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Cuatro capitanes para un barco efímero

Cánovas, Adolfo y Guzmán conmemoran sin Rodrigo los 40 años del histórico álbum ‘Señora azul’

Adolfo Rodríguez (Izquierda) y José María Guzmán, cantantes del conocido disco Señora Azul, el pasado jueves en Madrid.
Adolfo Rodríguez (Izquierda) y José María Guzmán, cantantes del conocido disco Señora Azul, el pasado jueves en Madrid.carlos rosillo

El saber popular lo deja claro: puede haber muchos marineros, pero quien manda es el patrón. Juan Robles Cánovas, Rodrigo García Blanca, Adolfo Rodríguez y José María Guzmán integraron en 1974 una de las naves más fascinantes que ha conocido la historia del pop español, pero cometieron un error: los cuatro quisieron ejercer como capitanes y ninguno disponía de tripulación a su mando. Grabaron uno de los discos más asombrosos que ha conocido nuestra música popular, Señora azul, y se disgregaron sin haber ofrecido ni el primer concierto.

En el fondo nos queremos pero no siempre llevamos las cosas a buen puerto

Las once composiciones que integraban Señora azul sonarán esta noche en la sala Galileo Galilei para demostrar, justo cuatro décadas después, su lozanía intacta. Pero las cicatrices de esta alianza “eternamente definida por la dualidad amor-odio” (Guzmán dixit) aún perduran. La más evidente, la ausencia de Rodrigo, ajeno al mundanal ruido en Chiclana de la Frontera. El autor de las memorables Solo pienso en ti, Nuestro problema (“La costumbre engendró el aburrimiento entre los dos”) o Señora azul (una malévola andanada contra la crítica musical) se dedica hoy a escribir libros y canciones en estricta soledad y ni siquiera ha recibido la llamada de sus antiguos compañeros para soplar juntos las 40 velas. “Ya no estamos en contacto con él. Después de la última, ya no”, admite Guzmán con gesto resignado. Y Adolfo, más severo, apostilla: “No tengo nada que criticarle en lo musical, porque ha hecho grandes cosas, pero mejor que se quede en su casa. De hecho, no debería haberse movido de ella en estos 40 años…”.

En la azarosa historia del disco tomó cartas hasta la censura, que prohibió ‘Jovencita’

“La última” a la que alude Guzmán se remonta a 2005. El cuarteto había ofrecido contra pronóstico sus primeros recitales conjuntos e Hispavox anhelaba un álbum de reconciliación. Los cuatro pactaron que el nuevo disco incluiría 12 composiciones, a razón de tres por barba, para evitar suspicacias. Sin embargo, Rodrigo vetó el repertorio de Adolfo porque este decidió recurrir como letrista al poeta cordobés Alejandro López Andrada. Y ahí acabó todo: ni más conciertos, ni nuevo disco, ni nada más que hablar.

“En el fondo nos queremos y conocemos la valía de cada uno, pero no siempre sabemos llevar las cosas a buen puerto. Juntar a cuatro mentes que vierten todo su ego en cada canción siempre fue complicado”, recapitula el madrileño José María Guzmán. Pero, incluso si Rodrigo, prevalece la excelencia de un cancionero asombroso y la calidez de unas armonías vocales que constituyeron la réplica hispana de Crosby, Stills & Nash.

Juntar a cuatro que vierten su ego en cada canción siempre fue complicado

Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán habían nacido de las cenizas de Solera, la aún más efímera banda que Guzmán y Rodrigo compartieron en 1973 con los hermanos José Antonio y Manolo Martín. “Queríamos completar una banda espectacular”, rememora Guzmán, “y Adolfo, de Los Íberos, nos parecía la mejor voz del pop en España. En cuanto a Cánovas, reunía tres virtudes: era batería [en Franklin], cantaba y le gustaban los Beatles”. Adolfo Rodríguez ya había despuntado en 1968 con la irresistible Summertime girl, grabada en Londres sin saber una sola palabra de inglés: el cantante tuvo que trabajar con transcripciones fonéticas en las que el título se convertía en “Sámertaim gueerl”. “En realidad”, nos revela ahora, “mi vida pudo cambiar para siempre en 1969, cuando coincidieron en Palma de Mallorca unas actuaciones de Los Íberos en la discoteca Barbarela y una convención de la revista Billboard. Unos directivos de la Tamla Motown [el sello de Marvin Gaye o Stevie Wonder] quisieron contratarme como vocalista. Mis compañeros no les interesaban, porque decían que ya disponían de suficientes músicos de sesión. Y yo, como buen joven romántico, decliné la oferta…”.

Quedan cicatrices de esta alianza, definida por la dualidad amor-odio

Adolfo apenas participó en las sesiones de Señora azul porque le coincidieron con la representación de Rocky Horror Picture Show en la discoteca Cerebro (Plaza de los Cubos), junto a Mayra Gómez-Kemp o Pedro Mari Sánchez y con la dirección musical de Teddy Bautista. Mientras tanto, sus tres compinches preparaban la grabación en las inmediaciones de la casa de Cánovas, en Marcelo Usera. “Nos reuníamos en una de esas cafeterías de barrio con mesas de aluminio. No recuerdo su nombre, pero la llamábamos con guasa Hawái”, evoca Guzmán. Y prosigue: “Allí concebimos todos los arreglos. Teníamos un gran cuaderno cuadriculado e íbamos anotando en qué compás entraba cada voz, las congas, las panderetas… Éramos ambiciosos y pejigueras”.

La grabación se fraguó en los míticos estudios de la calle Torrelaguna, durante apenas tres semanas y bajo la célebre supervisión del productor milanés Rafael Trabucchelli, el mismo que había definido el sonido de Miguel Ríos, Módulos, Karina o Los Mitos. “Era un tipo fino y sutil que se animaba con lingotazos de whisky porque decía que eran buenos para las arterias”, anota Guzmán, que aportó delicias como Si pudieras ver, El río o Supremo director. En la azarosa historia del disco tomó cartas hasta la censura, que prohibió Jovencita por considerarla una descocada oda al amor con una adolescente. Pero su autor, Rodrigo, les coló un gol estratosférico a los censores con María y Amaranta, canto al amor lésbico que se anticipó 14 años al célebre Mujer contra mujer, de Mecano.

Cánovas, Adolfo y Guzmán actúan el lunes 13 de octubre a las 21.30 en Galileo Galilei (c/ Galileo 100). Entrada: 12 euros

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