Quiero ir a un concierto
La normativa autonómica impide a los menores el acceso a los directos. Pero One Direction llena dos noches el Calderón
Javier Vielba, vocalista de Arizona Baby y Corizonas, ha perdido la cuenta de los conciertos que vio en Subterfugio en la primera mitad de los noventa. El primero fue el de Australian Blonde cuando tenía 14 años. Siempre en locales pequeños, bares, clubes... Hoy esto sería impensable. Al menos en Madrid, y en garitos de ese tipo. El motivo es el consumo de alcohol. No ocurre así en el Bernabéu o en pabellones deportivos como Vistalegre, donde los menores puedan pasar aunque se vendan bebidas.
“Comer pinchos en familia, las catas de vino, las cañas en las terracitas… Ahí los chavales pueden acompañar a los padres. Pero cuando se trata de música en directo, no les dejan entrar ni acompañados”, se queja el músico. Cristina Neira ha intentado asistir cuatro veces a un concierto del grupo de su hermano mayor. La última en mayo, cuando apenas le quedaban dos meses para cumplir los 18. Sus padres, sus tíos, todos pudieron pasar al bareto de Malasaña, pero ella se quedó en la puerta. “Les insistimos mucho, pero nada. Nos dijeron que podían tener un problema que flipas”, lamenta la joven, que sin embargo pudo ver a Rihanna en el Palacio de los Deportes en 2011.
Esto es así desde que en junio de 2002 el Gobierno regional subió de 16 a 18 la edad mínima para entrar en “bares especiales, salas de fiestas, de baile, discotecas y establecimientos similares”, siempre que se vendiera alcohol. La entrada a menores de 16 quedaba prohibida en cualquier caso. En diciembre de 2013 se endurecieron las sanciones que contemplaba la Ley de Espectáculos Públicos y Actividades Recreativas (LEPAR). Fue una de las medidas tomadas a raíz de la tragedia del Madrid Arena, que en octubre de 2012 se cobró la vida de cinco chicas.
Hoy las infracciones graves, como dejar entrar a un menor, se castigan con multas de entre 4.501 y 90.000 euros, además de la inhabilitación del local por un periodo máximo de un año. Las muy graves, como venderles alcohol, pueden alcanzar los 900.000 euros y la clausura hasta dos años. La música en directo ha sido una víctima colateral de estas modificaciones. “No se puede poner restricciones propias de un Madrid Arena a salas pequeñas. Eso es matar mosquitos a cañonazos”, opina el cantante.
La ley nunca se ha desarrollado en reglamento para incluir espacios como Vistalegre, el Palacio de los Deportes o los estadios de fútbol
Ahora bien, ¿qué pasa con sitios como Vistalegre, El Palacio de los Deportes o el Santiago Bernabéu? A pesar de haber sido elaborada hace 17 años, la ley nunca se ha desarrollado en reglamento para, entre otras cosas, incluir este tipo de espacios. Lo único que se ha hecho es parchearla con decretos y órdenes. Como ocurrió tras la muerte en 2008 de Álvaro Ussía, un joven de 18 años asesinado a las puertas del Balcón de Rosales por el mismo portero de la discoteca. A partir de entonces se delimitan las funciones de los porteros; una de ellas es evitar el acceso de los menores.
Esta indefinición legal provoca, según Javier Olmedo, gerente de La Noche En Vivo, la asociación que agrupa las salas de música en directo de la Comunidad de Madrid, una discriminacion para las salas que programan conciertos. “Los estadios de fútbol o Vistalegre tienen otro tipo de licencias que permiten la entrada sin tutor a partir de 16 años, aunque se venda alcohol, y a cualquier edad siempre que vayan acompañados”. Un trato que considera injusto para las salas, que solo podrían albergar un concierto para menores si no se sirviera alcohol. “Económicamente no nos saldría rentable”, admite. Más desde la subida del IVA al 21%. Actualmente cualquier ingreso es necesario para no tener perdidas, y la barra es uno de los principales.
Durante casi dos meses, centenares de jóvenes han acampado en las proximidades del Vicente Calderón para ver lo más cerca posible a One Direction, la boy band británico-irlandesa que saltó a la fama gracias al concurso Factor X. Ayer y hoy llenarán el recinto, algo que casi nadie logra. Son alrededor de 100.000 entradas en total. Como las dos fechas míticas de los Rolling Stones en los ochenta. La mayoría de los asistentes son menores, pero los que tengan más de 16 años han podido entrar solos. Algo que no habría ocurrido si en lugar de desarrollarse en el templo atlético, hubiera sido, por ejemplo, en La Riviera.
