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Agonía al pie de los faros

Los inmuebles donde los fareros vivían enmohecen cerrados a cal y canto y, pese al empeño de Fomento por ofrecerlos como hoteles, solo hay un proyecto en Galicia

Faro deshabitado de Punta Insua, cuyo uso reclaman los vecinos de Lariño (Carnota).
Faro deshabitado de Punta Insua, cuyo uso reclaman los vecinos de Lariño (Carnota).XURXO LOBATO

Al cruzar la puerta del faro, el hedor a moho y podredumbre les pegó una bofetada en la nariz que casi los tumba. Luego abrieron las ventanas, entró el viento salobre, que ese día soplaba fuerte, y el olor a mar y el sol limpiaron poco a poco el ambiente. Un grupo de radioaficionados logró entrar recientemente en el faro de Punta Ínsua (Lariño, Carnota) gracias a un amigo que rema bien en los acantilados de la Administración. Los vecinos de la parroquia llevan pidiéndolo un par de décadas y no lo consiguen. Hace dos años, a través del Ayuntamiento, presentaron una propuesta a la Autoridad Portuaria de Vilagarcía para “devolverle la vida” al edificio de unos 400 metros cuadrados que en tiempos habitaron las familias de dos fareros. Querían aprovechar el inmueble y su entorno agreste para gestionar un “ecocentro”, pero al alcalde, Ramón Noceda (BNG), que también nació en Lariño, le respondieron que no era posible, porque “las Autoridades estaban estudiando qué hacer con los faros”.

En realidad, según explica un portavoz de Puertos del Estado, las leyes que determinaban qué se podía hacer con las instalaciones vacías de los faros (una de 2003, otra de 2011) ya estaban más que aprobadas entonces. Pero Ana Pastor, que llevaba casi un año de ministra, tenía en aquella época un empeño en mente: “poner en valor”, en palabras del portavoz, “la posibilidad de transformar los faros en hoteles con encanto”, algo que ya estaba en el articulado pero “pasaba desapercibido” entre otros usos menos lucrativos que en algunos casos sí habían salido adelante en ciertos lugares, como las salas de arte o de conferencias.

Con ese objetivo, el Gobierno creó la marca Faros de España, y desde 2013 espera propuestas que cuajen mientras los edificios languidecen entre las rocas. Hay bastantes sociedades y particulares, sobre todo en Baleares, que se dirigen a los puertos para informarse sobre las condiciones, pero igual que llegan se marchan cuando conocen las dos tasas, de ocupación (8% de la valoración de los terrenos) y de actividad (variable en función del rendimiento del negocio), a las que van a estar sujetos durante décadas si se hacen con la concesión del Gobierno. En su día también hubo un proyecto de hotel (con spa) para Lariño, pero la empresa se echó atrás, igualmente por los cánones que tendría que asumir.

No hay concurso público. Si no hay competencia, el que llegue con una buena oferta a ojos de la Administración central se queda con la concesión (a pie de un faro que sigue guiando a los navegantes) un tiempo “máximo de 35 años”, ampliable “hasta 50”. Las propuestas de negocio deben pasar la criba de su respectiva autoridad portuaria para poder ser estudiadas luego por Puertos del Estado. A Madrid, de momento, no han logrado llegar más que tres ofertas con posibilidades de ser aprobadas: dos en Alicante (faros de San Antonio y de la isla de Tabarca) y una en Lugo (Illa Pancha, Ribadeo). El edificio del hotel de Fisterra, el único abierto en Galicia, no es de Fomento.

Los vecinos de Lariño explican que ellos también estarían obligados a abonar tasas si hoy aspirasen a montar en el faro su “ecocentro sin ánimo de lucro”, pero que “las propuestas para hotel son las que se escuchan”. “Solo la Cruz Roja está exenta de pagar”, comentan con desaliento, “nosotros no podríamos asumir un canon anual, por ejemplo, de 16.000 euros”. Según ellos, Vilagarcía nunca quiso atender sus aspiraciones, que se fueron desinflando. Pasaron de querer gestionar el inmueble a solo pretender entrar en él para mantenerlo “limpio y cuidado”. Tras organizar un calendario de protestas y movilizarse en internet, hace dos semanas consiguieron al fin ser recibidos y arrancar un principio de acuerdo que aún no está firmado ni colma sus deseos: un permiso para cruzar la verja que impide acercarse al faro. Ahora, al menos, podrán pisar el “entorno”.

El día que los radioaficionados fueron para comunicarse desde allí con faros de todo el planeta, algunos vecinos se acercaron corriendo y pidieron entrar. Se les cayó “el alma a los pies” al ver “las puertas y los radiadores arrancados”, “los muebles de la cocina hinchados, reventados por la humedad”. “El de Touriñán está por el estilo”, informaron los radioaficionados, que emitieron desde este último faro en otra ocasión.

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Durante su visita fugaz, los vecinos recordaron los espacios en los que solían jugar con los hijos del último farero, una niña y un niño que “también iban a la escuela”. Cuando el torrero y su mujer se cansaron de ciertas visitas, solicitaron a la Autoridad Portuaria, apelando a la “intimidad” y al “vandalismo”, que levantase una valla. La guerra se declaró en el pueblo; “tirábamos de noche cada bloque que ponían de día”, cuenta un vecino, “y la cancela también acabó en el mar”. Pero al final, hace unos 27 años, el de Lariño se convirtió en un faro enjaulado. Más tarde el torrero marchó.

Y desde entonces, los del lugar llevan 20 años queriendo entrar. La Asociación Punta Ínsua guarda amarillentas copias con sello de entrada de las veces que pidieron a la Administración abrir, al menos, “el entorno”. “El faro es parte de nosotros, su torre es como el campanario para cualquier parroquia”, dice Marcos Rama, el presidente vecinal. “Estamos dejando morir los faros”, lamenta Rama. “Vamos a movilizar a otras asociaciones gallegas, extender nuestra reivindicación, porque nuestro patrimonio se pierde”.

Ocho torres habitadas

S. R. P.

De los 37 faros de Galicia solo ocho siguen habitados por sus torreros, y la mitad dependen de la Autoridad de Ferrol-San Cibrao, la misma que, según el listado oficial de “usos complementarios” al que remite Puertos, aparenta poner algo más de interés que las otras en mantener con vida sus instalaciones. Hasta cinco faros o edificios anexos vinculados a esta Autoridad sirven de observatorio, sala de conferencias o de exposiciones, estación base para un sendero turístico o centro de interpretación. La promotora de las iniciativas es la propia Autoridad. Además, está el proyecto privado para abrir un hotel en Illa Pancha.

Puertos calcula que el mantenimiento de los faros (fundamentalmente las torres y sus linternas) le cuesta 9,5 millones al año. “Esto no supone ninguna carga para los presupuestos generales porque se compensa con la tasa de ayudas a la navegación”, añade. “En cuanto a los edificios sin uso [residencias ahora cerradas], se mantienen de forma suficiente y ninguno sufre un deterioro grave”, responde cuando se le pregunta si los hay que amenacen ruina.

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