Valencia a debate
El acto organizado por los vecinos fue un concierto de quejas y quejidos frente a un ejercicio de narcisismo
Faltó tiempo y aforo para desarrollar el debate vecinal sobre la ciudad de Valencia celebrado el pasado martes en la Universidad, organizado por la Federación de Asociaciones de Vecinos con la participación de los partidos políticos del Ayuntamiento. Joan Calabuig por el PSOE, Joan Ribó por Compromís y Amadeu Sanchis por EU. Faltó también Rita Barberá, que envió a su hombre de confianza y vicealcalde, Alfonso Grau, lo que más que una deserción fue a nuestro juicio una cauta decisión porque esta alcaldesa carece de los suficientes mimbres intelectuales y retóricos para comparecer en esta clase de confrontaciones. Lo suyo es el baño de populismo, pero no el discurso y menos el diálogo razonado con sus críticos. En el cuerpo a cuerpo dialéctico afloran sus limitaciones y por eso lo ha rehuido a lo largo de los 24 años que nos ha gobernado.
Imposible resumir aquí el caudal de críticas y propuestas que fluyó en torno al gobierno de la ciudad. Baste decir que fue un concierto de quejas y quejidos frente a un ejercicio de narcisismo. El lector deducirá a quien y quienes corresponden unos y otro. La oposición y los vecinos se refirieron a la propiciada degradación de El Cabanyal; la absurda revisión del Plan de Ordenación Urbana con la recalificación de 400 hectáreas de huerta que solo interesa a sus propietarios; la abundancia de solares, sobre todo en el Centro Histórico; el transporte público en el marco de el Área Metropolitana; el aumento de la desigualdad, el paro y la pobreza, lo que se traduce en una pérdida de población; las funestas inversiones en fastos fatuos; la nula participación ciudadana en el gobierno y la falta de transparencia del mismo; la insuficiente limpieza, el auge del botellón y el ruido, una calamidad que, como es sabido, nos sitúa entre las urbes más contaminadas en el capítulo acústico, lo que es expresivo del grado de sensibilidad y cultura que nos caracteriza, y etcétera.
Frente a este aluvión de críticas, el portavoz oficial, con un coraje que se le debe reconocer, no otorgó valor a ninguna de las propuestas y se limitó a recitar las mejoras registradas desde que le PP gobierna la corporación. Más zonas verdes, más carril-bici, más bibliotecas, más aparcamientos, más autobuses. Un ejercicio de autismo y un dialogo de sordos en torno a una realidad que cada cual la valora desde sus antípodas. En un punto nos sumamos al criterio del vicealcalde: la suciedad vial no solo es culpa del insuficiente servicio de limpieza, sino también del déficit de civismo. Un déficit del que se decanta asimismo la profusión de pintadas sobre superficies nobles –sillares milenarios y puertas centenarias- y de cacas perrunas. No amamos o defendemos debidamente esta ciudad frente a quienes de verdad la lastiman.
Y para quienes arguyen que han situado Valencia en el mapa -¡valiente osadía!- será oportuno recordarles que, según la Organización de Consumidores, estamos junto a Alicante entre las ciudades españolas que suspenden en calidad de vida y solo estamos en el número 252 entre las 300 ciudades del mundo a tenor de su evolución y potencial económico, al decir del centro de investigación “The Brookings Institution” , de Washington. Así es que menos humos.
Y una adenda. Vergüenza debiera sentir el Ayuntamiento por la casa en ruinas sita en la esquina de la calle Pere Compte con plaza del Doctor Collado, a pocos metros de la Lonja de Comerciantes, el más maravilloso y acaso universal de los edificios civiles capitalinos. ¿Dónde tienen la sensibilidad estos ediles? Sí, ahí.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.