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LA GRAN GUERRA EN BARCELONA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Baile de santas y lluvia de macetas

La estatua que corona la catedral parecía bailar durante el vendaval del 22 de febrero

La enorme escultura de Santa Elena que corona el cimborrio de la catedral.
La enorme escultura de Santa Elena que corona el cimborrio de la catedral. consuelo bautista

Aquel mes de febrero estaba resultando muy movido, en el frente Occidental los alemanes habían iniciado la guerra submarina contra la Gran Bretaña, mientras los franceses daban comienzo a su ofensiva invernal en la Champaña. En el otro extremo del Mediterráneo, tropas llegadas desde todo el imperio británico se concentraban en el paso de los Dardanelos para atacar a los turcos, en la que se conocería como la batalla de Galípoli. Y en el frente Oriental, von Hindenburg iniciaba su asalto contra Varsovia. Como si los elementos quisieran conjurarse con las operaciones militares, el 18 de aquel mes se formó un fuerte ciclón frente a las costas de Galicia, que en los días siguientes sembró el caos en la Península. Primero barrió el Cantábrico occidental y provocó destrozos en Madrid, donde muchos edificios perdieron sus chimeneas. Después se ensañó con la costa mediterránea, hasta que la madrugada del 22 de febrero llegó a Barcelona.

Con un silbido estremecedor, las fuertes rachas de aire comenzaron azotando la ciudad y levantando grandes nubes de polvo que cegaban a los transeúntes. La temperatura descendió bruscamente y aumentó la velocidad del viento. A aquella hora mucha gente salía a la calle para ir a trabajar, con lo que hubo un número muy elevado de heridos. La corriente arrastraba ropa tendida, gorras, bufandas y sombreros de los peatones. Las ráfagas eran de tanta intensidad que rompieron escaparates y se llevaron por delante muchas farolas. Los principales afectados fueron los árboles, casi todos sufrieron desperfectos y algunos resultaron arrancados de cuajo. La ciudad quedó sin teléfono ni telégrafo por la masiva caída de postes, y se produjo una espectacular lluvia de tejas, macetas y todo aquello que se hallaba en terrazas y balcones. Toda clase de objetos se precipitaron abruptamente sobre la calzada, haciendo muy peligroso permanecer en ella. Cayeron hasta los palomares que en aquellos años ocupaban las azoteas de muchos edificios, uno de ellos de gran tamaño fue a impactar en la plaza de San Miguel. Se desplomó una piedra sobre el claustro, y otras más cayeron en la plaza de la catedral. A resguardo desde la desaparecida calle de la Corribia, un gran número de curiosos contemplaron horrorizados como la estatua de Santa Elena que corona el cimborrio catedralicio comenzaba a oscilar y a moverse. Se temió que fuese a caer de un momento a otro, algunos dijeron que la santa parecía bailar en medio del torbellino.

Entre los desperfectos más notables se produjo el derrumbe de una casa contigua a la basílica de la Merced, hubo destrozos en el museo de Zoología y en el vecino zoológico, y se rompieron muchos cristales del Palacio de Justicia. En el Paral·lel se hundió el tejado del teatro Condal, así como la cubierta de la nave de carneros y la de bueyes del matadero de la Vinyeta, junto a la plaza de toros de Las Arenas. Se desplomó el techo de la fábrica Serra i Balet de Sants, ocasionando graves desperfectos en la maquinaría. Muchas cercas de solares cayeron al suelo, como las que había en calles como Cabanes, Vila i Vilá o Mata. Y las barracas de Montjuïc sufrieron bastantes hundimientos. El viento derribaba tranvías eléctricos y aquellos otros movidos con caballos que llevaban por nombre ripperts. Uno de los accidentes más espectaculares tuvo lugar en la Ronda de Sant Antoni, cuando volcó un omnibús lleno de pasajeros que sufrieron cortes y contusiones de diversa gravedad. En el puerto, el vapor Emilia J. de Pérez estuvo a punto de chocar con el transatlántico Reina Victoria Eugenia, y sólo gracias al trabajo de los prácticos del puerto se pudo salvar la situación.

La prensa informó que un dirigible alemán había lanzado bombas incendiarias sobre Calais

El vendaval estuvo soplando todo el día. Cayeron chimeneas en diversas empresas, como la de Andrés Figueras donde resultaron afectados dos trabajadores. O en la fábrica de tintes de la calle Aristóteles de Sant Andreu, en la que se derrumbó otra chimenea desplomándose sobre cinco obreros que a mediodía estaban lavándose las manos a punto de irse a comer, de los cuales murieron dos y fueron heridos los tres restantes, uno de ellos quemado al reventar un tubo de vapor caliente. El huracán también mató al portero de una escuela de la calle Ballester y a una mujer que quedó sepultada por un cobertizo arrancado en la calle Mallorca. Los otros dos cadáveres se produjeron en las calles de Viladomat y Aribau. El alcalde Guillem de Boladeres solicitó un listado de los numerosos afectados, según él con la intención de visitarles. El ciclón siguió soplando todavía una jornada más, aunque con una intensidad progresivamente menor. Y la prensa comunicó que un dirigible alemán había lanzado bombas incendiarias sobre Calais. La guerra comenzaba a librarse también en el aire.

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