Cataluña imperfecta
El independentismo sigue estando en manos de Junqueras, pero el líder político de Cataluña vuelve a ser Artur Mas
Hay algo del cazador furtivo en la actitud política de Mariano Rajoy. Pero incluso al mejor y más paciente furtivo a veces se le escapa la presa. Con Cataluña y el soberanismo Rajoy ha jugado como ese cazador que espera el momento de debilidad o confía en la intervención del azar para que cambie el escenario. Y ese cambio ha sucedido, sin duda, pero quizá en un ángulo que Rajoy había desatendido.
El conflicto catalán ardía y arde por su cuenta, sin que los datos más o menos fiables proyectasen una crecida tan grande del soberanismo que lo convirtiese en mayoritario en la sociedad catalana. Desde el 9-N sabemos positivamente que no lo es, aunque podría llegar a serlo en el Parlament con una potencial alianza de Convergència (imagino que ya sin Unió) y ERC más la CUP para compensar la pérdida de Unió. Eso suma una mayoría de diputados que roza la absoluta pero queda muy lejos de una mayoría de la sociedad catalana. Teóricamente es grave pero en términos políticos no sucede nada. Mas sigue siendo presidente, el frente soberanista tiene grietas nacidas de intereses políticos distintos, y si usted fuera Mas no convocaría elecciones ahora, precisamente cuando ha recuperado el liderazgo político de Cataluña, que es distinto y mucho más importante que el liderazgo del independentismo. Este ahora sigue en manos de Junqueras, pero el líder político de Cataluña vuelve a ser Mas.
Mientras tanto a Rajoy le ha aparecido un bicho que atrae frikis de todas las edades y geografías sociales, y le ha obligado a girar la cabeza hacia otro sitio, lejos de la albufera en que esperaba cazar al pato separatista. El nuevo animal es mucho más viscoso, navega por rutas y canales sin mancha institucional y con el adanismo propio de la subversión dulce.
A Mas el éxito puede devaluarlo como President y convertirlo en mero capitán político de una élite extractiva e independentista
Mientras Rajoy entraba en trance contemplativo, el soberanismo crecía —yo creo que ya no crece, pero puedo estar en la inopia— y crecía también la contestación integral al sistema con verbo grueso, candados, frases rumbosas y una capacidad de atracción muy alta entre demócratas de toda la vida y entre nuevos demócratas del siglo XXI. Unos son los desasistidos creyentes en el parlamentarismo clásico de nuestra democracia plena (hoy atónitos ante la mugre que tapaban las alfombras) y otros son los nativos del fin de siglo que han salido ya de los toldos de las plazas de hace varios años y están instalados en círculos que crecen.
Paradójicamente, esos cambios alteran la correlación de fuerzas también en Cataluña, que se esfuerza por fingir que aquí no hay nada parecido a Podemos aunque Podem exista. Fingimos que la escala municipal de Ada Colau, la líder de la PAH y de Guanyem, es su alter ego en Cataluña. Pero no estoy nada seguro de que sea así, ni de que su escala sea sólo municipal. Hoy la turbina argumental e icónica de Pablo Iglesias, Errejón o Teresa Rodríguez está desaparecida (a todas luces) en los medios públicos españoles y por supuesto también catalanes. Descolocan a unos y a otros porque en Podemos cristaliza una esperanza que no estaba llamada a la mesa soberanista, o ya tenía su cuota en forma de CUP.
Pero el éxito es perturbador y la buena suerte de Mas puede llevar dentro su propia carga explosiva. Mas ha hablado peligrosamente del “éxito total” del 9-N. O es una concesión a la euforia o es una amputación de Cataluña. Como réplica política a Rajoy, sin duda el 9-N es un éxito total; como mensaje a sus conciudadanos catalanes, el éxito es al menos relativo, salvo que excluya de Cataluña a quienes vivieron con escepticismo o rechazo una campaña respaldada a fondo por la Generalitat. Pero quizá ese es el problema: que a Mas el éxito puede devaluarlo como President y convertirlo en mero capitán político de una élite extractiva e independentista. Un presidente en pleno uso de sus funciones no puede asegurar sin pestañear, o sin rectificar de inmediato, que Cataluña vivió el 9-N una “simbiosis perfecta entre las instituciones, el tejido asociativo y las personas”.
La frase degrada a los ciudadanos que nos portamos bien casi siempre, delinquimos poco y lloriqueamos lo justo, y sin embargo discrepamos de que la independencia sea una solución ni política ni ideal para Cataluña. Un presidente que ha recuperado el liderazgo de la nación no puede ni debe comportarse como el líder de una facción: ese es el papel de Junqueras, y lo ha hecho con gran habilidad silenciosa (aunque yo rezo para que se explique cuanto más mejor). Mas exhibió como President un “éxito total” contra el Gobierno del PP, y eso es legítimo y es política. Pero en Cataluña no vive el Gobierno de Rajoy ni Rajoy encarna el voto de 4 millones de catalanes. Dos millones de participantes configuran una simbiosis demasiada imperfecta, salvo que la imperfecta sea Cataluña, insuficientemente adaptada a ser lo que debe.
Jordi Gràcia es profesor y ensayista.
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