Olvidada corrupción
Saturada la concurrencia ante su alud cotidiano, es como si quisiéramos alejarla de nosotros de un manotazo, como se libra uno, sin alcanzar jamás el objetivo, de la mosca impertinente
¿O no?. Se trata de la corrupción que, saturada la concurrencia ante su alud cotidiano parece como si quisiéramos alejarla de nosotros de un manotazo, como se libra uno, sin alcanzar jamás el objetivo, de la mosca impertinente.
"¡Tan profunda es ya la corrupción! De nada sirven los confesores y los capellanes: todos callan en la hora del peligro. ¿Por qué? Porque entran también a la parte...El mal sigue su curso, y lo que roba un poderoso se perdió sin remedio: las quejas son desatendidas, y acaban por cansar a los que las escuchan....Todos lo ven, y callan, pensando que también les llegará su vez. Si algún pobre diablo se apodera de un polluelo, cargan sobre él, y lo buscan, y lo prenden, y en voz alta y por unanimidad lo condenan...Así se ahorcan ladrones de poca monta, y los grandes prosperan y dominan en el país."
¿Les suena?. Pues bien, el texto del segundo párrafo de este artículo se debe a J.W. von Goethe, en la cuidada versión castellana de El zorro, de título tan oportuno, por Juan Lauda, Madrid 1870, reeditada por El Museo Universal, Madrid 1986.
En su día afirmé que esta no es una sociedad corrupta sino más bien corrompida, o a la que se intentaba corromper. No me desmiento pero me asalta más de una duda. Sin el concurso de los que esperan "entrar a la parte" tampoco podrían prosperar los corruptores. La anestesia que precede al olvido es tan peligrosa como el silencio de una sociedad, que, al cabo, parece adorar el becerro bíblico con sus brillantes reflejos de circo sin pan, ya se trate de una tauromaquia cerril o de abominables expresiones groseras. Admiran la riqueza y envidian la ostentación obscena de quienes la poseen y la exhiben. Berrean, aplauden, lloran, se desgañitan, se emocionan, ante ídolos cuya primera y principal contribución es la de burlar a quienes les tienen por modelo y aplauden. El desprecio (os hago una playa o un puente, sin mar ni río) es proporcional a la prosternación de los insultados.
El tema tiene su base en la corrupción, que viene a ser la sustitución de los valores más elementales de la especie, según nos atribuyen arqueólogos, antropólogos y demás especímenes científicos que tratan de estos temas. De entre estos valores, la solidaridad (el cráneo con la mandíbula sin dientes ni muelas, nos vienen a decir, significa que los miembros del clan o la tribu, alimentaban a los desdentados), el altruismo, la lenta edificación de las instituciones sociales y políticas, de la familia en todas sus formas a los mecanismos para dirimir las confrontaciones. Con una finalidad, racional, evitar la guerra del hombre contra el hombre, el ojo por ojo para evitar daños mayores, irreparables.
Valores que constituyen (?) la base del estado moderno desde las revoluciones norteamericana y francesa. Valores ampliados a la igualdad de género, al derecho de la tierra y el medio ambiente, a los derechos sociales, después de las dos grandes, monstruosas, tragedias del siglo XX.
La carcoma de la corrupción se une con el gusano del olvido, a la fragilidad de la memoria. Ayudan a ello, con pugnacidad monstruosa, la endeblez de las instituciones democráticas y el torrente de información, ambas sin el filtro de la reflexión, de la razón, tan naturales en lo que, al parecer, fuera nuestro modo de pensar.
Debilidad democrática, pendiente de decisiones según la volubilidad de una opinión "encuestada", sin la necesaria pedagogía, lenta y áspera, de la reflexión. Hoy un crimen, reforma del código penal; mañana un accidente, cambio de las normas de circulación. Así hasta donde Uds. quieran. Eso si, además no cuentan con las autorizadas declaraciones de jueces y fiscales, incluso los más encumbrados: "denunciar la corrupción no es un delito". Sea. Denunciar los crímenes, tampoco, agregamos, aunque le cueste puesto a un juez o a quien se tercie, se prolongue la burla en gürtel, con sus aforados, desaforados y demás: los del polluelo, a la cárcel, los otros de paseo y langostinos: una demostración de ley antigua, la del embudo.
No hay alternativa, el mantra de los representantes (?) políticos todavía electos, democráticos. Desde luego parece que la historia y el presente dan la razón a Einstein: solo hay dos infinitos, el espacio y la estupidez humana. La segunda puede que mayor, tanto como para aceptar que el sacrificio, en términos físicos y morales para obtener unos mínimos de solidaridad colectiva, de manera sucinta llamado estado del bienestar y pensar inevitable el expolio, el propio y el colectivo. De los salarios a los servicios, de la tierra que es lo único que nos quedaba al patrimonio cultural; de la igualdad de género al cuidado de los niños o los viejos. Lo consiguió una derecha que tiene por objetivo una finalidad que no olvida, ante una izquierda que parece haber perdido la memoria y las ideas
La carcoma ha corroído las entrañas de un edificio social construido con tanta dificultad como costes humanos a lo largo de dos o más siglos, o tal vez de muchos más, desde el inicio de lo que llamamos civilización.
El combate es de nuevo por la estricta supervivencia como seres precisamente civilizados. Las herramientas: las ideas y las urnas, y las letras como aprendí de entre otros de Albert Camus cuyo centenario también hemos conmemorado con escasa atención por cierto.
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