Así nos ven, más menos
Los valencianos que vivimos en Madrid llevamos a cuestas como una cruz algunos tópicos muy pesados
Los valencianos que vivimos en Madrid llevamos a cuestas como una cruz algunos tópicos muy pesados, el levante feliz todavía, la desmesura de Blasco Ibáñez, el luminismo de Sorolla, las fallas, la paella, el estilo pompeyano-naranjero, la fiesta de moros y cristianos, Paquito el Chocolatero, el mediterráneo, la traca, el kitsch, Calatrava, la tomatina y la escatología, paradigmas a los que ahora se ha unido la corrupción política en su fase más evidente y hortera, expresada por un tipo con bigote, puro Montecristo entre los dedos anillados, que asiste a la boda de la hija de Aznar con zapatos color sobrasada.
Para acabar de arreglar el desaguisado, aquí también puede pasar que un expresidente del Valencia Club de Fútbol intente secuestrar a su socio, amigo y vecino, como una forma nueva de tocar el bombo en aquella Banda del Empastre.
Aceptada esta pesada cruz, hay que reconocer que más de allá de estos quebrantos reales y falsos tópicos existe un país creativo, irónico, imaginativo, socarrón, trabajador, que está siempre a favor del placer y que caza las moscas al vuelo.
Entre los valencianos se dan las relaciones sociales, religiosas, políticas, estéticas y morales muy marcadas. Aquí están los ejemplares más detonantes del republicano, del monárquico, del beato, del anticlerical, del anarquista, del rojo, del reaccionario, del radical, del cómico, del descarado cuyas fricciones entre ellos conservan todavía un carácter moruno, pero en el fondo cualquier ideología alienta bajo un aire de un menfotisme redentor.
A mi juicio hay tres facetas que definen a la sociedad valenciana: la espontaneidad, la naturalidad y la inmediatez. Un pueblo en mangas de camisa, nos definió Fuster. Aquí no hay referentes aristocráticos puesto que ya los descabezamos cuando las Germanías. Aquí los mercaderes son nuestros príncipes florentinos. Cualquiera que sea la clase social, los valencianos nos miramos directamente a los ojos a la misma altura, ni los señores de arriba abajo, ni los sirvientes abajo arriba. El labrador, el marinero, el señorito, el exportador, el propietario, el artista, el industrial de éxito, la criada, el obispo, el sacristán, todos se miran cara a cara al mismo nivel.
Esa mirada horizontal, un poco irónica y descarada, es nuestra democracia. Por otra parte, cualquier pecado, catástrofe o caída nos parece natural, pero también cualquier placer nos parece merecido. Cuando llegamos a pensar una maldad o a imaginar una obra de arte, resulta que ya la hemos hecho, puesto que nuestra acción siempre precede al pensamiento. Frente a cualquier desgracia, la gran solución: tot s’arreglarà si el pare cobra. Por lo demás, nada.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.