Planeta Mercabarna
La Barcelona invisible, la eficaz, la que usamos a distancia, la del éxito indiscutible, en una palabra, la ciudad logística
Ahora que en el horizonte se perfilan unas elecciones municipales al rojo vivo, oiremos hablar mucho de la Barcelona de los barrios, de la gente (como decía el maragallismo), de las personas (como dice Xavier Trias), la Barcelona cotidiana y vital. El discurso será empalagoso, así que es el momento de girar la vista a la otra Barcelona, la invisible, la eficaz, la que usamos a distancia, la del éxito indiscutible, en una palabra, la ciudad logística. Me voy a Mercabarna. Y lo hago cuando de la Rambla llega el clamor casi desesperado de los paradistas de la Boquería, ahogados de turismo: la ciudad fácil, la ciudad que se deja desvirtuar, la ciudad servil. Vamos, pues, a aprender algunas cosas.
Mercabarna es un planeta con vida propia. Es el mayor mercado de frutas y verduras de Europa. Hay 420 paradas de payés y 82 de pescado, que son una pequeña parte de las 87 hectáreas que ocupa, el resto está destinado a procesos más sofisticados. Hay siete oficinas bancarias y, atención, peluquería, óptica, restaurante, concesionario de coches, de seguros, lotería, hotel y talleres. Circulan 14.000 vehículos y unas 24.000 personas cada día, a todas horas, nutriendo 770 empresas. En el planeta Mercabarna se giran cada año 4.700 millones de euros, abarcando un mercado que incluye el sur de Francia y buena parte de Italia, entre otros destinos, porque el import-export que impone el mundo global es aquí moneda corriente. Llega un kiwi y se va un pimiento, así todo el rato. Es cierto que con las mismas cifras se podría estar haciendo una gestión mediocre, pero si algo se nota en Mercabarna es capacidad pensante.
A primera hora de la tarde, una hora en absoluto complicada, Mercabarna es un macro-polígono gris y cansino: pasa gente, pasan toros de carga, camiones y furgonetas a ritmo lento, sin mezclarse entre ellos, sin estorbar con ruidos estridentes o con tránsitos exagerados. Están a la espera. Pero persiste la sensación de que aquí se ha ido destilando una sabiduría muy barcelonesa, que es el arte de la gestión inteligente. Mercabarna nació cuando en 1971 se cerró el mercado central del Born, aquel de los carros y los camàlics —¡qué linda palabra!— que fotografió Xavier Miserachs. Entonces todo era cercano y pedestre. Lo interesante de Mercabarna es la evolución de mercado a polo logístico, darse cuenta de que cada tantos años es necesario cambiar de mentalidad. Eso es Barcelona: la infinita capacidad de adaptación y de anticipación. Ahora mismo Mercabarna, los gestores de Mercabarna, han ganado el concurso para montar un símil en Montevideo: para enseñar a gestionar el comercio de alimentos en la máxima dimensión.
A primera hora de la tarde, una hora en absoluto complicada, Mercabarna es un macro-polígono gris y cansino
Josep Tejedo, el director de todo esto, es un hombre todavía joven, con ese dinamismo de quien ha vivido la empresa privada y que sabe que lo importante son las buenas preguntas y las mejores respuestas. ¿Qué más podemos hacer? ¿Qué otro servicio podemos ofrecer? Mercabarna no es un mercado sino una plataforma global de servicio al intermediario (el restaurante, el paradista o el exportador), que además de proveerse puede pedir que le preparen lo que sea en crudo, por más específico que resulte el envase, la conservación o el corte. Mientras Tejedo me explica que han conseguido vender el porexpan, bien prensado, a la China —reciclan el 81% de los residuos—o que por aquí pasan alumnos de las escuelas para entender el “abc” de la alimentación, yo miro por la ventana las grúas del puerto y la torre de control del Prat, y me doy cuenta de que la silueta difuminada de los hoteles que puntúan la playa quedan lejos. Aquí no hay ni un turista, aquí hay logística. Tejedo me explica las gestiones que optimizan el potencial de Mercabarna, sea pactar con una naviera para que se lleve la carga a Génova, sea madurar plátanos en perfectas condiciones, sea lavar y exportar patatas al mundo entero. Esto es un hub.
Tejedo se divierte con lo hace, disfruta. Me dice: “Acá están las paradistas comiendo con su fogoncito en el puesto pero por debajo pasa la fibra óptica”. Hay algo de fundacional en estas palabras, el nexo entre la tradición humana, esa desconfianza rural de no abandonar la parada para no perder una venta, y la alta tecnología que soluciona una transacción con Canadá o con Namibia, dos mercados vinculados a este imperio barcelonés. Aquí están las claves. Mercabarna consigue unir los dos mundos: a nadie se le pide que sea el más moderno o el más dinámico, cada uno se sitúa en su nivel. Pero a todos se les da servicio y oportunidades. Y los directivos tienen un ojo puesto en el mundo para saber qué se hace dónde y para qué. Y en el cajón se acumulan los proyectos de mejora, que podrán financiarse sin riesgo gracias a la eficacia, la complicidad y la buena dirección. Si estas pocas premisas no son las que han de gobernar una ciudad como Barcelona, y cualquier ciudad, yo no sé de dónde pueda venir la inspiración.
Patricia Gabancho es escritora
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