Sin argumentos contra el federalismo
Es contradictorio desdeñar la opción federal por imposible y defender al tiempo la independencia como algo viable
Hace algunas semanas Antón Costas se declaraba partidario de que la consulta que los sectores soberanistas pretenden celebrar fuera “legal, acordada e informada”. Probablemente cabría interpretar en sentido amplio el requisito de la información propuesto por el presidente del Círculo de Economía, de manera que abarcara también el conocimiento lo más exacto posible de las posiciones que mantienen las diversas fuerzas políticas en asuntos absolutamente fundamentales para el futuro de este país.
Últimamente se han realizado bastantes encuestas entre los ciudadanos catalanes para conocer el grado de apoyo que obtienen las diferentes formas de entender la relación entre Cataluña y el resto de España (en resumen: autonomismo, federalismo e independentismo). El resultado venía a ser casi siempre el mismo: un tercio para cada opción, con ligera ventaja para federalismo e independentismo. Sin embargo, tan importante apoyo al federalismo quedaba reducido prácticamente a nada (apenas el 5%) en la pregunta pactada por el bloque soberanista para el 9 de noviembre. La respuesta SI-NO a la que se supone que deberían acogerse los federalistas, cumplía en realidad la función de convertir en irreconocible la única alternativa al frentismo al que las otras dos opciones pretenden abocarnos.
No estará de más recordar las críticas que en los últimos tiempos ha recibido la propuesta de federalismo, particularmente desde el sector independentista. La primera cronológicamente fue la que afirmaba su insustancialidad con el argumento de que, en realidad, no había federalistas en Cataluña. Cuando estos empezaron a aparecer y a manifestarse públicamente, se procedió a corregir el tiro: donde en realidad no había federalistas era en España. Cuando también se hizo evidente la falsedad de la corrección (porque ciudadanos del otro lado del Ebro se encargaron de denunciarla), se negó la existencia de apoyo al federalismo por parte de los principales partidos españoles. De nuevo la realidad se encargó de arruinar el titular, y el inequívoco alineamiento de los principales partidos de izquierda (PSOE e IU) con la opción federal obligó a modificar una vez más la argumentación, dejándola, ya bastante anémica, en el punto en el que ahora se encuentra: el PP nunca se avendrá a una reforma de la constitución de signo federal.
Repárese en que una argumentación semejante, en cualquiera de sus variantes, escamotea lo sustancial en cualquier debate de ideas que se pretenda tal, a saber, la discusión que entre en el fondo del asunto, que en este caso no es otro que la valoración de las virtudes y defectos del modelo federal en sí mismo. Dicha discusión se ve sustituida de manera sistemática en el planteamiento soberanista por una descalificación puramente táctica acerca de su viabilidad. La crítica en sentido propio deja su lugar de esta manera a afirmaciones decididamente pragmáticas como “con el PP es imposible”, “la derecha española nunca lo aceptará” y similares. Se le hurta así al ciudadano la posibilidad de saber qué argumentos específicos tienen en contra del federalismo las fuerzas políticas soberanistas, tan empeñadas en ningunearlo.
Aplicando la lógica más elemental, cualquiera pensaría que quienes ponen tanto énfasis en este orden de argumentos lo hacen porque consideran que su opción independentista supera los obstáculos señalados, es decir, resulta mucho más practicable que la federalista. Lo cual significaría que según ellos el PP está dispuesto a negociar la independencia o que la misma derecha española que no parece dispuesta a transigir con el federalismo, sí se mostraría receptiva a permitir la secesión de Cataluña, tesis ambas que no son, manifiestamente, el caso.
Estamos ante una flagrante contradicción: los mismos que se acogen al tacticismo más pragmático para descalificar la propuesta federalista, son los que, cuando son requeridos a explicar el contenido de su propuesta independentista, la definen como la última utopía ilusionante en tiempos de descreimiento político generalizado y cosas parecidas. La lógica queda en este planteamiento severamente castigada: en efecto, si el motivo para desdeñar el federalismo es su inviabilidad, mucho más inviable, por definición, resulta cualquier utopía. Sin embargo, es curioso, lo que en un caso (el del federalismo) sirve para rechazar una propuesta, en el otro (el del independentismo) constituye su principal atractivo.
Tal vez el meollo inconfesado de la contradicción radique en otro lugar. En ese “no, si ya me gustaría que fuera posible” que muchos independentistas sobrevenidos terminan por admitir cuando se les insta a que se definan respecto al federalismo en cuanto tal y dejen de hablar por un momento de su hipotética viabilidad. Están reconociendo algo que a los redactores de la confusa pregunta que se pretende someter a consulta el 9 de noviembre parece preocupar sobremanera, y es que muy probablemente la opción federalista no solo constituya la única salida para el embrollo en el que estamos metidos sino también la mejor solución para el futuro de Cataluña y de España.
Manuel Cruz es catedrático de Filosofía en la UB.
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