólo han tenido una respuesta: la apelación a la ley como límite insuperable (en una peligrosa judicialización de la política que convierte a los tribunales en lo que no son: lugares donde dirimir conflictos políticos) y la sustitución de la política por una actitud rupestre: ¿por qué no os calláis?

La reacción de los partidos tradicionales a fenómenos como Podemos es particularmente siniestra. Toda la estrategia consiste en demostrar que, en el fondo, son como ellos. Ya os hemos pillado: vosotros también sois corruptos. Es decir, la respuesta a la indignación ciudadana por una corrupción que se ha hecho estructural, no es asumir responsabilidades, hacer limpieza en los órganos partidarios, cambiar los mecanismos de funcionamiento y buscar soluciones para minimizar los riesgos de corrupción, si no incorporar a los que los denuncian a la familia. Hay dirigentes a los que se les cae la baba cuando dicen a Podemos: “Vosotros también sois casta”. Patético reconocimiento de la propia condición y extraña formula de redención: sois como nosotros, ya estamos salvados.

Y ahí tenemos a Rajoy, con Bárcenas y Gürtel, jugando a desmemorizado cuando se le pregunta por estas cuestiones

La razón de esta estrategia, no sólo defensiva sino autodescalificatoria, está en la falta de voluntad de asumir las responsabilidades que marcarían realmente un cambio en el marco de juego. Y ahí tenemos a Rajoy, con Bárcenas y Gürtel sobre los hombros, jugando a desmemorizado cuando se le pregunta por estas cuestiones. El PP cae en todos los sondeos, presentará un candidato que podría ser padre de los demás aspirantes en un momento en que toca renovación. ¿A nadie se le ha ocurrido pensar que una renuncia higienizante y una cara nueva podría ser lo mejor para el PP? La estructura jerárquica del partido, el poder de uno ante la servidumbre de todos, impide un cambio que parecería natural y sano. Pero el discurso defensivo contra Podemos tiene otro objetivo: la banalización de la corrupción. Indeseables los habrá siempre, un ejercicio de resignación y autoexculpación.

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Entre tanto ruido, ¿dónde está la política? ¿Por qué unos y otros, Podemos los primeros, eluden el debate sobre los grandes problemas? Nadie habla de cómo redistribuir en una sociedad en que el trabajo se ha convertido en un bien escaso que no garantiza una vida digna; de cómo activar el Estado del bienestar en la buena dirección, no como ahora que redistribuye hacia arriba; de cómo conseguir tener voz en los ámbitos supranacionales de gobernanza (Europa, en nuestro caso) y trabajar para un mayor control de los mercados y del poder financiero, de cómo recomponer las fracturas sociales en unos países en que la desigualdad ronda el punto catastrófico.

En vez de esto, PP y PSOE se ponen de acuerdo en un pacto antiterrorista que abre inquietantes interrogantes: ¿en quién y en qué se está pensando cuando se incluye en la definición de terrorismo “la subversión del orden constitucional” o la desestabilización “de las estructuras económicas y sociales del Estado”? ¿El terrorismo como excusa para una restricción del campo de juego contra los movimientos sociales o el separatismo? Miedo, inmovilismo y resignación a la corrupción, son pobres argumentos para responder a una fundada demanda de cambio por parte de la ciudadanía.

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