Ariadna, de 16 años, es una de las chicas que formaban hasta la apertura de puertas el corro. El año pasado, cuando One Direction tocó en Vistalegre, lo tuvo más difícil. Necesitaba pasar con un adulto y que este firmara una autorización, pero sus padres no pudieron acompañarla. “Me planté en la fila el mismo día del concierto y fui preguntando a todo el mundo hasta que una señora accedió”, rememora todavía sorprendida por su hazaña. “Espero que lo valoren”, dice muy seria, como si sus ídolos musicales fueran a enterarse.
Sus compañeras de aventura coinciden y, aunque muchas reconocen que su entrega es “una locura”, siguen pensando que “por ellos merece la pena cualquier cosa”, incluso arriesgar su entrada en la universidad. Arantxa, de 18 años, admitía un día antes de Selectividad que no había podido estudiar “casi nada”, aunque sus padres la habían obligado a llevarse los libros.
A pocos pasos de ellas, se asentaba un grupo atípico. Antonia, de 54 años, y su marido José, de 57, se protegían del sol bajo una sombrilla. A sus pies, tumbadas en sendas esterillas, sus hijas, Soraya y Estefanía, conversaban con otras tres amigas de Jaén. “Nos ha tocado”, dicía Antonia resignada. Las chicas, que no alcanzan la edad mínima, estuvieron insistiendo durante meses para que las acompañaran. “El año pasado nos quedamos con las ganas, pero este no nos lo podíamos perder”, contaba Estefanía. “¿Qué íbamos a hacer si estaban pataleando todos los días?”, apuntaba José entre risas. “Si no, se escapan de casa, o cualquier tontería. Prefiero tenerlas controladas”, añadía la madre.
El vocalista de Arizona Baby también hizo cola durante horas para ver a Michael Jackson. “Había niños en brazos de sus padres. Alucinaban. ¿Cómo no vas a disfrutar de un espectáculo de ese calibre?”. Pero el futuro de la música está en las catacumbas, en los pequeños escenarios, dice. “Los jóvenes no tienen 100 euros para ver a The Killers, pero sí cinco para ver grupos de chavales que te sacan un par de años, que no son la leche, pero te inspiran”. El cantante opina que “las normas represivas” están impidiendo pasar el testigo. “Ya existe una ley que prohíbe la venta de alcohol a menores. En EE UU ponen una pulsera a los mayores de 18, para que los camareros sepan a quién pueden vender alcohol”.
La aplicación de la LEPAR no solo afecta a los que acuden a ver los conciertos, sino también a los que se suben al escenario. Eduardo Nebot lleva años recorriendo las tablas de media España junto a su mujer y su hija Candela, de nueve. A su grupo, Candela y los Supremos, en ningún sitio se lo ponen tan difícil como en Madrid, donde residen y llevan un año sin tocar por culpa de las trabas administrativas. En Barcelona, dice, tapan las botellas con sábanas y ya está. “Me parece fatal que sean tan restrictivos. La música es cultura y entiendo que los críos deben participar de ella”. El grupo surgió con la idea de que la niña recibiese estos estímulos y, a su vez, disfrutar de ese tiempo en familia que su rutina diaria no les permite. “Le encanta que 500 niños la escuchen cantar. Luego siempre se queda jugando con ellos”, comenta Nebot, abogado y guitarrista. “¿Por qué tienen que dificultar que los niños disfruten de la música en directo?”.
Promotores y empresarios llevan años luchando para acabar con lo que consideran una discriminación para las salas. “Si lo que pretenden es que los jóvenes no estén en sitios donde se vende alcohol, tampoco podrían ir a terrazas o fiestas populares. Me parece una doble moral que debemos superar”, sostiene el gerente de La Noche En Vivo. “Es económicamente inviable que dejemos de vender bebidas para que puedan pasar los menores. Nuestro objetivo es que puedan acceder a esta oferta cultural sin perder dinero. Yo me sentiría más tranquilo sabiendo que mis hijos están viendo un concierto, que en un descampado de botellón", remacha. El vocalista de Arizona Baby va más allá. “Luego nos llevamos las manos a la cabeza cuando se van a los parques a emborracharse”.
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