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Curas para la joya del cisterciense

El monasterio de Santa María la Real afronta una reforma sufragada por la Comunidad

Una de las bóvedas restauradas pertenecientes al claustro del monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias.
Una de las bóvedas restauradas pertenecientes al claustro del monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias.Uly Martín

El sol zurra con fuerza sobre el monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias, en el municipio de Pelayos de la Presa. A unos seis metros del suelo, en un andamio, Jonathan Martín realiza —con una suerte de pistola churrera en mano— inyecciones de cal en las grietas de uno de los muros. “Cuando fragüe se rejunta con el mortero que elijan y listo”, dice con una sonrisa y la cara totalmente colorada. El joven de 27 años es uno de los cinco obreros que trabaja en la restauración del monasterio, el único de estilo cisterciense que existe en la Comunidad. Ahora toca el transepto norte, en otras palabras, el brazo izquierdo de la cruz; anteriormente fueron las bóvedas del claustro.

El Ministerio de Fomento y la Comunidad firmaron en 2011 un convenio que pretendía la recuperación del edificio por un importe de 1,9 millones de euros. Aunque las obras iban a costearse a partes iguales, los “ajustes presupuestarios” hicieron que se esfumara la parte que correspondía al Estado y la Comunidad tuvo que tirar por su cuenta. Hasta ahora ha invertido algo más de 500.000 euros. En la última parte del proyecto, aún en fase de contratación y que incluye la restauración de la antesacristía y la capilla ochavada, la Comunidad destinará 170.000 euros más. “Aunque vaya a golpe de dinero chico, lo importante es que las obras no se paren. El objetivo es abrirlo al público en 2015”, comenta Ana Muñoz, presidenta de la fundación que comparte nombre con el monasterio y que intenta salvar lo que queda de él.

Exteriores del monasterio cisterciense.
Exteriores del monasterio cisterciense.Uly Martín

La historia de esta joya arquitectónica —declarada Bien de Interés Cultural en 1983— se remonta al siglo XII, cuando Alfonso VIII El Noble ordena que un grupo de monjes de la orden del Císter se traslade del Monasterio de la Santa Espina, en Valladolid, a Pelayos de la Presa. Con ellos traen su estilo, que se caracteriza por la sobriedad y la falta de ornamentación; una tendencia rompedora en aquella época. “Puede parecer una arquitectura pobre, pero es todo lo contrario. Constructivamente es exquisita, fíjate en la rectitud y en el pulido de esa fachada”, indica Fernando Vela, uno de los arqueólogos que participan en el proyecto.

Cientos de años, cinco incendios y varias influencias después (románica, mudéjar, gótica, renacentista y barroca), la obra culminó en el siglo XVIII. Pero en 1836, con la desamortización de Mendizábal, los monjes tuvieron que abandonar sus posesiones y las tierras que circundaban Santa María la Real acabaron en manos privadas. “Estuvo abandonado durante más de un siglo. La gente entraba para llevarse las piedras o los cuadros”, lamenta Muñoz, que con el dinero de los futuros visitantes espera poder abrir una hostería acorde al lugar.

La mujer dice que se lo debe a su tío, el arquitecto Mariano García Benito, que en 1974 compró el monasterio por 10 millones de las antiguas pesetas tras ver un anuncio en la prensa. Lo cercó, localizó piedras, reconstruyó una de las torres y realizó un estudio con planos de cómo era y lo que se encontró. “Este lugar era su pasión. Empleó toda su energía y mucho dinero de su bolsillo para rehabilitarlo”. El arquitecto lo donó al Ayuntamiento de Pelayos de la Presa, su actual propietario, en 2003.

El joven obrero sigue inyectando cal en los muros. El que está al lado se pone una mascarilla, obligatoria cuando manipulan resina. "Es tóxica e irrita mucho", aclara Jonathan. El sol le pega de lleno en el rostro. “Es lo que peor llevo, pero merece la pena. Aunque a veces pueda ser un poco monótono, es un trabajo muy gratificante”. En suelo firme le espera un compañero. Es la hora del bocadillo.

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