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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El año de ‘Citizenfour’

La crisis y la creciente conciencia de la existencia de corrupción pública impulsa la figura del filtrador ético

El 1 de junio de 2013, Edward Snowden se citó con el periodista Glenn Greenwald y la documentalista Laura Poitras en un hotel de Hong Kong para hacerles partícipes de su denuncia de las prácticas de espionaje masivo practicadas por la Agencia Nacional de Seguridad de EEUU, para la que trabajaba. Más de 40 años después de las reuniones entre Garganta Profunda y los dos reporteros del Washington Post que llevaron al estallido del Watergate y al fin de la carrera política de Nixon, otro insider decidía jugársela para denunciar lo que consideraba un abuso de poder y un uso ilegítimo de las capacidades de vigilancia de su país.

Pero esta vez era diferente. Poitras llevaba consigo una cámara y documentó los ocho días que siguieron a ese primer encuentro con la fuente anónima que en las primeras comunicaciones encriptadas con la documentalista se identificó como Citizenfour y dio así título al film. El resultado de esos ocho días de filmación es una película que parece tener bastantes números para los Oscars pero que no tiene aún fecha de estreno en España. Un fascinante documento sobre el momento en que un analista de sistemas de un pueblo estadounidense decide cortar con toda su vida anterior para “promover el bien”. Contra la opacidad, el cuerpo. Es también un canto a la esperanza: a pesar de los enormes esfuerzos realizados por los gobiernos por ponernos a todos bajo sospecha, con las herramientas adecuadas de encriptación y el apoyo de una buena red de abogados, sí se puede denunciar y no acabar en una celda de aislamiento. Se puede denunciar a cara descubierta. Vigilantes, tomen nota, quien mucho abarca poco aprieta.

El documental familiariza al espectador con lo que supone salirse del guion en la sociedad de la vigilancia: cambios de residencia, incertidumbre, uso de variados sistemas de encriptación y precauciones high-tech y low-tech. Familiariza también con el proceso mental del propio Snowden, un joven conservador que había llegado a escribir que a los filtradores debería “disparárseles a los huevos” pero que a través de su trabajo acabó llegando a la conclusión que las actividades de su gobierno “hacen más mal que bien”. La denuncia de la invasión de la privacidad no es de derechas ni de izquierdas, parece.

Tampoco tenemos, salvo contadas excepciones, la contraparte necesaria para que las fuentes anónimas lleguen al gran público

A través de la reconstrucción de esos ocho días con Snowden, la fotografía que emerge al final no es, no obstante, un retrato personal, sino colectivo. La de unos gobiernos implicados en la construcción de un sistema de vigilancia tan masivo como inútil y fuera de control, y de unas personas decididas a hacerlo público para que jamás podamos alegar que no sabíamos lo que ocurría.

Que el estreno en España de Citizenfour no esté previsto quizás no debería sorprender. Para empezar, no tenemos ni una palabra para denominar a las personas que arriesgan su vida, su trabajo y su libertad por convicciones éticas, para poner en conocimiento del público ilegalidades y mala praxis pública y privada de forma rigurosa y responsable. Los ingleses les llaman whistleblowers equiparándoles a los policías que antiguamente alertaban ante la comisión de un delito utilizando un silbato. ¿El término más cercano en castellano? Chivato.

Tampoco tenemos, salvo contadas excepciones, la contraparte necesaria para que las fuentes anónimas lleguen al gran público: un periodismo basado en la investigación, libre, provocador, riguroso y desafiante con el poder. El whistleblower no es más que una fuente. El grueso del trabajo, la investigación y presentación del caso al público depende de periodistas y medios. Snowden buscó a Geeenwald y al británico The Guardian, que sometieron la información proporcionada, y a Snowden mismo, a un profundo escrutinio.

Es posible, no obstante, que este panorama esté cambiando en España. La crisis, la creciente conciencia sobre la existencia de corrupción pública y privada, la desestructuración de las redes clientelares creadas alrededor de núcleos de poder, la creciente desconfianza hacia las instituciones, la auto-organización ciudadana y la emergencia de nuevas organizaciones y partidos pueden ir minando la opacidad de un sistema que hasta ahora se ha mostrado muy reacio a incorporar la figura del filtrador ético y a atreverse a desmentir a los poderosos. Las tarjetas black, descubiertas gracias a una filtración a la Comisión Ciudadana Anticorrupción del Partido X, así como la existencia del portal Filtrala.org y la anunciada creación de un Buzón Podemos son casos recientes que apuntan en esa dirección.

Promover este tipo de procesos, no obstante, no es fácil. Fomentar y favorecer la denuncia de actos ilegales o cuestionables puede abrir la puerta a la sociedad de la delación y a las venganzas personales. El riesgo ético es enorme y sólo puede abordarse desde la transparencia, la responsabilidad, la encriptación y las garantías jurídicas, desvinculando a las fuentes de los portales y a estos del tratamiento periodístico posterior, y partiendo de un compromiso inquebrantable con la transparencia pero también con el derecho al honor, el control colectivo de las instituciones públicas y la libertad de expresión. Como hicieron Poitras y Greenwald con Citizenfour.

Gemma Galdon Clavell es doctora en Políticas Públicas

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