Podemos en Cataluña
La escalada del partido de Pablo Iglesias en las encuestas revela que para mucha gente la cuestión social sigue siendo prioritaria
EL PAÍS del pasado domingo publicaba una encuesta sobre Cataluña con una sorprendente escalada de Podemos que, en intención directa de voto, se situaría en segundo lugar en unas legislativas (detrás de Esquerra Republicana) y en tercero en unas autonómicas (detrás de Esquerra y CiU), dejando en ambos casos a PSC y PP en el pelotón de los rezagados. Más sorprendente todavía si se tiene en cuenta que Podemos apenas tiene implantación en Cataluña. Es casi una franquicia, que se está montando a toda prisa con los riesgos en la selección de personal que esto implica.
Siempre se ha dicho que las encuestas alejadas de una convocatoria electoral, es decir, del momento de la decisión del voto, son poco significativas. Podemos ha sido la gran novedad de las europeas, por tanto, es el fenómeno de moda, lo cual puede tener efecto tanto en la respuesta de los encuestados como en el trabajo de los encuestadores.
Dando por asumidas todas estas cautelas, en unos tiempos en que los partidos políticos más sólidamente instalados están sometidos a gran volatilidad, cualquier señal indiciaria merece ser descodificada. Por eso es decepcionante la reacción de los principales partidos (y buena parte de los medios) ante un fenómeno como Podemos: la satanización o el ninguneo.
Como ha escrito Donatella della Porta, “el objetivo democrático de obtener la confianza de los ciudadanos ha sido, de hecho, retóricamente sustituido por la búsqueda de la confianza de los mercados, obtenida a costa de una insensibilidad hacia los intereses de la gente”. Ahí ésta el problema y ahí está la base del éxito, efímero o no, de Podemos: la sensación de sumisión y de impotencia que transmiten hoy los partidos de siempre.
Este es el aviso que les lanza la ciudadanía con el voto a Podemos: no miren solo arriba, miren también abajo
El descaro del que viene de fuera resulta gratificante ante unos gobernantes que han perdido el sentido de la realidad, porque de lo contrario no se atreverían, por ejemplo, a alardear de mejora económica después de haber hundido los salarios y de haber dejado el empleo en estado de absoluta precariedad. La derecha actúa con arrogancia y desdén, los socialistas atrapados en el orden bipartidista han sido incapaces de aparecer como alternativa, y la izquierda clásica es inaudible por obsolescencia del lenguaje. Este es el aviso que les lanza la ciudadanía con el voto a Podemos: no miren solo arriba, miren también abajo; escuchen a la gente y tomen en serio sus problemas; pongan límite a los abusos y háganse empáticos y comprensibles; no se amparen en un lenguaje tecnocrático para imponer la servidumbre por fatalismo, no confundan el pragmatismo con defensa radical del status quo.
Los datos de la encuesta además introducen complejidad en el debate catalán, porque demuestran que no solo de soberanismo vive el hombre y que para muchos ciudadanos la cuestión económica y social sigue siendo prioritaria, de modo que se niegan a aceptar el eje identitario como único referente de la política. Que Podemos pudiera situarse por delante de CiU, de PSC, de PP, de ICV y de Ciutadans en unas legislativas rompe muchos frentes políticos tradicionales.
El frente identitario: el perfil bajo pero tolerante de Podemos en la cuestión catalana y en el referéndum para un sector del electorado frío en materia de independencia resulta más atractivo que tener que decantarse en la querella entre soberanistas y autonomistas o unionistas. El frente político: la desconfianza en los partidos tradicionales es tan grande que al PSC ya no le otorga valor añadido el voto al mal menor para echar al PP del Gobierno. Del mismo modo que CiU sigue restando en beneficio de Esquerra. Lo que se premia es el proyecto político. Esquerra representa mejor que nadie uno de ellos: la independencia. Y Podemos, a su modo, canaliza otro proyecto: el descontento con la manera en que se hacen las cosas. Los demás partidos son sospechosos de ambigüedades, pasteleos y medias verdades. Y el proyecto unionista no consigue hacer masa crítica.
El frente social: no basta con decir que con la independencia las cosas irían mejor, van demasiado mal para confiarlo todo a una promesa incierta. Podemos parece conseguir lo que no han sabido hacer los partidos de izquierda: sacar a luz la profunda crisis social y colocarla en la agenda política.
El estallido Podemos nos dice que la política no puede jugarlo todo a una sola carta: secesión, sí o no. Y pone además de manifiesto que el independentismo tiene todavía mucha tarea de acumulación de capital político para alcanzar una amplia mayoría. El régimen político español viene dando señales de asfixia desde hace tiempo. Las inercias de los grandes partidos han dejado que el aire sea cada vez más irrespirable. Por eso, cuando han aparecido utopías disponibles (en expresión de Marina Subirats) la gente ha tenido la sensación de respirar un poco y se ha apuntado: la independencia; y la apelación a la ciudadanía a recuperar un sistema político que ni les atiende ni les entiende. ¿Es posible que la política recupere su autonomía y deje de ser impotente? Esta es la interpelación que canaliza Podemos.
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