El guardián del espíritu de 1714
Quim Torra está a los mandos del Born Centre Cultural, mausoleo de la derrota en la Guerra de Sucesión y actual fábrica de épica independentista
Ferran Soldevila decía que cada pueblo crea su destino. Quim Torra está muy de acuerdo con el historiador , pero añade: “Sí, pero previamente hay que crear el pasado; no se trata de sentirnos pueblo hoy, sino de reconocernos como pueblo a lo largo del tiempo”. El director del Born Centre Cultural ha convertido el yacimiento arqueológico donde se pueden ver las calles del viejo barrio de la Ribera en la “zona cero de los catalanes”, en el mausoleo de la derrota de Cataluña y de la vieja España a manos de Castilla y su nuevo estado borbónico, en la fábrica de la épica independentista. Pero no se trata solo de provocar lágrimas de emoción, si no de captar entre la piedras de la patria "la fuerza arrebatadora" para impulsar el Proceso hasta el final.
Durante cierto tiempo, el relato soberanista estuvo dominado por el “España nos roba”, un eslogan eficaz para el consumo interno, pero “poco adecuado para presentarnos al mundo”, admite, por su deriva insolidaria, de acento padano. Había una exigencia de fundamentar la reivindicación, de dar consistencia intelectual al proceso, de retornar al discurso de la academia, a Soldevila, a su Història de Catalunya de 1934, el primer intento de identificar una expresión de la consciencia como pueblo. “Sin saber quienes hemos sido es imposible saber quienes podemos llegar a ser”, afirma el director del centro.
Su llegada al Born casi fue por casualidad. Estaba trabajando en Suiza, en la aseguradora Winterthur, cuando esta fue adquirida por Axa; en la restructuración subsiguiente fue despedido pero bien indemnizado. Regresó a Barcelona, se reinventó como editor y articulista celebrado por los sectores soberanistas; fue contratado por la empresa municipal Foment de Ciutat Vella, desde la que se gestionaban las obras del proyecto; y cuando el impulsor del concepto museístico, Albert García Espuche, presentó la dimisión como director fue designado para el cargo.
Desde 1714 estamos controlados por una visión castellana del gobierno”, dice Torra
“Lo que hace diferente la derrota de 1714 de otras derrotas es justamente el 12 de septiembre, el día siguiente a la caída de Barcelona. Hasta aquel día, con formas y tradiciones diferentes, Cataluña siempre había mantenido su autogobierno; incluso después de la guerra de los Segadors, una auténtica guerra por la independencia; pero desde aquel día estamos gobernados, vigilados y controlados por una visión castellana del gobierno y de la vida”. El balance de la guerra de Sucesión lo resume de forma lapidaria: “Supuso la desaparición oficial de Cataluña”.
En su discurso prima la lectura institucional de la derrota, aunque no renuncia al relato de la gesta histórica de los defensores de la ciudad, su épica y sus héroes. “No ha sido necesario imponer un argumento histórico, somos un pueblo emocional y esto emociona”; sin embargo, como buen noucentista, él está más cómodo en la orientación política de los hechos. “Aquella fue una guerra por la libertad, la libertad que nuestros antepasados creían que les otorgaba la concepción de España vigente hasta aquel momento, en la que nuestros abuelos se encontraban cómodos, por lo que se ve”.
A pesar de reconocer tímidamente algunos excesos historicistas en el transcurso del Tricentenario, subraya que la celebración ha servido para que la gente se interrogara sobre el sentido del 11 de Septiembre. En su opinión, el resultado ha sido una mayor identificación social con lo que representa. “La voluntad es la de recuperar el espíritu del 1714 como una fuerza absorbente y arrebatadora, para intentar de hacerla comprender e interpretar en la coyuntura que vivimos”.
Fuera del hecho nacional no hay vida”, afirma este ex militante del Reagrupament
Torra no solo vive inmerso en el espíritu del Born, desde que descubrió la obra y la vida de Eugeni Xammar se convirtió en el principal divulgador de la figura de este periodista republicano, liberal y catalanista, algo olvidada desde que Josep Pla había dicho que era la persona de la que más había aprendido. Escribió Periodisme? Permetim! La vida i els articles d'Eugeni Xammar y desde aquel momento lo reconoce como un referente por ser “un catalanista irredento, que nunca cedió un milímetro de su independencia personal y política”.
“Fuera del hecho nacional, no hay vida”, afirma, y completa sus parámetros políticos señalando: “Mis adversarios son todos aquellos que no quieren la soberanía plena de nuestro país, para que nos entendamos, aquellos que no quieren que la bandera catalana ondee bien alta y bien sola en Capitanía Militar”; muy en el estilo de Xammar, quien decía que “los catalanes para quienes la libertad de Cataluña no es su pasión dominante son unos señores que me acaban la paciencia”. Es vicepresidente de Òmnium, miembro de la comisión permanente de la Assemblea Nacional Catalana y partidario acérrimo de la unidad como fórmula para avanzar hacia la independencia. Siempre se ha sentido emocionalmente independentista; sin embargo solo militó unos meses en el Reagrupament de Joan Carretero. Ahora se mantiene en la equidistancia entre Convergència y Esquerra. Se alejó de los primeros por el pacto del Majestic con el PP y de los segundos, por pactar con el PSC.
En su defensa de la unidad alega que la historia demuestra que no hay otra fórmula más eficaz, que no hay nada que de mejores resultados que la unidad de los catalanistas, aunque lo del catalanismo político lo vea ya como algo superado. Forma parte de la corriente de opinión que atribuye la fuerza y las probabilidades de éxito del Proceso a la desaparición del catalanismo tal como se había entendido hasta ahora. “El catalanismo ha sido un artefacto del que se ha hecho de más y de menos, se ha demostrado demasiado adaptable a las circunstancia”. En cambio, es del parecer que la reivindicación de la independencia representará el fin de los eufemismos “forzará la depuración del lenguaje de la política catalana: la independencia se hace o no se hace, todo el mundo sabe lo que es un estado”, aunque para evitar la contaminación del concepto soberanista como le pasó al catalanismo defiende que se actúe con decisión y prontitud.
“No veo otra salida que aclarar las cosas de una vez por todas, aunque solo sea por salud mental, con perdón”, escribió en uno de sus artículos habituales en El Singular. Demuestra prisa por saber si los catalanes quieren o no quieren, pero se expresa con prudencia sobre el resultado. “Ya me gustaría que todos fuéramos independentistas, pero debemos ser muy conscientes que durante muchos años a la mayoría le ha parecido bien la relación que teníamos con España. Lo fuimos votando reiteradamente; la Transición y la Constitución obtuvieron un alto consenso en Cataluña; eso es así y no debemos engañarnos”.
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